"El miedo paraliza, impide que avancemos, que utilicemos las herramientas
necesarias para cambiar aquello que falla. Y eso la “superclase” lo
sabe. Por eso para evitar que cualquier proceso de cambio debilite su
poder y riqueza, solo necesitan inducir miedo. (...)
No hace falta irse muy lejos para ver como aquí los medios de
comunicación patrios activan ese miedo en las distintas campañas
electorales. El último miedo atroz que nos atenaza es la crueldad de los
terroristas yihadistas.
El problema es que en realidad la mayoría de
esos grupos en sus orígenes fueron ayudados y financiados por las
potencias occidentales, y, muy especialmente por sus aliados wahhabis y
salafistas en Oriente Medio. Pobre Nasser. Claro, todo era por juegos
geopolíticos, por la pasta. (...)
Pero hay nuevos miedos, distintos, cercanos a lo que el gran Frank
Delano Roosvelt denunció el 4 de marzo de 1933 en su discurso inaugural
al pueblo estadounidense: "... lo único que debemos temer es al miedo
...” “a ese miedo sin nombre, irracional, injustificado que paraliza
...”. Y ese miedo es el que habían inoculado en aquel momento, y vuelven
a inocular ahora, a los trabajadores. Es el miedo económico.
La agenda
neoliberal reintrodujo ese miedo en dos fases distintas. En primer lugar
abandonando conscientemente el objetivo de pleno empleo; en segundo
lugar infectando de deuda a las familias de los trabajadores.
Ya el gran Michal Kalecki en 1943 en “Political Aspects of Full Employment” exponía
distintas razones por las que a las élites no les gustaba, y sigue sin
gustarles, la idea de utilizar la política fiscal como instrumento de
política económica. La razón más importante era que a las élites no les
gustan las consecuencias del mantenimiento del pleno empleo a largo
plazo.
“Bajo un régimen de pleno empleo permanente, el miedo dejaría de
desempeñar su papel como medida disciplinaria… La disciplina en las
fábricas y la estabilidad política son más apreciadas que los beneficios
por los líderes empresariales.(...)
La vuelta al neo-feudalismo que supuso ese sistema de gobernanza
económica denominado "neoliberalismo” se desarrolló en dos fases
distintas. Lo primero que se promovieron fueron políticas económicas
encaminadas a flexibilizar los mercados laborales, controlar y reducir
los salarios en los países desarrollados con el fin de aumentar la tasa
de retorno del capital.
Pero para compensar el vaciamiento que ello
suponía para la economía global -menores salarios y un aumento del
subempleo-, en una segunda fase, se recurrió al crédito y a la deuda
como la solución para estimular la demanda y la tasa de retorno del
capital.
Mientras duró, los beneficios empresariales se multiplicaron, a
la vez que se deprimían los salarios. Una vez que el colateral que
alimentaba esa deuda estalla, entramos en distintas fases de recesión de
balances privados concatenadas.
Y hubo una izquierda que traicionó a sus
electores, que contribuyó de manera notoria a la creación del segundo
miedo. Clinton, Blair, Schroeder y Brown habían decidido que el sueño
tradicional de redistribuir la riqueza de los más ricos a los menos
acomodados ya no era políticamente viable. Habían claudicado ante Reagan
y Thatcher. En su lugar, llenaron de deuda a los asalariados.
Para ello
liberaron al mundo financiero de las restricciones de la era Rooslvelt.
De hecho, la nueva política estaba hecha a medida para que los ricos se
hicieran mucho más ricos. A los pobres se les daría la deuda como un
sustituto de la riqueza. Se sentirían más ricos, y tendrían más para
gastar. Mientras los precios de la vivienda crecieran más rápido que los
pagos de la deuda, y el mercado de valores subiera, fabuloso, la
máquina de la deuda continuaría.
La deuda era azúcar sin calorías. Usted
podría disfrutar sin engordar. ¿Qué podía salir mal? Los precios de las
casas nunca iban a bajar. ¿Lo recuerdan, verdad? Y entonces estalló la
burbuja inmobiliaria y el miedo floreció.
La
gente de la calle aprendió una lección dura, muy dura. En los buenos
tiempos la deuda mantenía a los pobres tranquilos. Como cualquier droga,
podría quitar los miedos y las preocupaciones de ser pobre. La deuda
“drogó” a muchos ciudadanos en una pasividad feliz.
¿Por qué deberían
escuchar a quienes defendían las viejas y duras luchas políticas cuando
la política de la deuda era tan seductora y fácil? El problema es que al
final esas deudas privadas han acabado esclavizando a multitud de
familias." (Juan Laborda , Vox Populi, 09/10/17)
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