"Brexit, victoria de Trump, movimientos populistas de Europa: desde la
izquierda a la derecha, Occidente protesta contra las ortodoxias
neoliberales y globalistas de los últimos 40 años.
Hace
25 años era usual utilizar el término “movimientos antisistema” (1)
para caracterizar a fuerzas de la izquierda que se alzaban contra el
capitalismo. Actualmente no ha perdido relevancia en Occidente, aunque
ha cambiado su significado.
Los movimientos de revuelta que se han
multiplicado en la última década ya no se rebelan contra el
capitalismo, sino contra el neoliberalismo —flujos financieros
desregulados, servicios privatizados y aumento de la desigualdad
social, esa variante específica del reinado del capital establecido en
Europa y Estados Unidos desde la década de 1980.
El orden económico y
político resultante ha sido aceptado casi indistintamente por gobiernos
de centro derecha y de centro izquierda, de acuerdo con el principio
fundamental de la pensée unique, el dictado de Margaret
Thatcher de que “no hay alternativa”. Actualmente se presentan dos
tipos de movimientos contra este sistema. El orden establecido los
tilda de amenaza del populismo, ya sea de derecha o de izquierda.
No es casual que estos movimientos aparecieran antes en Europa que en
Estados Unidos. Sesenta años después del Tratado de Roma, la razón es
clara. (...)
Desde la unión monetaria (1990) al Pacto de Estabilidad (1997) y
después el Acta del Mercado Único (2011) se anularon los poderes de los
parlamentos nacionales en una estructura supranacional de autoridad
burocrática protegida de la voluntad popular, tal como había
profetizado el economista ultraliberal Friedrich Hayek.
Una vez
instalada esta maquinaria se pudo imponer a los electorados indefensos
la austeridad draconiana bajo la dirección conjunta de la Comisión y
una Alemania reunificada, ahora el Estado más poderoso de la Unión,
donde importantes pensadores anuncian francamente su vocación de
hegemonía continental.
Externamente, en el mismo periodo la UE y sus
miembros dejaron de desempeñar cualquier papel significativo en el
mundo contrario a las directrices estadounidenses y se convirtieron en
la vanguardia de las políticas de una nueva Guerra Fría respecto a
Rusia establecidas por Estados Unidos y pagadas por Europa. (...)
Así pues, no es de extrañar que al desobedecer la voluntad popular en
los sucesivos referendos e incorporar al derecho constitucional los
decretos presupuestarios, el cada vez más oligárquico elenco de la UE
haya generado tantos movimientos de protesta en su contra. ¿Qué
panorama ofrecen estas fuerzas? (...)
En España, Grecia e Irlanda han predominado los movimientos de
izquierda: Podemos, Syriza y Sinn Fein. De manera excepcional, Italia
tiene tanto un fuerte movimiento antisistémico de derecha en Lega como
otro aún mayor más allá de la división izquierda/derecha en el
Movimiento Cinco Estrellas (M5S): su retórica extraparlamentaria sobre
las tasas y la inmigración lo sitúa a la derecha aunque a la izquierda
lo sitúan su trayectoria parlamentaria de continua oposición a las
medidas neoliberales del gobierno de Matteo Renzi (particularmente
respecto a la educación y a la desregulación del mercado laboral) y su
papel fundamental en la derrota de la apuesta de Renzi para debilitar
la constitución democrática de Italia (3).
Se puede añadir Momentum,
que surgió en Gran Bretaña tras la inesperada elección de Jeremy Corbyn
como líder del Partido Laborista. Todos los movimientos de derecha
excepto AfD son anteriores a la crisis de 2008; algunos se remontan a
la década de 1970 e incluso antes. Syriza creció y M5S, Podemos y
Momentum nacieron a consecuencia directa de la crisis financiera.
El hecho fundamental es el mayor peso global de los movimientos de
derecha respecto a los de izquierda, tanto por la cantidad de países
donde tienen ventaja como por fuerza de voto. Ambos son reacciones a la estructura del sistema neoliberal, que
encuentra su expresión más marcada y concentrada en la actual UE, con
su orden basado en la reducción y privatización de los servicios
públicos, la derogación del control y la representación democráticos, y
la desregulación de los factores de producción. (...)
Los movimientos de derecha predominan sobre los de izquierda porque
desde muy pronto hicieron suya la cuestión de la inmigración jugando
con las reacciones xenófobas y racistas para lograr un amplio apoyo
entre los sectores más vulnerables de la población.
Con excepción de
los movimientos en los Países Bajos y Alemania, que creen en el
liberalismo económico, eso está típicamente vinculado (en Franca,
Dinamarca, Suiza y Finlandia) no a la denuncia del Estado de bienestar
sino a su defensa; se afirma que la llegada de inmigrantes lo mina.
Pero sería erróneo atribuir toda su ventaja a esta carta, en ejemplos
importantes (el Frente Nacional (FN) en Francia es el más
significativo) también tienen ventaja en otros frentes. (...)
La unión monetaria es el ejemplo más obvio. La moneda única y el Banco
Central, diseñados en Maastricht, han hecho de la austeridad y la
negación de la soberanía popular un sistema único. Los movimientos de
izquierda pueden atacarlos tan vehementemente como cualquier movimiento
de derecha, si no más.
Pero las soluciones que proponen son menos
radicales. A la derecha, el FN y Lega tiene remedios claros para las
tensiones de la moneda única y la inmigración: salir del euro y detener
el flujo. A la izquierda, con excepciones aisladas, nunca se han hecho
unas demandas tan inequívocas.
En el mejor de los casos, se sustituyen
por ajustes técnicos de la moneda única, demasiado complicados para
tener mucha aceptación popular, y por alusiones vagas y avergonzadas a
las cuotas, que los votantes no entienden tan fácilmente como las
francas propuestas de la derecha.
(...) las aventuras neoimperialistas en las antiguas colonias del
Mediterráneo —el bombardeo de Libia y el alimentar por intermediación
la guerra civil en Siria— han provocado grandes oleadas de refugiados a
Europa, junto con represalias terroristas por parte de militantes
procedentes de una región en la que Occidente continua instalado como
cacique, con sus bases, sus bombarderos y sus fuerzas especiales.
Todo
esto ha provocado xenofobia: los movimientos antisistema de derecha se
han alimentado de ella y los movimiento de izquierda han luchado
contra ella leales a la causa del internacionalismo humano. Los mismos
compromisos subyacentes han llevado a la mayor parte de la izquierda a
oponer resistencia a cualquier idea de acabar con la unión monetaria,
lo que se considera una regresión a un nacionalismo responsable de las
pasadas catástrofes de Europa.
Para ellos el ideal de unión europea
sigue siendo un valor esencial. Pero la actual Europa de integración
neoliberal es más coherente que cualquiera de las vacilantes
alternativas que han propuesto hasta ahora.
Austeridad, oligarquía y
movilidad de factores forman un sistema interrelacionado. La movilidad
de factores no se puede separar de la oligarquía: históricamente no se
ha consultado a ningún electorado europeo acerca de la llegada de mano
de obra extranjera o sobre la magnitud de esta; esto siempre ocurría a
su espalda.
La negación de la democracia, que se convirtió en la
estructura de la UE, excluía desde el principio cualquier opinión
acerca de la composición de su población. El rechazo de esta Europa por
parte de movimientos de derecha es más consecuente políticamente que
el de la izquierda, otra razón de la ventaja de la derecha. (...)
En realidad, existe una enorme diferencia entre el grado de desilusión
popular con la actual UE neoliberal (el verano pasado las mayorías en
Francia y España expresaron su aversión a ella e incluso en Alemania
apenas la mitad de las personas encuestas tenía una opinión positiva de
ella) y la magnitud del apoyo a fuerzas que se declaran contrarias a
ella.
Es común la indignación o la aversión por aquello en lo que se ha
convertido la UE, pero desde hace algún tiempo el determinante
fundamental de las pautas de las elecciones europeas ha sido, y sigue
siendo, el miedo.(...)
La moneda única no ha acelerado el crecimiento en Europa y ha
infligido enormes penalidades a los países del sur más afectados. Pero
la posibilidad de una salida aterroriza incluso a aquellas personas que
ahora saben cuánto han sufrido por ella. Hay más miedo que ira. De
ahí la conformidad del electorado griego con la capitulación de Syriza
ante Bruselas, los reveses de Podemos en España, el arrastrar de pies
del Parti de Gauche en Francia.
Lo que subyace en todas partes es lo
mismo. El sistema es malo, hacerle frente es arriesgarse a un castigo. Entonces,
¿cómo se explica el Brexit? En toda la UE se teme a la inmigración
masiva. Ese temor lo fomentó la campaña a favor de la salida en Reino
Unido, campaña en la que Nigel Farage fue un destacado orador y
organizador, junto con importantes conservadores.
Pero por sí misma la
xenofobia no es en absoluto suficiente para tener más peso que el temor
a un colapso económico. (...)
Había otros factores. Después de Maastricht la clase política británica
rechazó la camisa de fuerza del euro, solo para seguir con un
neoliberalismo nativo más drástico que cualquiera de los del
continente: en primer lugar, el desmedido orgullo financializado del
Nuevo Laborismo que sumió a Gran Bretaña en una crisis bancaria antes
que cualquier otro país de Europa, a continuación un gobierno
conservador-liberal demócrata de una austeridad más drástica que
cualquiera de las generadas en Europa sin una coacción externa.
Los
resultados de esta combinación son únicos económicamente. Ningún otro
país europeo se ha polarizado tan drásticamente por regiones entre
metrópolis encerradas en una burbuja y con altos ingresos en Londres y
el sudeste, y un norte y noreste empobrecidos y desindustrializados
donde los votantes consideran que tienen poco que perder votando a
favor de salir (que, significativamente, es una perspectiva más
abstracta que abandonar el euro), pasara lo que pasara a la City y la inversión extranjera. El miedo contó menos que la desesperación. (...)
¿Por qué un Estado que había derrotado dos veces el poder de Berlín
habría de someterse a la mezquina intromisión de Bruselas o Luxemburgo?
Las cuestiones de identidad podrían superar más fácilmente a las
cuestiones de interés que en el resto de la UE.
Así pues, no funcionó
la fórmula normal (el miedo a un castigo económico es superior al miedo
a la inmigración extranjera), resentida por una combinación de
desesperación económica y amour-propre nacional. (...)
Estas fueron también las condiciones en las que un candidato
republicano a la presidencia de Estados Unidos con unos antecedentes y
un temperamento sin precedentes (abominable a ojos de la opinión
bipartidista dominante, sin hacer el menor intento de ajustarse a los
códigos aceptados de conducta civil o política, y que no gusta a muchos
de sus votantes) pudo atraer a suficientes trabajadores blancos del
cinturón industrial despreciados como para ganar las elecciones.
Como
en Gran Bretaña, la desesperación fue mayor que la aprensión en las
regiones proletarias desindustrializadas. También ahí y de una manera
mucho más cruda y abierta, en un país con una historia más profunda de
racismo nativo, se denunció a los inmigrantes y se exigieron muros,
tanto físicos como procedimentales. (...)
La victoria de Trump ha sumido a la clase política europea, centro
derecha y centro izquierda unidos, en una indignada consternación. Es
bastante malo romper las convenciones establecidas sobre la
inmigración.
Puede que la UE haya tenido pocos escrúpulos en encerrar a
los refugiados en la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan, con sus decenas
de miles de presos políticos, su tortura policial y la suspensión de lo
que se entiende por el imperio de la ley, o en mirar hacia otro lado
ante las barricadas de alambre de espino en toda la frontera norte de
Grecia para mantener a los refugiados en las islas del Egeo. Pero,
respetando las convenciones diplomáticas, la UE nunca se ha
vanagloriado abiertamente de sus exclusiones.
La falta de inhibición de
Trump en estas cuestiones no afecta directamente a la UE. Lo que sí le
afecta, y es motivo de una preocupación mucho más grave, es su rechazo
de la ideología del libre movimiento de factores de producción y, aún
más, su displicente indiferencia por la OTAN y sus comentarios acerca
de mantener una actitud menos beligerante con Rusia.
Habrá que ver si
algo de esto es más que un gesto que pronto caerá en el olvido, como
muchas de sus promesas referentes a cuestiones internas. Pero su
elección ha materializado una importante diferencia entre una serie de
movimientos antisistema de derecha o de un centro ambiguo y partidos de
izquierda, rosas o verdes convencionales.
En Francia e Italia los
movimientos de derecha se han opuesto sistemáticamente a las políticas
de la nueva Guerra Fría y a las aventuras militares aplaudidas por los
partidos de izquierda, incluyendo el bombardeo sobre Libia y las
sanciones a Rusia.
El referéndum
británico y las elecciones estadounidenses fueron unas convulsiones
antisistema de la derecha, aunque estuvieron flanqueadas por
significativos incrementos antisistema de la izquierda (el movimiento
de Bernie Sanders en Estados Unidos y el fenómeno de Corbyn en el Reino
Unido), de menor escala, aunque menos esperados.
No estará claro qué
consecuencias tendrán Trump o el Brexit, aunque sin duda serán más
limitadas que las predicciones actuales. El orden establecido está
lejos de estar derrotado en ninguno de los dos países y, como ha
demostrado Grecia, es capaz de absorber y neutralizar a una velocidad
impresionante las revueltas desde cualquier dirección.
Entre los
anticuerpos que ya ha generado están los simulacros yuppies de avances
populistas (Albert Rivera en España, Emmanuel Macron en Francia), que
arremeten contra los callejones sin salida y corrupciones del presente,
y prometen una política más limpia y dinámica en el futuro, más allá
de los partidos decadentes.
Está clara la enseñanza de los
últimos años para los partidos antisistema de izquierda en Europa. Para
no ser superados por los movimientos de derecha no se pueden permitir
ser menos radicales a la hora de atacar el sistema y deben ser más
coherentes en su oposición a este.
Eso significa hacer frente a la
probabilidad de que la UE sea ahora tan dependiente de decisiones
previas en su condición de construcción neoliberal que ya no se pueda
pensar seriamente en reformarla.
Habría que deshacerla antes de poder
construir algo mejor, ya sea rompiendo la actual UE o reconstruyendo
Europa sobre otras bases y arrojando Maastricht al fuego. A menos que
se produzca otra crisis económica más profunda, ninguna de las dos
opciones es muy probable."
(Perry Anderson enseña historia en la Universidad de California, Le Monde Diplomatique)
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