"Había tal pánico en las élites europeas ante la posibilidad de una
presidencia de Le Pen que las campanas repican hoy en todo el
continente en honor de Macron, el salvador de Europa. Euforia prematura.
No sólo porque hay elecciones legislativas en junio donde se juega el
destino de un nuevo partido presidencial construido en cuestión de días,
sino porque los datos de la elección muestran una profunda división de
Francia y un insuficiente apoyo social a Macron y a su europeísmo
neoliberal. (...)
En la segunda vuelta, jugó el reflejo antifascista y
aunque Le Pen sumó un tercio del voto no pudo superar la barrera erigida
por los que votaron a Macron para evitar el peligro junto a un voto
liberal de gente harta de los partidos tradicionales y atraída por la
novedad de un joven tecnócrata aparentemente limpio.
Ahora bien, aunque
Mélenchon exagera insinuando que la abstención es suya, tiene razón al
decir que los 4 millones de votos en blanco (un récord histórico) y los
12 millones de abstencionistas constituyen un bloque que supera los 11
millones de Le Pen.
Aun suponiendo que la abstención fuera por hastío,
parece evidente que hay una resistencia de fondo a confiar en el nuevo
presidente. En realidad Macron no ha ganado con un 65% sino con el voto
del 43,6% de los electores.
Y como muchos de ellos (tal vez un tercio,
según algunas encuestas) lo hicieron por rechazo a Le Pen, no parece que
haya recibido un mandato para reconstruir la República como pretende.
El mandato más claro que tiene proviene de las cancillerías europeas más
que de su país. Cierto que su primer discurso se centró en la
superación de la fractura social y política de Francia, porque tonto no
es.
Pero su primer anuncio de política ha sido resucitar, endurecida, la
reforma laboral que Hollande le obligó a retirar por su impopularidad
cuando era ministro de Economía. Y la reacción de la calle y de los
sindicatos fue una manifestación dura y una llamada a la resistencia
social.
No lo va a tener fácil en la sociedad, aunque sí en la
política porque los partidos tradicionales, en descomposición, se están
alineando bajo el paraguas protector de una mayoría presidencial,
empezando por los socialistas de Hollande que ven a Macron como su nuevo
líder aunque él desprecie el abrazo perjudicial de los desprestigiados
socialistas. (...)
El partido de Macron está basado en un proyecto de refundación de la
política con la obligada complicidad de notables de derecha y de centro.
Y cuenta con que en la segunda vuelta de las legislativas en cada
circunscripción tendrán enfrente al nuevo partido de Le Pen y
funcionará el mismo reflejo de frente republicano en torno al mejor
situado.
Pero ahí las cosas se complican porque la Francia Insumisa de
Mélenchon tiene fuerza en algunas áreas del país (primer partido en
Marsella y Lille) y también puede beneficiarse de ese voto conjunto
anti-Le Pen.
De modo que el futuro Parlamento puede estar mucho más
fragmentado de lo que prevén Macron y Hollande (de nuevo reunidos),
además de la fragmentación interna de un partido de aluvión hecho de
jóvenes ambiciosos y viejos acomodaticios sin otra cohesión que ocupar
el Estado. (...)
Pero más significativa que la división política es la
fractura social. El macronismo se concentra en las grandes ciudades,
sobre todo París, contra las áreas rurales, las provincias y los
cinturones exrojos. Y lo votan los grupos sociales de más alto nivel
económico y educativo en oposición a los trabajadores.
Y aunque él sea
joven, su porcentaje sube entre los más viejos porque son más
conservadores.
La crítica de fondo a este europeísmo clasista y
globalizador se acentuará necesariamente. Por eso es una ceguera suicida
el continuar tirando con la Unión Europea actual como si no pasara nada
mientras se ganen votaciones engañosas." (Francia: victoria engañosa, de Manuel Castells , )La Vanguardia, en Caffe Reggio, )
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