"(...) llegó la crisis y la arrogancia de esa época se desacreditó
rápidamente. La gente comenzó a observar una clara disparidad, que no
hacía más que profundizarse, entre los ganadores y los perdedores de la
globalización, con un débil aumento de los salarios frente a sólidas
utilidades para los ricos.
Por ejemplo, en el Reino Unido los sueldos han crecido solo un 13% desde 2008, pero la bolsa de valores lo ha hecho un 115%. Según un informe
anual de Credit Suisse, la desigualdad del ingreso hoy aumenta
fuertemente en 35 de 46 economías importantes, en comparación con apenas
12 antes de 2007.
En el mundo desarrollado, los pobres y desempleados comenzaron a
sentir que no tenían parte en el sistema globalizado, y condenaron el
sistema político por impulsar medidas que enviaban sus trabajos
a tierras distantes como China e India, y exigieron el regreso del
viejo orden económico, y con ello la promesa de que cada generación
ganaría más y viviría mejor que la que le precedía.
Pero la reacción contra la globalización económica es solo la mitad
de la historia. También ha habido una contra la globalización cultural
(que abarca el cosmopolitismo, el multiculturalismo y el secularismo),
reacción impulsada por quienes buscan los refugios de la identidad
nacional, étnica o religiosa tradicional.
Un buen ejemplo de esta reacción centrada en la identidad es el
Presidente de EE.UU., Donald Trump. Cuyo eslogan “Make America Great
Again” (Hagamos grande a Estados Unidos otra vez) en realidad “Hagamos
blanco a Estados Unidos otra vez”, mensaje que atrajo a los votantes
obreros desempleados, amargados y cada vez más xenófobos que componen el
núcleo de la base de apoyo de Trump. Pero los Estados Unidos que
propone no van a volver: para 2030, la mayoría de la fuerza de trabajo
estadounidense no será blanca.
Si bien se suele ver a Trump como un fenómeno específicamente
estadounidense, en realidad es solo una parte de una revuelta más amplia
de nacionalistas y tradicionalistas contra la elite globalista y
cosmopolita, en el nombre de una identidad con más raíces religiosas y
culturales. El Primer Ministro húngaro Viktor Orbán, el Presidente turco
Recep Tayyip Erdogan y, a su propio modo, el Primer Ministro indio
Narendra Modi están todos capitalizando esta tendencia.
Hasta en lugares
donde los partidos de extrema derecha, xenófobos y nacionalistas no han
ganado poder, sus representantes han avanzado mucho, como Alternative für Deutschland en las últimas elecciones federales alemanas.
Sin embargo, el resentimiento hacia las llamadas elites que ha sido
aprovechado por estos líderes también se puede ver a la izquierda.
Considérese el movimiento Occupy Wall Street en los Estados Unidos,
compuesto por gente joven que decía representar el 99% de las personas
que quedaron excluidas mientras el 1% seguía prosperando.
La insurgencia
del Partido Demócrata, liderada por el Senador Bernie Sanders, se opuso
a Clinton por la misma razón que sus contrapartes de derecha: con sus
bien pagados discursos en Goldman Sachs, se la veía como una
representante de la elite global vinculada a Wall Street.
Un sentimiento similar de rechazo a las elites, alimentado en parte
por el rechazo de la clase obrera al cosmopolitismo y la desigualdad
social, apuntaló el voto del Reino Unido de salir de la Unión Europea.
Hoy existen en el mundo 1800 multimillonarios, 70 de los cuales viven en
la rica y cosmopolita Londres, cuyos residentes se opusieron
abrumadoramente al Brexit. Pero la oposición a la UE se asentaba en
asuntos más fundamentales de nacionalismo e identidad, como el desagrado
de los ciudadanos por las grandes cantidades de inmigrantes de habla
distinta a la inglesa procedentes de otros países miembros.
Las reacciones económica y cultural contra la globalización no
siempre se superponen. Mientras Erdogan y Modi, como Xi Jinping en
China, prometen la reafirmación nacional, siguen siendo globalizadores
económicos: el “Hombre de Davos” que ha llegado a representar la elite
global. Pero el espectro actual de incertidumbre económica está
reforzando su nativismo y chovinismo, justo cuando en Occidente están al
alza tendencias similares.
Consideradas en conjunto, los dos tipos de reacción contra la
globalización explican por qué han surgido barreras proteccionistas al
libre flujo de bienes, capital y mano de obra, incluso en países
occidentales desarrollados que por tanto tiempo habían promovido una
mayor apertura.
Las cifras hablan por sí solas. En 2007, los flujos de
capitales alcanzaron un récord de $12,4 billones,
o un 21% de la economía global. Para 2016 el total anual se había
desplomado a $4,3 billones, o un 6% de la economía global, menos que en
1980. La globalización ha retrocedido décadas, con el crecimiento
económico total superando el crecimiento del comercio mundial de menos
de un 2,5%. (...)" (
,
Project Syndicate, en Revista de prensa, 14/10/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario