"Los integrantes del precariado carecen de la identidad que se
basa en el trabajo; cuando tienen empleo, éste no es del tipo que
permite una carrera profesional, de forma que no disponen de memoria
social y de la sensación de pertenencia a una comunidad ocupacional
basada en prácticas estables, códigos éticos y normas de comportamiento
de reciprocidad. No flota sobre ellos “la sombra del futuro”.
Alrededor
de esta definición del profesor de la Universidad de Londres Guy
Standing (El precariado. Una nueva clase social, editorial
Pasado y Presente) se manifestaron el pasado sábado miles de personas en
33 ciudades españolas, coincidiendo con el sexto aniversario de la
reforma laboral del PP.
El
balance de esta reforma se resume en más empleo, pero más inseguro, mal
repartido, peor pagado y con un desequilibrio en el seno de la empresa
en contra de los intereses de los trabajadores.
El precariado
estructural. Con razón en el momento de la aprobación de dicha reforma
el PP fue calificado como “el partido de los empresarios”. Esas
manifestaciones fueron convocadas por un espacio unitario denominado No + precariedad, en cuyo manifiesto fundacional se defiende que “el saqueo de unos pocos es la precariedad de la mayoría”.
Conviene no ignorar lo que está pasando, no sea que se repita lo del
movimiento 15-M: que se informe tarde y mal. El precariado todavía es un
grupo formado por agregación de colectivos (trabajadores temporales, a
tiempo parcial, falsos autónomos becarios,…), que busca su identidad
dentro de la inseguridad económica, que aun no ha conseguido su grado de
“indignación eficaz” y que no es consciente todavía de su fuerza ni de
su capacidad de influencia.
Entre sus características se podrían destacar las
siguientes: su relación de confianza con la empresa en la que trabajan
es mínima; sus miembros carecen de las relaciones del contrato social
implícito de los otros trabajadores: seguridad en el puesto de trabajo y
un sueldo digno a cambio de lealtad.
También, que es muy difícil que
puedan acceder a algunas de las prestaciones teóricamente universales
del Estado de Bienestar, como por ejemplo, las pensiones públicas, dado
que sus periodos de cotización suelen ser más cortos de los necesarios
para acceder a los mismos.
Cuando el precariado oye hablar de “flexibilidad” se echa
las manos a la cabeza. Para él, la flexibilidad salarial significa
ajustar a la baja lo que gana; la flexibilidad de empleo significa
aumentar la capacidad del empresario de despedirlo, de cambiar su nivel
profesional o de desplazarlo a distintos centros de la empresa.
Son
precarios no sólo porque disponen de un empleo inseguro y mal pagado, y
con una protección social insuficiente, aunque todo esto se haya
generalizado; también lo son por quedar anclados en un estatus que no
ofrece la posibilidad de una carrera profesional en la que funcione la
escalera de la movilidad social. Lo que varias generaciones habían
llegado a considerar como derechos adquiridos y con imposibilidad de
marcha atrás.
Para los precarios se han retraído las seguridades
construidas después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo se puede
cohesionar una sociedad con estas características?" (Joaquín Estefanía, El País, 11/02/18)
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