"Da Luan, “gran desorden”, es el concepto con el que los chinos designan las épocas turbulentas. (...)
Los retos del siglo son tres: atajar el cambio climático, paliar la
desigualdad social y regional, y avanzar en el desarme de la capacidad
de destrucción masiva (convertida en objeto de amplio consumo).
Si
colocamos eso al lado del cuadro institucional disponible, y de las
normas y las conductas generales al uso en el ámbito de las relaciones
internacionales, resulta un Da Luan global, una sensación general de gran desorden. (...)
En términos generales eso tiene que ver con la presencia de un mundo nuevo que precisa de una nueva civilización. (...)
El fin del mundo bipolar, de la guerra fría, abrió una oportunidad (ese era precisamente el discurso de Gorbachov sobre el “nuevo pensamiento” y la “nueva civilización”).
Era
una oportunidad para adentrarse en el multilateralismo, en la
generalización de la diplomacia y el rechazo de las políticas militares,
con un papel preponderante para las Naciones Unidas. Aquello se dejó
pasar en beneficio del catastrófico ensayo de una hegemonía monopolar,
cuya factura es más de un millón de muertos en Oriente Medio (“el crimen
del siglo”, define Noam Chomsky la invasión de Iraq) y de la
generalización de la lógica militar en la gobernanza de la
transformación concreta actualmente en curso, es decir en el tránsito
hacia un mundo multipolar con diversos centros de poder. (...)
La crisis de 2007/2008 evidenció la gran avería del capitalismo
neoliberal. Yo llegué entonces a Alemania desde China y recuerdo que mi
primer entrevistado en Berlín, un eminente sociólogo al que conocía de
treinta años atrás, me dijo: “no sabemos qué va a pasar, pero una cosa
está clara: el neoliberalismo está acabado”.
Diez años después se continúa con lo mismo en condiciones de avería. Eso ha provocado sorpresas como la del trumpetazo (y como el fenómeno Sanders) en Estados Unidos. (...)
El rechazo a la Clinton parece haber sido una reacción antiliberal
que rechaza los efectos socioeconómicos de la globalización junto con
los derechos de minorías y demás, (porque todo se presentaba en un mismo
paquete), en beneficio de un etnonacionalismo. Trump aplica sus recetas
a esa avería. Intenta una síntesis entre ese etnonacionalismo y el
neoliberalismo económico anterior. Es lo que llamamos la “lepenización de Goldman Sachs”.
Su “América first” incluye el intento de un cambio de vector exterior
(menos contra Rusia y más contra Irán y China) lo que crea una insólita
división del “partido de la guerra”. Algo extraordinario, porque la
división del establishment en un imperio puede dar lugar a los
desordenes más imprevistos. (Recordemos en ese contexto el consejo de un
conocido experto ruso a Donald Trump: “refuerce su escolta”, y también
la profecía de Michel Moore de que Trump no acabará su mandato).
Sea
como sea, esa inestabilidad interna aísla aún más a Estados Unidos, que
ya lanza claras señales de impotencia, por ejemplo en Oriente Medio,
donde manifiestamente es incapaz de hacer nada (en realidad nadie
es capaz de hacer nada por si solo allá) para arreglar el dramático
desbarajuste que tanto contribuyó a crear (lo hemos visto en Siria,
donde los rusos lo han aprovechado muy bien y, de momento, han ganado). (...)
En la UE, Alemania es el centro del problema, porque la UE que ahora
se rompe (la de Maastricht para acá) fue su diseño y es su seudónimo:
los políticos alemanes hablan de una “Europa fuerte” y una “Alemania
fuerte” indistintamente. Y es lógico porque la actual generación, que ya
no ha conocido la guerra, vuelve a pensar en una Europa alemana es
decir en algo que no suele acabar bien…
Ante su crisis de desintegración (no me extiendo en ella: todo está en Adios, Unión Europea),
la UE está poniendo en primer plano la defensa. Como han hecho los
liberales en Estados Unidos al presentar a Rusia como la explicación de
su derrota electoral, la UE busca una cohesión en la defensa y ahí Rusia
es el único pretexto disponible. (...)
Y el fondo de todo esto es la histeria de la “amenaza rusa”. Histeria
porque la población de los miembros europeos de la OTAN supera en 4
veces a la de Rusia, la suma de sus PIB supera al ruso en 9 veces, su
gasto militar en 3 veces, e incluyendo al conjunto de la OTAN en 12
veces.
Todo esto se está forzando con una campaña mediática
inusitada que intenta recrear la tradicional imagen de enemigo hacia
Rusia de la Alemania reaccionaria. (...)
En Rusia hay que distinguir la proyección exterior, que en términos
generales contribuye a la multipolaridad y modera el hegemonismo, y la
realidad interior de su gobierno. (...)
Lo primero que hay que comprender es la crítica fragilidad interna del régimen ruso.
En
una sociedad moderna y educada del siglo XXI de la periferia de Europa,
una autocracia personalista que no permite la rotación electoral y que
gobierna una economía oligárquica muy injusta e ineficaz, es, por
definición, débil.
Que compense esa debilidad restringiendo cualquier
desafío político a su monopolio, no hace más que profundizar su
disfunción estructural.
El machismo exterior puede ser un recurso temporal para conjurar la fragilidad del sistema, pero es un recurso temerario. (...)
El cambio de régimen propiciado por Occidente en Ucrania (a medias
con una revuelta popular genuina) fue, a efectos geopolíticos, el último
dedazo del expansionismo de la OTAN en el ojo del oso.Si el Kremlin no
hubiera reaccionado (en Crimea y Donbas), el nacionalismo ruso, que es
la ideología sobre la que gobierna Putin, se le habría desmoronado
encima.
Es muy fácil entenderlo: tras las retiradas geopolíticas de
Gorbachov (Europa del Este) y de Yeltsin (las repúblicas de la URSS),
tener a la OTAN en Sebastopol habría sido una humillación decisiva. Lo
siguiente habría sido una revolución de color contra Putin, un maidán moscovita
(que también habría sido mezcla de operación de cambio de régimen y de
genuina protesta popular, como fue lo de Ucrania).
Así que, insisto: Las
bellaquerías de Rusia en Ucrania y demás, han sido de naturaleza
defensiva, tanto por geografía como por la lógica que se desprende de la
supervivencia de su régimen.
Lo de Siria ha ido algo más allá de
ese machismo de estricta supervivencia. Es un paso más. Tiene que ver
con el intento de Moscú, admirablemente ejecutado, de recuperar un papel
en el mundo. (...)
Otro aspecto actual de Rusia con el trumpetazo tiene que ver con el
hecho de que veinte años de agravios occidentales propiciaron un
acercamiento entre Rusia y China, ambas sometidas a presiones
estratégicas parecidas.
Pero el sueño del Kremlin era una administración
americana con la que entenderse de igual a igual, y el de los
dirigentes chinos algo parecido, llegar a un entendimiento global. El
acercamiento ruso-chino ha tenido, ciertamente, mucho de reactivo, pero
ha echado raíces.
Ahora la mano tendida de Trump (una mano que
apunta contra China e Irán) despierta recelos entre los socios no
occidentales de Rusia: China, Irán, India y otros.
Esos países
siempre sospecharon que la vocación de Moscú era occidentalista y que el
euroasiatismo no era más que una forma de presión a Occidente. (...)
Una sintonía con Trump aumentará la rusofobia de la amplia oposición a Trump, tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea. (...)
Tanto en Estados Unidos como en Rusia, estamos ante países, que con toda
su diferente potencia, tienen en común el hecho, siempre doloroso, de ir a menos.
Estados Unidos se despide del hegemonismo (tras 70 años de ejercicio,
está manifiestamente mal preparado para ello), y Rusia intenta recuperar
algo de su papel de segundo pilar del mundo de la guerra fría (de ahí
su obsesión de que Estados Unidos la tenga en cuenta).
Lo de China es
diferente. China va a más. Pero su tránsito es un regreso. China ya fue, por muchos siglos y hasta 1800, centro del mundo. (Zhong Guo, país del centro). Primera potencia, podríamos decir. (...)
En un contexto de crisis de civilización (civilización industrial, que es “made in West”), una preponderancia sinocéntrica (un poco de taoísmo y confucianismo) en el mundo multipolar, puede no estar mal.
Dicho
esto, constatamos lo qué está haciendo China en esta fase tan
turbulenta: ponerse el cinturón de seguridad. Pero un cinturón de
seguridad chino. Sutil y diverso. (...)
En Marrakesh China fue entronada en noviembre como garante del acuerdo
climático, por absentismo de Estados Unidos. En Davos Xi Jinping lanzó
el mensaje a favor de la interdependencia del capitalismo, que solía ser
el de Estados Unidos. En política exterior el principal mensaje de
Pekín es una integración blanda. (...)
Esa política tiene varios vectores. Uno de cooperación y seguridad
que no tiene nada que ver con bloques (La Organización de Cooperación de
Shanghai -al principio, en 1996 con los ex soviéticos. Este año se
espera a India y Paquistán. Sumen poblaciones y territorio), y otro
comercial llamado “Nuevas rutas de la seda”, con ferrocarriles de alta
velocidad hacia el sur de Asia (Singapur, Malasia, Tailandia), hacia
Persia y hacia Europa, a través de Rusia.
Si los chinos logran
captar a Alemania en esta red -lo que presupone una seguridad europea
integrada que incluya a Rusia- me parece que se despejarían muchos
problemas.
Al mismo tiempo en Asia Oriental, China fomenta una
gran zona de libre comercio, potencia el Banco Asiático de Inversión y
deja bien claro que no permitirá cinturones de hierro a su alrededor.
Cuatro palabras sobre ese cinturón de hierro militar americano con la
colaboración de Japón, Corea del Sur, su tensión en el Mar de China
Meridional, y su escudo antimisiles análogo al que hay en Europa.
Tal cinturón es el principal vector de la política de Estados Unidos en la región. Pivot to Asia,
el giro hacia Asia, se llama, y consiste en situar allá el 80% de la
capacidad aeronaval de su armada. Eso es todo. Comparen cinturones de
seguridad. (...)
Dicho esto, el declarado proteccionismo de Trump hacia China es una
amenaza para la mayor relación económica bilateral del mundo que es la
chino-americana. Su ruptura tendría consecuencias devastadoras para
China. Pero también para Estados Unidos.
China podría responder
con sanciones a empresas americanas en China (solo Boeing tiene 150.000
empleos dependientes de esa relación con China). Disminuiría el
entusiasmo chino por comprar deuda pública americana (Tienen 800.000
millones en bonos del tesoro).
Dejarían de afluir a Estados Unidos esos
productos baratos de importación china (fabricados en un 50% por
empresas americanas establecidas en China) que consumen los sectores
medios/bajos que tanto han votado a Trump.
Resumiendo: todo este
desorden, estas turbulencias son malas para todos, pero para algunos son
peores que para otros. Aunque China esté repleta de fragilidades como
la apabullante factura medioambiental de su desarrollismo, o las
contradicciones y tensiones sociales de su sistema autoritario en un
contexto de gran desigualdad, entre otras, hay un aspecto del actual
desorden que le favorece: La existencia de 2 occidentes (Estados Unidos
por un lado, la Unión Europea por el otro) y además ambos divididos en
su interior.
Desde el punto de vista de las correlaciones de fuerzas
globales eso es algo que no le viene mal a China. ¿Es esa fractura
interna coyuntural? ¿Será significativa a largo plazo?
Sea como
sea, después de todo quizá sea el ascenso de China uno de los pocos
factores de estabilidad que quedan para el mundo desordenado. (...)" (Rafael Poch , La Vanguardia, en Rebelión, 08/03/17)
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