"El 39,5% de las familias españolas no se puede permitir irse de vacaciones al menos una semana al año.
(...) un 38,1% de los hogares de nuestro país no tiene capacidad
para afrontar gastos imprevistos, o que un 15,3% de las familias
manifiesta llegar a fin de mes con “muchas dificultades”. Esta es la
otra cara de la prosperidad, tan verdadera como la de que la economía
está creciendo a un 3,1% interanual, que han pasado 15 trimestres
seguidos desde que se abandonó la recesión, o que el paro —siendo el más
alto de Europa exceptuando a Grecia— se ha reducido casi 10 puntos
desde sus cotas más altas. El Producto Interior Bruto ha recuperado lo
perdido durante la década de crisis, aunque con casi dos millones menos
de puestos de trabajo.
¿Por qué los aspectos más positivos de esta realidad no
llegan a la mayor parte de la ciudadanía? Según los datos del Centro de
Estudios Sociológicos, apenas poco más del 5% considera que la situación
económica es buena, siendo una mayoría absoluta, el 58,9%, la que la
califica de mala o muy mala (un 35,1% dice que es regular). No es sólo
porque el paro siga teniendo dos dígitos y por la extraordinaria
devaluación salarial que ha habido durante la crisis (todavía el salario
bruto anual de 2016 era menor que el de un año antes).
Quizá se deba a que la española es una “sociedad enfadada”, según la terminología del banco de inversión Credit Suisse (La economía de la ira,
David Fernández, Negocios del 16 de julio pasado).
Las sociedades
enfadadas lo están por un desempleo prolongado o sin perspectivas de un
futuro profesional prometedor, con menor capacidad de los gobiernos de
proporcionar soporte en forma de subsidios o formación, unidos a otros
elementos culturales, identitarios o religiosos que crean un caldo del
cultivo para la tensión sociopolítica.
O dicho de otro modo: porque se
han hecho estructurales las reducciones de costes: los despidos,
individuales o colectivos, las rebajas de salarios, la sustitución de
mano de obra fija y con experiencia por otra más barata y precarizada,
la externalización de servicios, la asunción de más tareas por parte de
los mismos empleados, etcétera.
Lo peor es que cunde la sospecha de que ello no es sólo un
efecto de la crisis económica sino que también lo será en el
crecimiento. La normalidad. O como escribe Esteban Hernández (Quién gana y quién pierde. Sobre las clases sociales,
ctxt.es número 127), ganamos menos, pagamos más y tenemos menos
seguridad, nuestras opciones vitales se reducen y pensamos que la
jubilación, si llega, será muy dura." (Joaquín Estefanía, Es País, 30/07/17)
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