19.10.17

Hablar de poder oligárquico en Cataluña no es ni mucho menos fraseología. Desde el punto de vista de concentración de poder en unas pocas manos, es un caso anómalo en las sociedades capitalistas desarrolladas de Europa occidental... la izquierda, a partir del 2-O, no tiene más remedio que enfrentarse a esta realidad

"(...) Hablar de poder oligárquico en Cataluña no es ni mucho menos fraseología. A pesar de todos los esfuerzos de la sociología fiel al sistema, agrupada alrededor de Salvador Cardús y compañía, hay suficientes elementos de juicio como para denunciar la profunda endogamia de la política catalana, en la que se entrecruzan las familias aludidas, quienes, además, ejercen un verdadero fideicomiso sobre la Administración autonómica. 

La red clientelar se extiende a través de medios de comunicación y entidades, supuestamente culturales, a donde van a parar los segundones de dicha oligarquía.

Desengañémonos, Cataluña, desde el punto de vista de concentración de poder en unas pocas manos, es un caso anómalo en las sociedades capitalistas desarrolladas de Europa occidental. Las causas son también anómalas.

 La gran burguesía industrial y financiera, más que comprometida con el franquismo, fue incapaz durante la Transición de generar una plataforma política. Ante ese fracaso, llegó a un pacto, más o menos implícito, con amplios sectores de la pequeña y mediana burguesía (supuestamente “resistentes” durante la dictadura) para que les hicieran de gestores.

Por supuesto que esta gran burguesía no es, por razones de intereses globales, ni de lejos mayoritariamente partidaria de la secesión, sobre todo en un momento en que parece exorcizada la supuesta maldición que había pesado sobre las entidades financieras catalanas, repetidamente abocadas a la quiebra (Banco de Barcelona, Banca Catalana). 

En la hora presente dos entes radicados en Cataluña (al menos de momento), Caixabank y Sabadell, controlan un sustancioso porcentaje del crédito bancario a escala nacional. Ahora bien, siempre temerosa de ser acusada de “botiflera”, esa burguesía se encuentra bastante desorientada sobre el qué hacer, ya que ha reaccionado tarde y tímidamente.

Con estas premisas, es fácil caer en un análisis un tanto simplista, al que parece proclive una parte de la izquierda catalana, consistente en reducir la situación a un problema de clases enfrentadas. Si bien las clases populares son mayoritariamente de origen no catalán, sobre todo como resultado de la gran inmigración de los 50-60, parece bastante plausible hablar de una nueva burguesía, surgida de esa misma procedencia que, a pesar de su estatus económico, ha visto vetado su acceso a la parcela de poder político que le correspondería. 

Muy probablemente, esa burguesía emergente, ya discriminada con anterioridad, haya tomado conciencia en esos años de la quiebra del statu quo. De su comportamiento dependerá en gran parte poner fin a la oligocracia en la que está sumergido el país.

Además, hay pruebas fehacientes de que la migración hacia Cataluña desde otros puntos de España prosigue. Por supuesto, nada que ver con las maletas de cartón de aquel entonces. 

Se trata en muchos casos de personas profesionalizadas, no criadas en años de hambre, con una perspectiva europea y, supongo, completamente inmunes a la máquina desestructuradora del nacionalismo catalán, que ha actuado con profusión sobre los antes aludidos. Porque, desengañémonos, el pujolismo nunca pretendió crear “nuevos catalanes”

Le bastó con destruir cualquier vinculación con lo español que quedara en el más recóndito lugar de su consciencia. Y de esa agresión tampoco se ha salvado la ciudadanía catalanohablante que ha querido hacer compatible su pertenencia a España y a Cataluña. (...)

El pujolismo ha maniobrado en el sentido de impedir el surgimiento de todo asomo de sociedad civil que no sea el que responda a las premisas nacionalistas identitarias. (...)

Sería un error mayúsculo no aprovechar el momento político para romper con el yugo oligárquico y alcanzar una sociedad realmente democrática. Y eso nos lleva a asumir que el cuestionamiento de lo vivido no puede reducirse a los aspectos lingüísticos.

Para conseguir estos fines el principal problema es la pusilanimidad de la izquierda que, de forma genérica, siente horror al vacío que le supondría desmarcarse del discurso nacionalista. Pero quizá a partir del 2-O no tenga más remedio que enfrentarse a la realidad."          (Pasqual Esbrí, Crónica Popular, 29/09/17)

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