"(...) Según los análisis elaborados en el momento en que se está desarrollando
la reunión del Foro Económico Mundial en Davos (1), en Italia el 20%
más rico es dueño del 69% de la riqueza del país, el 20% siguiente del
18%, mientras que el 60% debe compartir el 13% restante.
Según la
revista económica neoyorquina Forbes, en el año 2016 10 italianos se hallaban entre el 20% más rico del mundo, 10 italianos poseen 86.000 millones de euros2, es decir, el equivalente a lo que posee medio millón de familias obreras (Censis, Centro Studi Investimenti Sociali, 2014).
El aumento de las desigualdades sociales constituye la primera causa
material de la rabia y la desesperación que invaden a la sociedad
europea y a Italia como resultado de las formas económico-sociales que
genera el capitalismo de estos últimos decenios.
Mientras que la riqueza
de las clases más acomodadas se acrecienta, la clase trabajadora y
también una parte de la clase media se empobrece. La pobreza es una
noción del siglo XIX que reaparece hoy en día y se convirte en categoría
definitoria de muchas encuestas e investigaciones sociológicas.
Unos datos despiadados
Los datos del ISTAT (Instituto Italiano de Estadísticas) del año 2016 muestran que el paro llega al 12%3.
Entre las personas que trabajan es preocupante comprobar que el sector
de los asalariados de más de 50 años aumenta mientras que disminuye el
de los menores de 35 años y en este caso el desempleo llega al 39%.
La
Ley Fornero4, que retrasó brutalmente la edad de la
jubilación, explica estadísticamente el aumento de los asalariados de
más de 50 años, la débil renovación generacional de la fuerza de trabajo
y las graves consecuencias que tiene sobre el desempleo de los jóvenes.
Pero otro aspecto de la realidad explica igualmente que los
asalariados envejecen en las oficinas y en las fábricas, postergando por
lo tanto la contratación de jóvenes.
En efecto, los empleadores se han
aprovechado de las modificaciones de la legislación laboral y prefieren
contratar o mantener a trabajadores mayores, próximos a jubilarse, lo
que supone un compromiso menor a largo plazo en la medida en que podrán
deshacerse fácilmente de ellos en un plazo relativamente menor. Por otra
parte, un trabajador mayor supone ciertas ventajas: no necesita
formación, tiene mucha experiencia y al estar próximo a jubilarse no
tiene mayores exigencias en cuanto a salario. (...)
Desde marzo de 2015 la Jobs Act5 ha reconfigurado,
agravándolas, las relaciones de trabajo en Italia, especialmente en lo
referente a las pequeñas y medianas empresas en crisis6, y ha
otorgando directamente a los empleadores instrumentos legales para
reestructurar un sector o una actividad de sus empresas. Con despidos
hechos por el empleador y un ambiente pesado en la empresa, las y los
trabajadores están bajo una fuerte presión.
Se multiplican los despidos
por razones disciplinarias (+ 28% en los primeros ocho meses del 2016)
de acuerdo con las disposiciones de la Jobs Act y de su contrato de protección progresiva (contratto a tutele crescenti).7 Aún
en los poco comunes espacios de actividad en los que ha aumentado el
nivel de empleo la productividad general ha disminuido y el crecimiento
ha sido débil debido al peso creciente de los empleos no cualificados y
de un mercado de trabajo esencialmente basado en pequeños empleos
precarios.
En tal escenario – innovaciones a nivel de normas reglamentarias, desfiscalización y Jobs Act – el boom de los vouchers8 ha repercutido en el mercado de trabajo: en 2015 se establecieron 277 millones de contratos voucher que
englobaban 1.380.000 asalariados, con un promedio de 83 contratos por
persona mientras que solo para el primer semestre del 2016 hubo 70
millones.
Es la señal, escribe el Censis (Centro de Estudios de
Inversiones Sociales), de que la fuerte demanda de flexibilización y la
reducción de los costos están alimentando los pequeños trabajos, es
decir, los empleos precarios con una remuneración muy baja que relegan
sobre todo a los jóvenes asalariados al limbo de la flexibilidad más
dura, querida por el actual modo de funcionamiento del capitalismo
salvaje. De este modo se margina a toda una generación. (...)
Brancaccio, Garbellini y Giammetti, tres expertos en el tema, destacan ( 24Ore/Il sole
del 19 de diciembre de 2016) que muchas investigaciones ponen en
evidencia la inexistencia de una correlación entre precarización del
trabajo y crecimiento del empleo. Dicho de otro modo, las normas que
facilitan el despido de los empleados con contratos de duración
indeterminada no tienen efectos estadísticos significativos en el nivel
de empleo.
En otros términos, esos datos desmienten el axioma según el
cual la desregulación del mercado de trabajo crea empleos y reduce el
paro. Muy al contrario, la reducción de las protecciones de los
trabajadores y trabajadoras se halla estadísticamente vinculada no con
el crecimiento del empleo, sino con el aumento de las desigualdades, en
la medida en que la precarización tiene un efecto directo sobre el poder
contractual de los asalariados, ataca los salarios a la baja y alimenta
la diferenciación social desde abajo.
Las desigualdades sociales son
una noción de los siglos XIX y XX, que los ideólogos del fin de las
ideologías se cuidan bien de utilizar. Ahora bien, no mencionar las
cosas no significa que desaparezcan: a lo sumo ser puede tranquilizante,
pero no por ello elimina la condición de desigualdad. (...)
1.582.000 familias en situación de pobreza, lo que equivale a unas
4.598.000 personas. La falta de trabajo es la principal razón de esta
situación. Las familias que tienen a su cabeza un desempleado son las
más pobres en términos absolutos y van en aumento. Y cuando solo un
miembro de la familia tiene empleo, sin embargo esta no se halla
protegida contra la pobreza por ello. Según los informes del
Banco de Italia, citados por Sabbadini, el 46 % de las familias obreras
tiene un solo ingreso y casi la mitad de ellas no tiene vivienda propia.
En tales condiciones, la pobreza está al acecho. Una pobreza que para
esta categoría de familias ya comenzó a crecer antes de la crisis del
2008 para explotar a continuación y pasar del 4 % al 7 % en 2009 e
incluso al 12 % en 2013 y en 2015.
El índice de pobreza de las familias
obreras se ha triplicado en diez años, mientras que la existencia de un
solo empleo por familia ya no constituye una garantía de no convertirse
en pobre ni de salir de ella. Si se pregunta a las familias italianas
cuál ha sido el factor negativo que más duramente ha trastocado su
existencia, una aplastante mayoría menciona el descenso de los ingresos
familiares. (...)
La condición de los jóvenes está determinada estructuralmente por
una alta tasa de desempleo y unos empleos precarios con baja
remuneración. Es la primera vez después de la Segunda Guerra Mundial que
los hijos están más desfavorecidos que los padres.
Tienen unos ingresos
un 15 % inferiores a los ingresos generales medios. Los hogares de
menos de 35 años disponen de una riqueza familiar que se sitúa en un 42 %
del promedio de los hogares. Con relación a las mismas clases de edad
hace 25 años, los jóvenes tienen actualmente unos ingresos un 27%
inferiores.
Por consiguiente, permanecer en el seno de la
familia se ha vuelto una obligación para protegerse de la pobreza. La
situación es especialmente crítica para los jóvenes de entre 25 y 34
años: la mitad vive todavía con sus padres, es decir, un 6% más que en
2011, un 22 % más que el promedio europeo, un 40 % más que en Francia y
un 46 % más que en el norte de Europa. La tasa de actividad de los
jóvenes ha bajado un 9% durante la crisis, una caída muy importante que
perjudica gravemente la construcción de un futuro para esos jóvenes.
La nueva generación tiene un problema de movilidad social. Ya no está
bloqueada hacia arriba como se decía antes, sino que se halla
desbloqueada hacia abajo, por tener una mayor probabilidad de ver
degradarse su situación. La crisis ha condicionado profundamente los
tiempos y las formas de transición hacia la vida adulta, al atrasar unas
tapas fundamentales de la vida.
Aun teniendo trabajo, la endeblez de
los ingresos y la intermitencia de los empleos influyen en sus
elecciones de vida. Solo una cuarta parte de los jóvenes vive en pareja y
un 7 % solos. Los que son cabeza de familia suelen tener unos ingresos
insuficientes que les obliga a recurrir a la ayuda de los padres o
incluso de los abuelos.
La CENSIS ha relacionado estos datos
con información sobre las relaciones afectivas. Así, las personas
nacidas entre principios de los años 1980 y principios de los 2000 han
“perdido” el sentido social del matrimonio y se orientan hacia otras
formas de relación. Los solteros constituyen ahora el 81 % de los
jóvenes (hace diez años eran el 71%), los casados el 19 % (28 % hace
diez años).
Entre los solteros un 40% son absolutamente single ,
un 3 % tiene relaciones sin compromiso y un 57 % mantiene una relación
de pareja estable aunque no convivan bajo el mismo techo. La
precarización del trabajo fragiliza la vida sentimental y de relación.
Elegir una vida común y estable, con o sin casamiento, se considera una
pesada elección para la que se necesita en primer término un empleo
(para el 72 % de los jóvenes), unos ahorros constituidos (para el 50 %),
haber tenido ya algún período de vida en común con el o la compañera
(para el 30 %) y haber terminado los estudios, según el 28 %. (...)" (Diego Giacchetti , À l'encontre, en Rebelión, 06/02/17)
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