Elvira González, afectada por las preferentes. HENRIQUE MARIÑO
"Cuando llega el jueves, un reguero de personas que "no reúnen el perfil propio de un inversor en productos complejos y de alto riesgo", que diría un juez, bloquea el tráfico de la Gran Vía. O sea, jubilados que han visto cómo sus ahorros de toda la vida se esfumaban por arte de magia negra de las preferentes de Caja Madrid.
Así lleva tres años Elvira González (Hoyo de Pinares, 1945), que luce con resignación el cartel que cuelga de su cuello: Bankia Fraude. ¡Somos ahorradores, no inversores! Ella
sí que podría encajar en el perfil del humilde trabajador que vive de
una magra pensión y tiene sus pocos cuartos a plazo fijo, por lo que
pueda pasar el día de mañana: pagar un geriátrico, echarle una mano a un
hijo necesitado, hacer frente a un imprevisto... Hasta que a finales de
2011 estalla el escándalo, los medios se hacen eco y Elvira le pregunta
a su marido: "Oye, ¿no tendremos eso nosotros? Y, efectivamente, lo
teníamos".
Es una protesta canosa que parte de una sucursal junto a
la Puerta del Sol y sube hacia la arteria comercial de la capital para
reclamar algo de atención en una ciudad que no para. La policía, al
rato, los confina en un carril, donde vagan como almas en pena. "No hay
derecho que nos hagan esto después de trabajar toda la vida", se escucha
al paso de la santa compaña de los estafados. "Hay que llevar a la
cárcel a estos ladrones, que no se vayan de rositas".
Elvira no fue a la escuela y, a los quince años, dejó su pueblo de
Ávila para servir en Madrid. Luego cosió para una tienda día y noche,
"sin seguro ni nada", con el objetivo de darle una educación a sus
hijos. Uno falleció y el otro lleva siete años emigrado en Holanda. "Es
científico, pero no puede volver porque aquí no hay trabajo". Las pocas
horas cotizadas no alcanzaron para una pensión.
Vive con la jubilación
de su marido, un antiguo trabajador de la Pegaso. "Desde que nos
casamos, fuimos metiendo los ahorros en la caja del barrio. Hasta que
nos los colocaron en preferentes, asegurando que el dinero estaba a
plazo fijo y lo podíamos sacar cuando quisiéramos".
Su caso no
dista mucho del que podrían desbullar los manifestantes engullidos por
el horizonte de la Gran Vía. "Gente mayor que ha perdido entre 40.000 y
60.000 euros", explica Manolo, que ejerce como portavoz oficioso de la
protesta, donde no están todos los que son. "Hay gente estafada a la que
le da vergüenza manifestarse o que, incluso, se siente culpable", añade
este funcionario de 53 años, quien recuerda los tres pasos que decidió
dar "el movimiento" cuando se gestó.
El primero, tener un único
objetivo: recuperar el dinero. El segundo, declararse apolítico: "Nos
han engañado a los de izquierdas y a los de derechas, a personas con y
sin estudios, más o menos ricas". El tercero, la lucha es pacífica, "con
la ley en la mano".
Así, tras presentar una denuncia, Elvira
consiguió que un juez le diese la razón, aunque lamenta que el banco
recurriese la sentencia. Todavía no ha visto un euro de sus ahorros, que
había guardado fielmente para el día en el que la vejez se empecinase
en ingresarlos en una residencia. "Y con lo que rentaban, redondeábamos
la pequeña paga de mi marido y podíamos ir tirando", suspira antes de
preguntarse: "Si reconocen que nos han engañado, ¿por qué no nos
devuelven el dinero?". (Público, 17/09/2014)
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