"(...) Los furibundos ataques a México son una advertencia a los
competidores de mayor porte. Trump ejercita su ofensiva global con la
insultante exigencia de construir un muro pagado por las víctimas.
También aquí está en juego la reducción del déficit comercial con el
vecino y una renegociación más favorable del convenio comercial (NAFTA).
Pero como esos desbalances son inferiores a los vigentes con otros
países, es evidente que el gesto de patota hacia México tantea pulseadas
de mayor alcance.
Trump supone que Peña Nieto aceptará todas
las humillaciones.
No olvida que el actual canciller Videgaray lo invitó
como candidato a despreciar públicamente a México. Imagina que el
establishment de ese país carece de un plan alternativo a la
subordinación al Norte y está seguro del acompañamiento de Canadá.
Por eso chantajea con el arancelamiento de importaciones provenientes
de una economía, que destina a Estados Unidos el 90% de sus ventas.
Complementa esa presión con amenazas de impuestos a las remesas.
El muro es un mensaje de persecución total. Más que la construcción
efectiva del paredón -que ya fue concretada en un tercio por las
administraciones anteriores- le interesa emitir una señal de agresión
sin límite. Sugiere una pesadilla semejante a la padecida por los
palestinos en Cisjordania.
La expulsión de mexicanos sintetiza
su nuevo plan de gestión reaccionaria de la fuerza de trabajo. Trump
pretende reforzar la vieja segmentación de los asalariados que ha
caracterizado al capitalismo estadounidense. Esa división facilitó la
dominación burguesa.
Al principio eran contrapuestos los inmigrantes
europeos de distintas nacionalidades y posteriormente se propició la
confrontación de los trabajadores blancos con los negros y latinos
(Gordon, 1985)..
En las últimas décadas esta fractura
fue utilizada por consolidar la reducción de los ingresos populares. El
salario mínimo es actualmente inferior en un 25 por ciento al vigente
en 1968, a pesar de la duplicación que registró la productividad.
Trump resucita el nacionalismo para recrear la vieja segmentación de
los trabajadores en el nuevo escenario neoliberal. Combina chauvinismo
con privatizaciones y flexibilización laboral. Utiliza la xenofobia y
limita la movilidad de los asalariados para consolidar el poder del
capital.
Esa restricción es su principal foco de revisión de
los tratados de libre comercio. En ningún momento objeta la continuidad
de la acumulación a escala mundial. Postula ampliar el esquema
predominante en la relación entre China y Estados Unidos, que excluye la
circulación entre los trabajadores de ambos países (Panitch, 2016)..
El Brexit anticipó esta nueva tendencia. Supone renegociar las normas
del comercio entre Inglaterra y Europa, pero sobre todo apunta a
restaurar las restricciones al ingreso de inmigrantes. También conduce
al desconocimiento británico de las leyes laborales y sociales del Viejo
Continente. Al que igual que en Estados Unidos, los capitalistas buscan
redoblar sus agresiones usufructuando de las divisiones en la clase
obrera.
Con la obstrucción de la movilidad de la fuerza de
trabajo, Trump y sus colegas ingleses promueven otro modelo de
globalización asimétrica. Intentan reemplazar el alicaído cosmopolitismo
de la Tercera Vía por un nuevo coctel de neoliberalismo con xenofobia.
Este giro se implementa a través de estados nacionales, que persisten
como el cimiento insoslayable de la mundialización neoliberal. (...)
Trump forma parte de ese período por su evidente promoción de la
ofensiva del capital sobre el trabajo. Plantea revisar las normas de
comercio dentro del marco de la mundialización. No auspicia ninguna
eliminación de las cadenas globales de valor, que rigen la fabricación
internacionalizada de incontables mercancías.
Ni siquiera
postula alterar la globalización financiera. Se ha rodeado de la crema
de Wall Street y trabaja con los republicanos más hostiles a cualquier
regulación del movimiento internacional de los capitales." (Claudio Katz , Rebelión, 03/02/17)
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