"El 11 de septiembre de 2017, los ciudadanos noruegos acudirán de
nuevo a las urnas para decidir si la actual coalición de gobierno entre
el Partido Conservador y el Partido del Progreso, en el poder desde
octubre de 2013, continuará o será sustituida por una coalición en la
que el socialdemócrata Partido Laborista desempeñará de nuevo un papel
protagonista.
El caso noruego ofrece algunos elementos que permiten
comprender mejor cómo pensar y cómo no pensar acerca del reto que
representa el populismo de derechas para las democracias liberales y
seculares de Occidente. (...)
En la mayoría de los casos, lo que está ausente del relato de muchos de
estos científicos políticos que abarrotan actualmente este campo
académico es la explicación de las “políticas de afecto” que se
encuentran en el origen del ascenso de estas formaciones. Los
fluctuantes patrones de voto y sondeos de opinión tienen límites en
cuanto a la información que pueden ofrecer sobre las emociones políticas
que están detrás de este fenómeno. (...)
Con respecto a sus políticas económicas, el Partido del Progreso pasó, a
mediados de los ochenta, de ser una formación antiimpuestos y
libertaria a defensora del Estado del bienestar: ningún otro partido
político ofrecía una promesa de mayor gasto social si resultaba elegido.
Sin embargo, había trampa: solo lo haría con la condición de que el
gasto social del Estado se limitara a aquellos que considerasen
“merecedores”, e inevitablemente estos eran definidos en términos
etnonacionalistas. De ahí el término académico “bienestar nacionalista”
que desde hace tiempo representa al partido. (...)
A lo largo de los ochenta, los principales partidos políticos
noruegos, fueran de derecha, centro o izquierda, mantuvieron una
política de cordón sanitario que evitaba cualquier cooperación con el Partido del Progreso.
Esta
formación tampoco se preocupaba mucho por enmendarse: todavía en 1995,
por ejemplo, algunas figuras centrales de la organización se asociaron
con activistas neonazis noruegos durante una campaña electoral
parlamentaria. Una exposición mediática que no hizo mella en su
popularidad.
El partido además se oponía abiertamente a los
medios de comunicación dominantes. En un ensayo de lo que en la época de
Trump se ha convertido en una invocación constante de la derecha
populista que califica como “noticias falsas” las “noticias que les
disgustan”, el Partido del Progreso atribuyó a la emisora estatal
noruega NKR el nombre de ARK, un acrónimo que juega con las supuestas
simpatías de la emisora hacia el socialdemócrata Partido Laborista.
Obviamente, esto no era más que parte de la parcela de “antielitismo” y
“antiintelectualismo” característica de todos los partidos populistas de
derechas del mundo.
Lo que hizo que el cordón sanitario fuese
cayendo de forma paulatina fue la constatación generalizada por parte de
las principales formaciones de que el Partido del Progreso había
conseguido imponer de forma hegemónica su posición con respecto a la
inmigración y a las políticas de integración, y que además esta había
atraído a un gran número de sus antiguos votantes.
Los politólogos
noruegos han demostrado la forma tan drástica en que cambió no solo el
tono y el sentido de los debates sobre inmigración e integración en los
noventa, sino también cómo los principales partidos políticos de
izquierda y derecha modificaron cada vez más sus opiniones sobre estos
asuntos en sus programas.
En este sentido, sería difícil no ver una
reacción a la defensiva de los demás partidos frente a la intimidación
del Partido del Progreso por su supuesta “debilidad” con respecto a
estos asuntos. (...)
En las elecciones parlamentarias de septiembre de 2009, durante las
que la estrategia del Partido del Progreso fue atacar incesantemente a
los inmigrantes y a los musulmanes mediante la amenaza de una inminente
“islamización encubierta” de Noruega, esta formación superó al Partido
Conservador como el segundo más importante en el Parlamento.
Fue
entonces cuando los estrategas conservadores, que hasta entonces habían
sido fieles en sus acuerdos con los centristas democráta-cristianos,
comenzaron a realizar acercamientos hacia los populistas al darse cuenta
de que la única forma de conseguir volver a gobernar sería confiando su
futuro electoral a una alianza con el Partido del Progreso.
Si
se observa en profundidad, esto dio lugar a un matrimonio político de
conveniencia entre dos socios extremadamente desiguales, ya que el
Partido Conservador cuenta con los votantes con mayor nivel educativo y
mayores ingresos del país, mientras que los que eligen al Partido del
Progreso son aquellos con menor nivel educativo, que ocupan puestos
precarios en el sector servicios y que más dependen de las asistencias
sociales.
No obstante, el trato que alcanzaron funcionó bastante bien
para ambas partes: el Partido Conservador ha sido el que ha marcado la
pauta del gobierno en cuanto a política económica, fundamentalmente en
relación con la privatización y los impuestos, mientras que el Partido
del Progreso ha concentrado sus esfuerzos en controlar con mano férrea
la inmigración y las políticas de integración.
Desde que
alcanzara el poder en octubre de 2013, el partido ha cumplido su promesa
de favores políticos: la presidenta del Partido del Progreso y ministra
de Economía, Siv Jensen, sin ninguna formación económica y que admite
de buen grado no leer libros de ningún tipo, ha recurrido más que
ninguno de sus predecesores al Fondo Petrolero de Noruega, el
instrumento establecido por el gobierno socialdemócrata del ex primer
ministro Jens Stoltenberg para asegurar la viabilidad económica futura
de las próximas generaciones.
La burocracia del Estado y los empleos del
sector público se han multiplicado como resultado, sobre todo, de los
faraónicos proyectos en infraestructuras viarias y ferroviarias. Y,
además, el gobierno ha concedido rebajas y recortes de impuestos sin
precedentes al 1% más rico de Noruega.
Por supuesto, no es ninguna
coincidencia que algunos de los empresarios noruegos más ricos
estuvieran entre los principales artífices de la coalición gubernamental
entre el Partido Conservador y el Partido del Progreso: el gobierno no
ha hecho sino devolver el favor en metálico.
Mientras tanto, el
desempleo, aunque es relativamente bajo en términos comparativos, ha
crecido hasta alcanzar niveles no vistos desde los noventa, como
consecuencia de los bajos precios internacionales del petróleo y de la
reducción del sector petrolero, que supone aproximadamente un 40% de la
recaudación pública.
Las desigualdades socioeconómicas han aumentado y
son además cada vez más raciales, puesto que los hijos de los noruegos
de origen inmigrante representan un número desproporcionadamente mayor
entre los niños que viven en la pobreza, rodeados por la abundancia de
Noruega. Los programas de asistencia social para los pobres, los
parados, los enfermos o los discapacitados también han sufrido recortes. (...)
Si el resentimiento de la clase trabajadora masculina blanca, como
consecuencia de la desigualdad socioeconómica, de la falta de
representación política y social, de la precariedad y de la
globalización, fuese todo lo que había en el auge del populismo de
derechas, el actual escenario nórdico no tendría mucho sentido.
Esto no
quiere decir que los condicionantes socioeconómicos no sean importantes:
es un hecho demostrable que los votantes del Partido del Progreso
suelen tener niveles bajos de educación y cualificación y que son
blancos en su mayoría.
Pero el caso noruego nos habla de la profunda
atracción que provocan las narrativas culturales centradas en la
marginación sentida (no necesariamente real) por una cierta concepción
de la blanquitud masculina en condiciones de neoliberalismo y
globalización. (...)
El populismo de derechas (al contrario de lo que quieren que pensemos
algunos sectores de la extrema izquierda) no es fascismo, aunque la obra
cumbre de Robert O. Paxton sobre la historia del fascismo moderno nos
recuerde que este llegó al poder gracias a las alianzas políticas
estratégicas que estableció con los conservadores durante el período de
entreguerras en Europa.
De casi igual manera, el caso nórdico y noruego
nos demuestra que hasta ahora los populistas de derechas no han llegado
solos al poder, sino que son los conservadores quienes les han recibido
con los brazos abiertos.
Por mucho que les moleste a los conservadores
noruegos, la realidad política muestra, por regla general, un tipo de
pacto faustiano, según el que los populistas de derechas en el poder
ignoran los principios conservadores relacionados con los derechos
humanos, la ley internacional y los compromisos humanitarios, que en
realidad nunca les importaron un comino.
De forma sorprendente y en
contra de la lógica más básica, los políticos del Partido Conservador de
Noruega han comenzado, a imitación de Trump, a hablar del populismo
como una amenaza existencial, mientras fingen no darse cuenta del hecho
de que gobiernan junto a un partido populista de derechas, y han llegado
hasta el extremo de calificar tanto a los centristas como a los
socialdemócratas noruegos como populistas.
Queda por ver si el
electorado noruego seguirá los pasos de los votantes holandeses,
franceses y británicos y rechazará este pacto faustiano en las
elecciones de septiembre."
(Sindre Bangstad, investigador asociado del KIFO (Instituto de Investigación sobre Iglesia, Religión y Cosmovisión) , Statsministerens kontor, en Rebelión, 30/06/17)
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