"¿Y si estamos usando una comparación equivocada? ¿Y si la situación
actual en Europa —crisis bancaria, alto desempleo y grandes
desigualdades— no se pareciera a los años treinta, con la guerra
posterior, sino al periodo colonial?
¿Y si nosotros, que nos decimos
ciudadanos del mundo, no comparásemos nuestro presente con nuestro
pasado europeo, sino con el de África, Asia y Latinoamérica? Esto es lo
que propone uno de los intelectuales europeos más brillantes del
momento, el belga David Van Reybrouck, autor de un ensayo, Contra las elecciones,
que ha causado sensación porque en él, para revitalizar la democracia,
propone que los ciudadanos participen en los procesos de toma de
decisiones mediante sorteo.
El próximo miércoles, este activista de la
democracia recibirá en el Parlamento Europeo el Premio al libro europeo
por su novela Zinc, en la que, a través de una familia
“atrapada” entre Bélgica, Holanda y Alemania, aborda el fin de una
utopía europea y el regreso de las fronteras tras el resurgir de los
nacionalismos.
En una conferencia pronunciada en Groninga en noviembre, Van
Reybrouck recurrió a sus grandes conocimientos sobre el colonialismo
para interpretar el populismo existente hoy en Europa. (...)
¿Podemos comparar el anticolonialismo de entonces con el antieuropeísmo
de hoy?”, preguntó en la Iglesia de San Martín de Groninga. Como
antropólogo, cree que la respuesta es indudablemente sí, y lo demuestra
con la ayuda de numerosos fragmentos extraídos de documentos
poscoloniales. Cita también unas palabras de Sukarno, el primer
presidente de Indonesia, en 1930:
“Cada pueblo desafortunado, es decir,
cada pueblo que no puede ser dueño de su casa ni ir en la dirección que
le dictan su interés y su bienestar, vive en una ‘cólera permanente’. El
pueblo indonesio es un pueblo que vive en un infierno. Y ese infierno,
esas lágrimas del pueblo, son la causa del movimiento popular”.
“¿Dónde
hemos oído ya eso? ¿El deseo de tener la palabra? ¿El creciente malestar
de la sociedad? ¿El no querer ver esas lágrimas? ¿La demonización que
llama malestar a esas reacciones y las estimula?”, se pregunta Van
Reybrouck. Por supuesto, añade, no se puede comparar el estilo y la
visión de los líderes populistas de hoy con los de los que combatían
entonces por la libertad. (...)
Nos propone esta adivinanza: ¿Quién ha dicho las palabras siguientes,
Boris Johnson o Yanis Varoufakis?: “Todas esas medidas que se toman en
Bruselas, lejos de nosotros, sin nosotros, para nosotros, deben
considerarse una injusticia impuesta desde arriba. Siempre hemos
condenado esa forma de actuar, que no suscita ninguna confianza, porque
no es resultado de un diálogo abierto y sincero, en pie de igualdad”.
¿La respuesta? Ninguno de los dos. Fue Joseph Kasavubu en 1958, dos años
antes de convertirse en el primer presidente de Congo.
¿El colonialismo y el nacimiento del populismo son fenómenos gemelos?
“La emancipación sin participación conduce a la frustración. Así de
sencillo. Que nos tengan en cuenta, ese es el centro de toda la cuestión
populista”, afirma el intelectual belga.
¿La Unión Europea es colonizadora? “Nosotros también vivimos bajo una
administración invisible que decide nuestro destino en sus más mínimos
detalles. Tenemos un órgano de representación, el Parlamento Europeo,
con más poder que los consejos coloniales de entonces pero menos que la
Comisión y que el Consejo. Y eso genera un déficit democrático”.
Van
Reybrouck señala otro déficit comparable, burocrático, y menciona los
fallos de construcción de esta Europa, sobre todo la creación de una
Europa monetaria sin prever una Europa política.
La Europa de 2017 se parece cada vez más a una administración
colonial. ¿Nos extraña que so produzca rebeliones? El populismo es un
intento brutal de volver a politizar el espacio europeo. Gobernar es
elegir: “Hay una alternativa a la austeridad”, dice la izquierda
populista. “No tenemos por qué someternos a la inmigración”, dice la
derecha populista.
¿Y el bienestar generado por la Unión, dónde está?
“Hoy son muchos los grupos vulnerables que se sienten amenazados”. Y
advierte: si la Unión Europea no se democratiza rápido, será su fin. “Al
implicar a cada ciudadano con derecho a voto en las decisiones
políticas fundamentales, Europa daría a su pueblo la palabra que las
colonias negaban a sus ciudadanos”. (Béatrice Delvaux, columnista de Le Soir, El País, 04/12/17)
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