"(...) “Es la historia de un tipo que cae de un edificio de 50 pisos. Para
tranquilizarse mientras cae al vacío no para de decirse: ‘Hasta ahora
todo va bien, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien…’. Pero
lo importante no es la caída. Es el aterrizaje”.
A 430 kilómetros al noreste de la capital francesa, en La Haya, los
dirigentes socialdemócratas del Partido del Trabajo (PvdA por sus siglas
en holandés) recuerdan a ese pobre diablo que está a punto de
estrellarse contra el suelo. A pesar de que los sondeos pronostican una
bajada brutal en las elecciones del 15 de marzo -- con una pérdida de
dos tercios de los votos que consiguieron en 2012--, ellos son
optimistas. (...)
Los asesores de comunicación del PvdA insisten a la prensa. “Recordad
dónde nos situaban las encuestas en 2012”, dicen con razón. En aquella
campaña electoral protagonizaron una remontada espectacular.
Un mes
antes de los comicios se calculaba que conseguirían 15 escaños, pero
finalmente lograron 38 (25% del voto). (...)
Samsom sedujo al electorado con una idea fuerza que en 2012 sonaba
posible: se puede salir de la crisis con una “Holanda más fuerte y más
social”, aseguraba en los anuncios de campaña. El golpe definitivo lo
dio en el primer debate electoral, cuando sus argumentos sonaron muchos
más convincentes que los de Emile Roemer, candidato del SP (Partido
Socialista, a la izquierda del PvdA).
Las encuestas pronosticaban una
subida importante de Roemer, pero finalmente repitió el mismo resultado
que en las elecciones anteriores. (...)
Lo que ocurrió a continuación fue un suicidio político delante de las
cámaras. El líder del VVD, Mark Rutte, ofreció al PvdA un pacto de
gobierno para formar una gran coalición. Un acuerdo entre dos actores
que históricamente habían sido enemigos políticos. A un lado, un partido
que apostaba por los recortes promovidos por Bruselas.
Al otro, uno que
pedía más inversión en sanidad, I+D y educación. Una trampa en nombre
de la responsabilidad. Una manzana envenenada a todas luces. Y los
socialdemócratas la mordieron.
Rutte renovó su puesto como primer ministro y ambos partidos se
repartieron los ministerios a partes iguales, seis para los liberales,
seis para los socialdemócratas. Se sustituyó entonces el clásico Estado
del bienestar por una “sociedad participativa”, término acuñado por el
gobierno para defender que las redes familiares, esas que han aguantado
el mayor peso de la crisis en el sur de Europa, también debían tensarse
en Holanda.
El Estado solo intervendría en caso de extrema necesidad,
pero el ciudadano debía contar preferiblemente con sus allegados para
salir adelante.
Los holandeses comprobaron pronto lo que significaba toda esta
palabrería: recortes, recortes y más recortes. La edad de jubilación
aumentó a los 67 años, las becas para estudiantes, antaño generosas, se
sustituyeron gradualmente por becas-préstamos, que actualmente dejan a
los jóvenes con deudas de miles de euros.
Se flexibilizó el mercado
laboral y las partidas para servicios sociales se redujeron. Parte de
estas últimas competencias se transfirieron a los ayuntamientos, cuyos
recursos son menores. Ni rastro de la “Holanda más social” prometida por
Samsom en su campaña electoral. Doce meses después, las encuestas
señalaban que los socialdemócratas se hundían, pasando de los 38 escaños
a 13. De ahí apenas se han movido en los últimos tres años. (...)
La tasa de desempleo fue de apenas un 5,4% en el último cuatrimestre
de 2016, aunque parte de este mérito se debe a la flexibilización del
mercado de trabajo, que ha registrado un aumento en el número de
contratos temporales.
Incluso un informe publicado por una oficina
dependiente del gobierno ha llamado la atención sobre problemas
relativamente nuevos entre trabajadores holandeses, como la pérdida de
perspectivas de futuro y una creciente inseguridad, especialmente entre
los más jóvenes.
Los institutos demoscópicos no detectan, a dos semanas de las elecciones, una remontada semejante a la de Samsom en 2012. (...)
El asesinato de Fortuyn en 2002 llevó al xenófobo Geert Wilders a
ocupar ese espacio político, que parece agrandarse cada vez parece más.
Su partido, según todas las encuestas, será el más votado dentro de dos
semanas.
Wilders tiene la habilidad de combinar un nacionalismo de
extrema derecha con propuestas económicas cercanas a la izquierda (más
gasto en Sanidad, jubilación a los 65 años, reducción de los
alquileres), atrayendo así a antiguos votantes del PvdA.
El debate sobre los inmigrantes y los refugiados ha tomado fuerza
hasta el punto de que hoy se ha convertido es uno de los más importantes
para la opinión pública. “El 80% de los electores piensa que los
inmigrantes tienen que adaptarse”, asegura el periodista Sommer. Esto ha
llevado al PvdA a insistir en el deber que tienen los holandeses de
segunda y tercera generación, en su mayoría de raíces turcas y
marroquíes, de integrarse en los valores de la sociedad en la que viven.
Estas posiciones llevaron a dos diputados del PvdA de ascendencia
turca a criticar de forma pública el viraje de su partido respecto al
tema. Las tensiones llegaron a su zenit en noviembre de 2014, cuando
estos políticos fueron expulsados del grupo parlamentario. (...)
Todas estas fugas hacen zozobrar el barco socialdemócrata, pero el
agujero en la línea de flotación lo tiene en un lado concreto de su
izquierda. Su causante no es el SP, que en las encuestas no parece
beneficiarse de la caída del PvdA, sino Groenlinks (Izquierda verde). (...)
Groenlinks es un partido que se mueve bien en redes sociales, atrae
mucho voto de gente joven y ha sido uno de los más contundentes a la
hora de descartar al ultraderechista Geert Wilders como posible socio de
gobierno. La formación parece jugar con Jesse Klaver la misma carta que
usó el PvdA en 2012: un candidato nuevo que da aire fresco a la
política y habla en sus discursos de cambio y esperanza.
El partido ecologista, en su manifiesto, critica el aumento de la
desigualdad en Holanda y responsabiliza del aumento del populismo de
derechas al “fracaso de las políticas de los partidos tradicionales”.
Carga también contra la “Tercera Vía” promovida por parte la
socialdemocracia en los años noventa, pero deja claro que ellos son un
partido moderado: “No podemos volver al antiguo Estado del bienestar”,
aseguran, al mismo tiempo que rechazan intentar recuperar la edad de
jubilación a los 65 años porque “todos nos hacemos más viejos, por eso
le pedimos a los que pueden que trabajen un poco más”.
En su lugar,
Groenlinks pone el foco en el sistema fiscal para hacer que las rentas
más altas y las empresas paguen más impuestos, los cuales serían en
parte dedicados a combatir el cambio climático.
El drama para la izquierda en estos comicios es su débil punto de
partida. Si las previsiones aciertan las dos formaciones más votadas
serán la extrema derecha de Wilders (PVV) y la derecha liberal de Rutte
(VVD). Cualquier posibilidad de gobierno pasará, en un principio, porque
uno de estos dos líderes sea primer ministro de Holanda. El PvdA,
mientras tanto, lucha por conseguir el quinto puesto y reza para no
quedarse séptimo. Malos tiempos para la socialdemocracia, también en el
norte de Europa." (David Morales Urbaneja, CTXT, 05/03/17)
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