"(...) El hecho de que esta lacra socioeconómica esté causando estragos entre la población empieza a hacer que se sientan sus efectos a nivel macroeconómico.
No se puede pasar por alto que esta epidemia tiene especial incidencia
en las zonas más duramente golpeadas tras la crisis iniciada con las
hipotecas subprime, y que afecta en mayor proporción al hombre blanco de
clase media, o lamentablemente deberíamos decir de ex-clase media.
La doble vertiente por la que les traemos hoy este asunto teñido de
color salmón es porque uno de los principales desencadenantes de esta
crisis sanitaria ha sido el factor económico, a lo que se añade ahora
también que sus efectos macroeconómicos están en boca incluso de las
principales instituciones económicas del país. (...)
Lo cierto es que este problema socio-sanitario, y ahora también
económico, no es nuevo en absoluto, sino que más bien viene de
(bastante) atrás. Realmente la (poca) novedad puede venir por la nueva
vertiente macroeconómica que ha empezado a tomar el asunto, pero lo
cierto es que hace varios años que ya se encendieron todas las
alarmas a nivel sanitario, que lamentablemente no socioeconómico, en las
calles de ciudades como Nueva York.
En esta noticia del New York Times
pueden leer cómo en 2014 la policía de la Gran Manzana empezó de nuevo a
llevar de servicio kits anti-sobredosis, una medida que no se veía
desde aquellos (en términos nacórticos) terribles años 80 y parte de los
90.
Así en las calles de las ciudades que marcan tendencia en todos los
sentidos se empezó hace años a sentir el incremento de muertes por
sobredosis, pero lo cierto es que la dimensión del problema también
tenía una importante vertiente en la América rural (o al menos no tan
cosmopolita), en especial en zonas donde la crisis golpeó con mayor
virulencia.
De hecho, en esta noticia del semanario económico Forbes pueden leer cómo la anterior administración del expresidente Obama ya trajo en 2016 una legislación específica sobre el asunto, que trataba de atajar la creciente (y entonces ya desbocada) ola de adicción a los opiáceos.
La situación ha seguido deteriorándose desde entonces, y la actual administración del presidente Trump está incluso valorando declarar el estado de emergencia nacional por este asunto, como pueden leer en esta noticia de USA Today.
Como no podía ser de otra forma, con un sector creciente de la
población dependiente de una sustancia tan adictiva como es la heroína
(aquel temible "caballo" de los años 80), se ha acabado llegando a una
situación en la que tiene incluso impacto económico y laboral en las
cuentas de Estados Unidos S.A.; punto en el cual la FED ha entrado en
escena.
El desarrollo de los acontecimientos parece en parte venir heredado de
la prescripción "alegre" de medicamentos opiáceos, que demasiados
facultativos han estado recetando incluso como analgésicos de uso común.
De hecho, se ha legislado ya al respecto, y las barreras para tener
acceso a estos medicamentos son cada vez mayores. Estas prescripciones,
unidas a la terrible recesión que ha asolado condados enteros, ha
acabado echando en brazos de la felicidad artificial a ciudadanos
arrinconados por una crisis económica acuciante, y que no conseguían ver
la luz al final del túnel. (...)
Entonces ya les introdujimos a cómo el factor económico ha sido el principal desencadenante de la crisis socioeconómica que ha
afectado a bastantes de los condados que coinciden en ser hoy por hoy
los puntos "calientes" en cuanto a la adicción a la heroína y los
opiáceos, y también en cuanto a la lamentable pérdida de vidas
humanas por sobredosis. La última crisis ha sido la guinda de un largo
proceso que, como pueden leer en este análisis de Brookings,
ha llevado a la contundente pérdida de más de un tercio de los puestos
de trabajo manufactureros que estaban radicados en EEUU, lo cual se
traduce en más de seis millones de puestos de trabajo volatilizados.
Una
parte importante de esta pérdida de empleo manufacturero se ensañó en
el Midwest y en los estados del conocido como "Rust Belt" (o "Cinturón
de óxido", apodo que hace referencia a su carácter industrial), un polo
manufacturero que abarca(ba) además del Midwest también al Midatlantic.
Como extremo más oriental de esta extensa región, el Midatlantic acaba en la ciudad de Baltimore, una ciudad costera que en sus recientes días de gloria fue uno de los puertos más importantes de la costa este. Como pueden leer en este artículo del National Observer,
hasta la década de los 80 Baltimore era una pujante ciudad que
alardeaba de una amplia clase acomodada, en donde los ingresos medios
por hogar superaban en un 7% a la media nacional.
El número de familias
de clase media estaba por encima de la cifra del resto del país en una
quinta parte, y el número de habitantes en situación de pobreza era
inferior a la media estadounidense también en una quinta parte.
En la cúspide de su boom económico, tres cuartas partes de los
trabajadores de Baltimore desarrollaban su actividad profesional en el
sector de la industria manufacturera o en el sector portuario.
Su puerto
no sólo se beneficiaba de la pujante industria local, sino que era la
vía de salida natural al mar de las mercancías producidas en el
importante cinturón industrial del "Rust Belt", que se extendía por el
este hacia el Midwest americano. Pero el declive económico llegó, con la
estocada letal de la última crisis, según pueden leer en este artículo de ABC News,
que lleva el representativo título de "Baltimore es la capital
estadounidense de la heroína".
Uno de los datos más alarmantes de la
dimensión del drama narcótico de Baltimore revela cómo, en una ciudad
de poco más de 600.000 almas, hay una impactante cifra de 60.000
heroinómanos: ni más ni menos un 10% de la población consume este potente, adictivo, y peligroso estupefaciente.
Y otro indicador representativo de la dimensión y alcance del
problema viene del lado de la salud, el bienestar y la calidad de vida:
según pueden leer en esta noticia y el gráfico de The Atlantic, la
mortalidad se está disparando en el segmento de la población del hombre
blanco de (ex)-clase media, que es el que más fielmente representa el
perfil del descontento popular en Estados Unidos.
Ante la
desesperación y los problemas económicos acuciantes, no es de extrañar
que una parte importante de este grupo de población haya podido creer
encontrar en los opiáceos una efímera forma de ver la vida de otro color
distinto al negro.
Entonces ya les introdujimos a cómo el factor económico ha sido el principal desencadenante de la crisis socioeconómica que ha
afectado a bastantes de los condados que coinciden en ser hoy por hoy
los puntos "calientes" en cuanto a la adicción a la heroína y los
opiáceos, y también en cuanto a la lamentable pérdida de vidas
humanas por sobredosis.
La última crisis ha sido la guinda de un largo
proceso que, como pueden leer en este análisis de Brookings,
ha llevado a la contundente pérdida de más de un tercio de los puestos
de trabajo manufactureros que estaban radicados en EEUU, lo cual se
traduce en más de seis millones de puestos de trabajo volatilizados.
Una
parte importante de esta pérdida de empleo manufacturero se ensañó en
el Midwest y en los estados del conocido como "Rust Belt" (o "Cinturón
de óxido", apodo que hace referencia a su carácter industrial), un polo
manufacturero que abarca(ba) además del Midwest también al Midatlantic.
Como extremo más oriental de esta extensa región, el Midatlantic acaba en la ciudad de Baltimore, una ciudad costera que en sus recientes días de gloria fue uno de los puertos más importantes de la costa este. Como pueden leer en este artículo del National Observer,
hasta la década de los 80 Baltimore era una pujante ciudad que
alardeaba de una amplia clase acomodada, en donde los ingresos medios
por hogar superaban en un 7% a la media nacional.
El número de familias
de clase media estaba por encima de la cifra del resto del país en una
quinta parte, y el número de habitantes en situación de pobreza era
inferior a la media estadounidense también en una quinta parte.
En la cúspide de su boom económico, tres cuartas partes de los
trabajadores de Baltimore desarrollaban su actividad profesional en el
sector de la industria manufacturera o en el sector portuario. Su puerto
no sólo se beneficiaba de la pujante industria local, sino que era la
vía de salida natural al mar de las mercancías producidas en el
importante cinturón industrial del "Rust Belt", que se extendía por el
este hacia el Midwest americano.
Pero el declive económico llegó, con la
estocada letal de la última crisis, según pueden leer en este artículo de ABC News,
que lleva el representativo título de "Baltimore es la capital
estadounidense de la heroína". Uno de los datos más alarmantes de la
dimensión del drama narcótico de Baltimore revela cómo, en una ciudad
de poco más de 600.000 almas, hay una impactante cifra de 60.000
heroinómanos: ni más ni menos un 10% de la población consume este potente, adictivo, y peligroso estupefaciente.
Y otro indicador representativo de la dimensión y alcance del
problema viene del lado de la salud, el bienestar y la calidad de vida:
según pueden leer en esta noticia y el gráfico de The Atlantic, la
mortalidad se está disparando en el segmento de la población del hombre
blanco de (ex)-clase media, que es el que más fielmente representa el
perfil del descontento popular en Estados Unidos. (...)
Como les decíamos antes, parte de la causa del problema ha sido la
generalización del uso de los medicamentos opiáceos como analgésicos de
uso común, lo cual ha introducido a amplios segmentos de
población en el mundo de las sensaciones de bienestar "artificiales",
sin ser muchas veces conscientes de ello y del peligroso terreno en el
que se estaban adentrando.
Una parte nada desdeñable de este
grupo de población ha acabado yendo más allá, y, una vez desarrollada la
adicción a estos medicamentos, ante la dificultad de seguir
consiguiendo prescripciones de un doctor y el elevado precio de los
medicamentos opiáceos, acaban recurriendo a la heroína para mantener esa
sensación de felicidad inyectada por vena, que les ha permitido
momentáneamente dejar de lado las calamidades económicas que les
rodeaban.
La heroína inicialmente resulta mucho más barata en comparación con
los carísimos medicamentos opiáceos, pero esta sustancia estupefaciente,
además de ser tremendamente adictiva, resulta que conlleva una
rápida evolución en la necesidad de inyectarse cada vez dosis mayores
para mantener el nivel de sus efectos placenteros y de paraíso artificial. En este artículo de Xataka Magnet
pueden ponerle cifras a la pasmosa epidemia sobre la que les hablamos
hoy.
De hecho, incluso iconos mediáticos y sociales han caído víctimas
(mortales) de esta epidemia silenciosa, con el preocupante agravante de
que algunos de ellos eran destacados estandartes anti-estupefacientes,
que ni en los años 80 llegaron a caer en la tentación de la efímera
felicidad inducida.
Entre las cifras más alarmantes que destacaban los compañeros de
Magnet está que esta epidemia ha llevado a que, en los últimos tres
años, el número de muertes en EEUU por sobredosis haya sobrepasado a las
muertes por arma de fuego en el pico de los violentos 90, las de la
epidemia del SIDA de aquellos mismos años, o las muertes por accidente
de coche en los 70, cuando se empezó a actuar por una normativa estricta
contra este tipo de sucesos.
Y poniéndonos ya en el contexto concreto
del consumo de estupefacientes, también hay que resaltar que 18 personas de cada 100.000 han muerto en 2017 por sobredosis, cuando en 2014 éstos eran 14.7 personas, y en 1999 sólo eran tan sólo 6 de cada 100.000. Parece tratarse pues de una verdadera situación de emergencia nacional.
El resultado es que hoy en día es tristemente frecuente encontrarse
en ciertos condados, asolados por el paro y los problemas
socioeconómicos, a parejas de padres y madres de familia heroinómanos,
en entornos rurales o en ciudades como Baltimore.
El choque
socioeconómico que han sufrido en estos cinturones de población es
doblemente grave, puesto que eran condados en los que hace tan sólo unos
lustros se disfrutaba de un excelente nivel de vida, sensiblemente
superior a la media nacional.
El drama de esta epidemia llega al extremo
de que es relativamente habitual para la policía de estos
condados encontrarse a padres y madres de familia totalmente drogados en
presencia de sus hijos pequeños, como pueden ver en las impactantes imágenes de esta noticia de The Inquisitr,
sobre cuya crudeza les advierto. Debo decirles que las enlazamos
simplemente con el ánimo de mostrar lo crudo de este drama, hasta qué
punto de dependencia puede llevar una adicción tan fuerte y letal como
es la de los opiáceos, y con la intención última de alertar de a qué acaba llevando esta efímera sensación de felicidad inyectada.
Ahí está el hueco de ese gap en el mercado laboral del que hablábamos
antes: llegados a ese punto de adicción y dependencia, si se preocupan
por sus propios hijos lo que parece (y eso que son lo más importante
para unos padres), háganse una idea de lo que se van a preocupar por una
simple entrevista para un puesto de trabajo.
Y según abríamos con el título de este análisis, los efectos que esta
terrible y extendida epidemia está teniendo en la población
estadounidense ha acabado por impactar al mercado de trabajo de Estados
Unidos. Recordemos que la FED tiene, como el BCE, el mandato de mantener
bajo control la inflación, pero que además en el caso de la FED el
mandato es doble, y debe también vigilar el empleo.
Precisamente es por
esta segunda parte del mandato de la Reserva Federal por lo que la FED
ha mostrado su precoupación respecto a la epidemia de los opiáceos sobre
la que les hablamos hoy. Como pueden leer en esta noticia de Bloomberg, es sorprendente cómo, a
pesar del drama del desempleo que hay tras toda crisis, en especial
tras esta última tan intensa, hay empresas en Estados Unidos que no son
capaces de cubrir sus vacantes hoy en día.
Hoy por hoy, uno de cada siete hombres en la banda de edad entre los
25 y los 54 años de edad han desaparecido inexplicablemente del panorama
laboral, a pesar de que la tasa de desempleo está sensiblemente por
debajo del 5% actualmente.
Como pueden leer en el enlace anterior, la
FED cree que la epidemia de opiáceos está detrás de este gap laboral
inexplicable, puesto que además afecta a la banda de edad preferida
mayoritariamente en las contrataciones. De hecho, las distintas
Reservas Federales Regionales afirman que las empresas de sus
respectivas áreas citan recurrentemente la epidemia de opiáceos como un
impedimento para cerrar con éxito sus procesos de selección.
Hasta qué extremo habrá llegado el asunto que la FED incluso ha
incluido en su Libro Beige menciones varias sobre la dificultad de los
empleadores para encontrar candidatos aptos para sus vacantes, y aquí
está lo más revelador del asunto, cita en especial la dificultad
en el sector manufacturero: recuerden, ¡Oh, casualidad!, aquel en cuyos
desempleados se cebaron más las penurias económicas de la última crisis, el descontento social, y, por lo visto, la tentación de encontrar una salida donde no la hay. (...)
. No es excusa que en su momento la epidemia pareciese de
alcance limitado, porque tenemos amplia literatura de la experiencia que
dejó en nuestras sociedades la heroína en los años 80 y 90.
Sabíamos tanto a qué llevaba a los individuos que caían en sus
jeringuillas, como lo rápidamente que se podía extender a nivel social, y
apenas se ha hecho nada por cortarlo de raíz antes de que fuese
demasiado tarde.
La ecuación rentabilidad-riesgo le ha fallado tanto a
la FED como a otros organismos federales, porque el riesgo era conocido y
potencialmente muy relevante tanto en proporción como en impacto,
mientras que la rentabilidad de haber acometido las políticas adecuadas
en las etapas iniciales de la epidemia habría sido apabullante.
Y no se
equivoquen, hablo de "rentabilidad" en términos económicos pero también
sanitarios y por supuesto sociales: no hay nada más valioso que la vida.
Según la opinión de un servidor, el origen del problema está
en no haber sabido ver que un problema considerado únicamente social y
sanitario como es la drogodependencia, en realidad era un importante
factor socioeconómico de gravedad exponencialmente creciente. (...)
Me despido por hoy permitiéndome la licencia de dirigirme personalmente a
los representantes de la FED. Creo que alguien tiene que sacarles a
relucir hoy aquella famosa frase de Bill Clinton que abanderó su campaña
electoral frente a George H. W. Bush allá por 1992: "It's the economy,
stupid" ("Es la economía, estúpido").
El caso es que la economía sigue
siendo la base de todo, y esta frase no ha cedido ni un ápice de
protagonismo hoy en día, pero lo que sí requiere es una ligera
readaptación a los tiempos que corren: “It’s the socioeconomy, stupid!”. (DerBlaueMond , El blog salmón, 22/08/17)
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