"(...) Una cosa es la doctrina económica y otra, los intereses políticos y
financieros. Desde la óptica de los postulados económicos, es evidente
que el proyecto de la Unión Monetaria es un engendro y que lo mejor que
se podría hacer sería reconocer el error en que se ha incurrido y
disolver de la mejor forma posible la sociedad.
Pero después están las
razones políticas, los enormes intereses que se mueven detrás del euro y
los que están dispuestos a mantenerlo contra viento y marea, pagando
cualquier precio por muy irracional que sea. Bien es verdad que los
pagos se hacen con dinero ajeno, ya que el coste no recae sobre las
élites europeas sino sobre las poblaciones, especialmente sobre las
clases más deprimidas.
Los intereses políticos y económicos y la indiferencia de las elites
hacia el sufrimiento social de amplias capas de población son las
razones que explican el mantenimiento de la Eurozona. Hay, sin duda,
algo más: la paciencia y resignación de las clases populares que están
pagando el enorme coste de estar en el euro.
A esa docilidad no es
ajena, por una parte, una disertación convertida en hegemónica acerca de
que no hay marcha atrás y que la ruptura del euro sería una hecatombe
económica de consecuencias imprevisibles y, por otra, la manipulación de
la opinión pública, señalada también por Krugman, para convertir una
ligera y transitoria mejora económica en un gran éxito y en el anuncio a
bombo y platillo del fin de la crisis.
Krugman confiesa también que no dio suficiente importancia a la
función de prestamista en última instancia del BCE y reconoce que si el
euro aún sobrevive es gracias a esta institución. No hay nada de extraño
en ello. Una vez que los Estados habían perdido la soberanía monetaria,
el BCE era el único que podría enfrentarse a los mercados y parar su
ofensiva.
Ahora bien, el hecho de que lo haya conseguido de momento no
significa que haya desaparecido el riesgo de ruptura de la Eurozona.
Ganar tiempo no es lo mismo que solucionar los problemas. Las
contradicciones continúan existiendo. En economía, con frecuencia, con
parches se consigue retardar la explosión, pero esta termina llegando.
Es cierto que la actuación del BCE ha reducido sustancialmente las
primas de riesgo de países como Italia o España, pero en una unión
monetaria el mismo concepto de prima de riesgo no debería tener sentido,
porque se supone que en todos los países tendría que regir el mismo
tipo de interés.
El BCE no logra tampoco, a pesar de su política de
expansión monetaria, reducir sustancialmente el tipo de cambio del euro.
¿Pero cómo hacerlo cuando la balanza por cuenta corriente de Alemania
tiene un excedente anual del 7% del PIB, ocasionando que la Eurozona en
su conjunto alcance un superávit superior al 3%?
¿Con estas cifras puede
EEUU consentir que el dólar se aprecie más frente al euro? Lo que es
bueno para Alemania no lo es para Italia, España o incluso Francia, y la
carencia de una unión fiscal cuestiona seriamente la viabilidad de la
Unión Monetaria.
Pero el ámbito político no está exento de menores interrogantes. No
hay ninguna duda de que las elites europeas han apostado por mantener
por todos los medios el euro, aunque para ello hayan tenido que someter a
sus sociedades a enormes sacrificios.
Es más, se puede incluso
preguntar en qué porcentaje la ecuación no funciona al revés, ¿uno de
los efectos que se buscan con la Unión Monetaria no es, acaso, obligar a
las poblaciones a que acepten una serie de medidas que de otra manera
no tolerarían; es decir, el euro como principal instrumento de coacción
para implantar de forma generalizada un programa rabiosamente neoliberal
orientado a la destrucción de todas las conquistas sociales conseguidas
en siglo y medio?
La incógnita se encuentra en saber hasta cuándo las sociedades
estarán dispuestas a soportar esta situación y cuánto tiempo funcionará
el chantaje de que no hay marcha atrás. El caso de Grecia es sumamente
ilustrativo. Cualquiera que con cierta objetividad analice la economía
helena llega a la conclusión de que después de cinco años de consumir la
medicina de la Troika su situación es crítica (...)
Continuar por esta senda es un suicidio y todo el mundo es consciente de
que así no podrá pagar la deuda. No obstante, las instituciones y los
mandatarios europeos han sido inflexibles en la negociación. De ninguna
manera han estado dispuestos a conceder ningún respiro al Gobierno
griego. Podría ser un pésimo ejemplo para las poblaciones de los otros
países. Se exigía una derrota total. (...)
Los españoles hemos sufrido en propia carne (no tanto como los
griegos) las imposiciones del BCE y demás instituciones europeas y su
total falta de neutralidad: reforma del mercado laboral para forzar la
reducción de los salarios, reforma del sistema de pensiones e
incrementos en el IVA. No estamos ante prescripciones económicas, sino
ante puro sectarismo ideológico.
La prueba más palpable es que los que
ahora se muestran tan rígidos con Grecia no tuvieron ningún problema en
que, tras el rescate, Irlanda mantuviese un tipo de sociedades
superreducido y que continúe practicando un dumping fiscal que perjudica
al resto de los países miembros. Y es que ese tipo de medidas está en
la naturaleza de la Troika y de los gobiernos que la sustentan.
No es extraño, por tanto, que haya una palabra que a las elites europeas les produzca urticaria: referéndum. (...)
El proyecto europeo de desarticular todo el Estado del bienestar casa
mal con los procedimientos democráticos. Solo desde la autocracia puede
llevarse a cabo.
Eso explica todas las medidas que la Unión Europea está llevando a
cabo para torcer la voluntad de los griegos y coaccionarlos en el
referéndum. (...)
De ahí también que el BCE, faltando a sus obligaciones más elementales
de prestamista en última instancia de la banca, haya cerrado el grifo a
las entidades financieras helenas obligándolas a establecer el
corralito, para predisponer a los griegos en el referéndum.
Las
competencias del BCE no son privilegios de unos tecnócratas de
Frankfurt, sino trozos de soberanía prestados por los Estados
nacionales. Si Grecia precisa ahora al BCE es porque se confirieron a
este organismo las funciones del Banco de Grecia, y el BCE incumple lo
acordado.
El papel más patético lo han asumido los gobiernos de la mayoría de los países de la Eurozona (entre ellos, el nuestro) que se deberían haber puesto en contra de Alemania y al lado de Grecia, y sin embargo han hecho lo contrario, sin considerar que pueden verse dentro de poco en una situación parecida a la del país heleno.
Al menos los ciudadanos
tendríamos que tomar conciencia del coste que estamos pagando por la
permanencia de la Unión Monetaria: la desaparición de todo vestigio
democrático y la muerte del Estado social, amén de mantener siempre
sobre nuestras cabezas la espada de Damocles de una nueva recesión que
obligará a nuevos ajustes."
(La ruptura del euro, de Juan Francisco Martín Seco en República de las ideas, en Caffe Reggio, 04/07/2015)
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