"El mapa geopolítico está reconfigurándose y las perspectivas no son
buenas para Europa. La elección de Trump va mucho más allá de la simple
intención de que los estadounidenses recuperen sus fábricas u obtengan
mejores condiciones en los tratados de libre comercio. No es solo
proteccionismo, sino parte de un cambio que puede ser radical. (...)
En esa recomposición hay un pequeño perdedor, como es Japón, su
tradicional aliado asiático, y un clarísimo perdedor, la Unión Europea.
El Brexit es el primer paso hacia el declive de una Unión que Trump
entiende que está supeditada a Alemania y que pretende debilitar.
El que
se espera sea el próximo embajador ante la UE, Ted Malloch, ha
declarado que al euro le queda año y medio de vida; que 2017 será el de
la celebración de elecciones decisivas, en el que los europeos van a
decidir de modo democrático si quieren seguir o no en la UE, y que el
final del camino resultará inevitable.
Por supuesto, que la moneda
común desaparezca y la UE se rompa no será ningún problema para los
países que se marchen porque ahí estará EEUU para respaldarles. Dicen
que Trump está contra el libre comercio, pero quizás esté solo en contra
de ese libre comercio que beneficia a países distintos del suyo.
La
apuesta ha quedado clara con el Reino Unido, al que ha ofrecido un
tratado bilateral por la vía exprés si fuese necesario, y ese será el
camino que utilice para reafirmar la posición de su país. (...)
El problema es que en esta recomposición del mapa europeo, es muy
probable que se produzca. Como bien señalan Malloch y Trump, son fruto
de tensiones internas, de una población que encuentra muchos motivos
para la insatisfacción en esta aventura europea, y que ha ido acumulando
descontento que ha dirigido, con bastante lógica, hacia los burócratas
de Bruselas y hacia ese Banco Central Europeo que tan poco ha pensado en
ellos.
La mezcla de populismo de derechas, sectores empobrecidos y
desconfianza en las instituciones es un desafío enormemente serio para
la Unión, y posee bastantes bazas, no ya para generar dudas sino para
salir triunfante. Trump lo sabe, porque esa es la fórmula que le ha
llevado al poder y porque sus aliados han logrado sacar al Reino Unido
de Europa, y por tanto confía en que esos escenarios ofrezcan los mismos
frutos.
Para Europa, la actitud hostil estadounidense es un
problema, pero haría mucho menos daño si el magnate no tuviera razón en
el argumento de fondo: Europa está dividida, producto de las políticas
de Bruselas y del BCE, que han empeorado el nivel de vida de buena parte
de su población.
Lo lógico hubiera sido, frente a este descontento,
generar una respuesta a la altura del desafío. Pero no se hizo: se
prefirió seguir unos dictados que beneficiaban a Alemania, y de paso a
los inversores financieros, y que perjudicaban a pequeñas empresas y
asalariados, urbanos y rurales.
El enemigo a las puertas
El
último Foro de Davos fue una demostración más de esta particular
ceguera, y ni siquiera ahora que el enemigo está a las puertas han
amagado con poner en marcha otro tipo de políticas. Eso es arrojar
Europa a los brazos de Trump y renunciar al legado europeo, ese que se
asentó en el Estado de bienestar. Pero al mismo tiempo es echar al pozo
de la historia todo aquello que Europa debería significar, desde el
legado de la Ilustración hasta la defensa de los derechos humanos
pasando por la idea de una sociedad donde la desigualdad no sea el
núcleo estructural. (...)
Acabar con esta UE puede ser una buena idea para mucha gente, lo cual es
lógico, pero quienes van tras ella son bastante peores. En fin, quizá
las élites europeas, algunas de las cuales van a salir muy dañadas de
este proceso, comiencen a darse cuenta antes de que las exilien en el
Caribe." (Esteban Hernández, El Confidencial, 26/01/17)
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