"(...) Un 52% de los ciudadanos afirma haber descendido de clase social, el 34%
de la población está forzada a comprar productos más baratos que antes,
y el 66% cree que la desigualdad social es uno de los problemas más
graves del país.
La sociedad poscrisis no se parece a la sociedad precrisis. El balance
devastador de estos años se mide en términos de ganadores y perdedores,
lo que demuestra que la salida a la misma ha sido injusta y no una
fatalidad natural, sino una opción política. La crisis ha sido
redistributiva en sentido inverso.
Estos datos, de 2015, corresponden al
estudio Microtendencias y hábitos emergentes de vida, consumo y compra,
que todos los años elabora la empresa de investigación My Word.
Las
tendencias que emergen de él podrían explicar una parte de las
preferencias electorales de la ciudadanía que, al votar, tiene en cuenta
tanto su ideología como las condiciones económicas en las que se
desarrolla su vida.
Del estudio citado se desprende la aparición de una nueva figura en
la vida económica española: la que se denomina el "consumidor ahogado",
que se ve compelido a actuar de un modo muy distinto a hace ocho o nueve
años, y que ha transformado profundamente sus hábitos de vida y de
compra.
El "consumidor ahogado" ha sido azotado por la crisis y la
primera lección que ha aprendido es que tiene que ahorrar en todo, por
si volvieran mal dadas; no solo en la adquisición de productos (marcas
más baratas), sino en la contratación de servicios (menos servicios,
sobre todo los suntuarios) y en los gastos del hogar (un 35% de los
mismos apenas pone la calefacción por no poder hacer frente al gasto de
la misma, un exponente de la denominada pobreza energética).
Este tipo
de consumidor es menos materialista, más austero, más solidario, más
empático ante el sufrimiento ajeno y muy exigente con el funcionamiento
de las empresas.
Aunque el estudio no establece comparaciones con otras sociedades
europeas, se sobrentiende que las tendencias principales son semejantes
en la mayor parte de los países. (...)
La constatación de que la economía europea está en una especie de
estancamiento secular estructural, con poco crecimiento, tentaciones de
deflación y una creación de empleo por debajo de su potencial, tiene
tanto que ver con la actuación excepcional del BCE como con la
emergencia de esos "consumidores ahogados" en el seno de cada país.
Lo
mismo que la ausencia de crédito suficiente en el aparato productivo;
hasta ahora, el sector financiero prefiere refugiarse en los recovecos
del sistema (depositando su dinero en el propio BCE, aunque le cueste
algo) que asumir el riesgo de regar con liquidez a las empresas y
familias. ¿Para cuándo los estímulos fiscales y la inversión pública?" (Joaquín Estefanía, El País, 14/03/16)
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