"(...) Hablar de poder oligárquico en Cataluña no es ni mucho menos
fraseología. A pesar de todos los esfuerzos de la sociología fiel al
sistema, agrupada alrededor de Salvador Cardús y compañía, hay
suficientes elementos de juicio como para denunciar la profunda
endogamia de la política catalana, en la que se entrecruzan las familias
aludidas, quienes, además, ejercen un verdadero fideicomiso sobre la
Administración autonómica.
La red clientelar se extiende a través de
medios de comunicación y entidades, supuestamente culturales, a donde
van a parar los segundones de dicha oligarquía.
Desengañémonos, Cataluña, desde el punto de vista de concentración de
poder en unas pocas manos, es un caso anómalo en las sociedades
capitalistas desarrolladas de Europa occidental. Las causas son también
anómalas.
La gran burguesía industrial y financiera, más que
comprometida con el franquismo, fue incapaz durante la Transición de
generar una plataforma política. Ante ese fracaso, llegó a un pacto, más
o menos implícito, con amplios sectores de la pequeña y mediana
burguesía (supuestamente “resistentes” durante la dictadura) para que les hicieran de gestores.
Por supuesto que esta gran burguesía no es, por razones de intereses
globales, ni de lejos mayoritariamente partidaria de la secesión, sobre
todo en un momento en que parece exorcizada la supuesta maldición que
había pesado sobre las entidades financieras catalanas, repetidamente
abocadas a la quiebra (Banco de Barcelona, Banca Catalana).
En la hora
presente dos entes radicados en Cataluña (al menos de momento),
Caixabank y Sabadell, controlan un sustancioso porcentaje del crédito
bancario a escala nacional. Ahora bien, siempre temerosa de ser acusada
de “botiflera”, esa burguesía se encuentra bastante desorientada sobre
el qué hacer, ya que ha reaccionado tarde y tímidamente.
Con estas premisas, es fácil caer en un análisis un tanto simplista,
al que parece proclive una parte de la izquierda catalana, consistente
en reducir la situación a un problema de clases enfrentadas. Si bien las
clases populares son mayoritariamente de origen no catalán, sobre todo
como resultado de la gran inmigración de los 50-60, parece bastante
plausible hablar de una nueva burguesía, surgida de esa misma
procedencia que, a pesar de su estatus económico, ha visto vetado su
acceso a la parcela de poder político que le correspondería.
Muy
probablemente, esa burguesía emergente, ya discriminada con
anterioridad, haya tomado conciencia en esos años de la quiebra del statu quo. De su comportamiento dependerá en gran parte poner fin a la oligocracia en la que está sumergido el país.
Además, hay pruebas fehacientes de que la migración hacia Cataluña
desde otros puntos de España prosigue. Por supuesto, nada que ver con
las maletas de cartón de aquel entonces.
Se trata en muchos casos de
personas profesionalizadas, no criadas en años de hambre, con una
perspectiva europea y, supongo, completamente inmunes a la máquina
desestructuradora del nacionalismo catalán, que ha actuado con profusión
sobre los antes aludidos. Porque, desengañémonos, el pujolismo nunca
pretendió crear “nuevos catalanes”.
Le bastó con destruir
cualquier vinculación con lo español que quedara en el más recóndito
lugar de su consciencia. Y de esa agresión tampoco se ha salvado la
ciudadanía catalanohablante que ha querido hacer compatible su
pertenencia a España y a Cataluña. (...)
El pujolismo ha maniobrado en el sentido de impedir el surgimiento de todo asomo de sociedad civil que no sea el que responda a las premisas nacionalistas identitarias. (...)
Sería un error mayúsculo no aprovechar el momento político para romper con el yugo oligárquico y alcanzar una sociedad realmente democrática. Y eso nos lleva a asumir que el cuestionamiento de lo vivido no puede reducirse a los aspectos lingüísticos.
Para conseguir estos fines el principal problema es la pusilanimidad
de la izquierda que, de forma genérica, siente horror al vacío que le
supondría desmarcarse del discurso nacionalista. Pero quizá a partir del
2-O no tenga más remedio que enfrentarse a la realidad." (Pasqual Esbrí, Crónica Popular, 29/09/17)
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