"(...) Más allá del proteccionismo económico, y lejos de lo que algunos
observadores han entendido como una retirada de EEUU del (des) orden
mundial, la nueva pléyade de consejeros áulicos de Trump auspician
simple y llanamente la ‘anglobalización’.
No deberían malinterpretarse
las apelaciones de Trump al proteccionismo contra el comercio y la
economía mundiales. Tampoco sería apropiado interpretar el deseo del
gobierno británico, tras el Brexit, de cerrar sus fronteras para
preservar sus empleos domésticos como algo más que una estrategia de
autointerés.
No. En realidad a ambos países les interesa la
globalización, siempre y cuando obtengan beneficios de ella.
El propio Malloch augura un final abrupto para el euro. Y eso
tampoco es un discurso nuevo, aunque quizá sea más explícito respecto a
las intenciones de estadounidenses y británicos respecto a la
continuidad de la moneda única. Porque esas declaraciones actúan como
armas eficaces en los mercados financieros. Recuérdese la propia crisis
del euro durante 2010-12.
Como segunda moneda más negociada
internacionalmente, el euro estuvo en trace de ‘romperse’. Además de
unos 330 millones de europeos de la denominada Eurozona, otros casi 200
millones de personas utilizaban entonces monedas ligadas al euro.
La
especulación mundial contra el euro fue analizada mediáticamente como
resultado de las dificultades de las endeudadas economías de Irlanda,
Portugal y Grecia, las cuales tuvieron que ser intervenidas, y el temor a
un posible contagio que se extendiese a otros países como España,
Italia, Bélgica o, incluso, Francia.
Fueron pocos, en cambio, los análisis que enfatizaron la incomodidad
de EEUU y el Reino Unido, ahora paladines de la ‘anglobalización’,
respecto al euro durante aquella crisis. Teniendo en cuenta que los
grandes centros financieros mundiales se hallaban radicados –y siguen
estándolo, geográfica y culturalmente– en países anglosajones, con
monedas locales en competencia con el euro (Wall Street y la City
londinense), es implausible no conjeturar sobre la presión ejercida por
los capitales en dólares estadounidenses y libras esterlinas dirigida
desde aquellos centros financieros sobre la Eurozona.
Ello ha
contribuido a que algunos de sus países miembros más vulnerables a los
efectos de la Gran Recesión hayan pagado un sobreprecio, en no poca
medida a causa de las valoraciones de las agencias de rating
radicadas junto a los centros financieros neoyorquino y londinense, a
fin de financiar su deuda pública y la contraída por familias y
privados.
Más allá de su significación monetaria, el euro cabe ser entendido
como la respuesta institucional al ‘desafío americano’. En los años
mozos del redactor de las presentes líneas, Jean-Jacques
Servan-Schreiber (1924-2006) anticipó el peligro de subordinación que
representaba la penetración ‘imparable’ de bienes, ideas y servicios
desde Estado Unidos.
El ensayista y político francés apuntaba a que el
retraso europeo no era debido a una falta de capital humano, sino a una
falta de adaptación a los modernos métodos de gestión, de equipamiento y
de capacidad de investigación. Pero, sobre todo, criticaba la falta de
unión y de acción conjunta europeas, y a los retos de las economías
emergentes.
El euro es, por encima de otras consideraciones monetaristas, una
apuesta tangible por la viabilidad del proyecto político europeo. En la
articulación de un modelo alternativo a la individualización
re-mercantilizadora anglo-norteamericana y a la aplicación de un
‘neo-esclavismo’ en economías de gran proyección como la china o la
india, la acción ‘soberana’ e individualizada de los estados europeos
está condenada al fracaso por su incapacidad para condicionar por si
misma a los mercados financieros.
Más bien son estos últimos lo que han
impuesto el modo, el ritmo y los alcances de las actuaciones económicas
de los Estados europeos.
Incluso aquellos países centrales europeos más
capaces de articular estrategias ‘independientes’ (Alemania, Francia o
Italia), hace tiempo que certificaron amargamente su impotencia para
implementar por si solos opciones descoordinadas con el resto de sus
socios continentales.
Podrá argüirse que en la guerra económica que se avecina, prevalecerá
la ‘ley del más fuerte’, algo que una mayoría (muy estrecha, si acaso)
de estadounidenses y británicos piensa que está de su parte. La
‘anglobalización’ ya ha comenzado a acosar sin tapujos al euro y con
ello al propio Modelo Social Europeo. (...)
Pero, por encima de cualquier otra consideración, lo que se ventila
ahora es la pervivencia del Estado del Bienestar, una invención europea
al fin y al cabo.(...)" (Luis Moreno, Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC), Público, 05/02/17)
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