"Yo intervine cuando hubo la última muerte por incendio en la ciudad,
hace dos años en la avenida Pablo Picasso. Era una vivienda social en
un barrio obrero, en un piso en el que se alumbraban con velas, porque
seguramente les habían cortado la luz. Pero si no pasa en mi turno, no
me enteraría, porque no hay un protocolo para precisarlo”.
Roberto Rivas
es un bombero del servicio municipal de A Coruña, y como muchos de sus
compañeros, agrupados en la Coordinadora Unitaria de Bomberos
Profesionales (CUPB), viene demandando desde hace tiempo que en los
partes de actuación se recojan las situaciones de pobreza energética.
“El principal factor que origina los incendios es el azar. Pero la
pobreza, sobre todo la pobreza energética, incrementa mucho las
posibilidades”, asegura Manuel Fernández de Dios, bombero del Servicio
Comarcal de Verín (Ourense).
La CUBP calcula que “a día de hoy, de cada ocho víctimas en
incendios, seis pueden atribuirse a causas relacionadas con la pobreza
energética”, según indica una nota técnica (la NTC-PT2)
elaborada en 2017. A falta de una estadística oficial, hay algo
parecido, realizado por la Asociación Profesional de Técnicos de
Bomberos (APTB) para la Fundación Mapfre.
Según el informe Víctimas de incendios en España en 2016,
publicado el pasado mes de noviembre, el año anterior 133 personas
murieron en España por incendio o explosiones (la segunda causa es
cuantitativamente residual). Prácticamente la misma cifra que en 2010,
la primera vez que se realizó el cómputo anual, en vez de quinquenal.
Desde entonces, había ido bajando hasta que en 2014 se invirtió la
tendencia, y desde entonces cada ejercicio registró más víctimas que el
anterior. (...)
Aproximadamente, en la mitad de los casos con muertos no se conocen
las causas del incendio. En los que sí se sabe cómo empezaron, casi la
mitad se originó en aparatos productores de calor: braseros, estufas o
chimeneas. Los fallos eléctricos, los fumadores y el fuego directo
aportarían juntos y por ese orden un porcentaje similar, y cocinar, las
fugas de gas y los accidentes de tráfico no sumarían una decena de casos
en total.
El estudio también reconoce que “la relación entre la
temperatura registrada en los distintos meses del año y el número de
víctimas mantiene cierta proporcionalidad. Los meses de diciembre y
enero están siempre entre los que computaban un mayor número de
fallecidos, seguidos, dependiendo de las temperaturas soportadas, por
noviembre y febrero...
En febrero del 2016 se produjo una entrada de
aire polar y en este episodio de bajas temperaturas, que duró seis días,
se multiplicaron prácticamente por tres las víctimas mortales
comparando con la media anual”. Si en al menos la cuarta parte del total
de víctimas de incendios el fuego tuvo su origen en sistemas de
calefacción en cierta manera obsoletos, parece clara esa “cierta
proporcionalidad”.
Es cierto que la gente se muere en general más en los meses fríos. El informe Pobreza, vulnerabilidad y desigualdad energética,
de la Asociación de Ciencias Ambientales (ACA), hace un cálculo de la
tasa de mortalidad adicional de invierno (TMAI). “Los datos actualizados
al periodo 1996- 2014 indican que en España se producen un 20,3% más de
muertes de diciembre a marzo que en el resto del año.
Este porcentaje
equivale a 24.000 muertes anuales, de las cuales 7.100 (el 30%, según
metodología de la Organización Mundial de la Salud) podrían estar
asociadas a la pobreza energética”. El 11% de los hogares españoles
(equivalente a 5,1 millones de personas) se declaraba incapaz de
mantener su vivienda a una temperatura adecuada en los meses de invierno
(es decir, para decirlo llanamente, pasan frío en casa).
El 8% de las
familias declaraba tener retrasos en el pago de las facturas de la
vivienda incluyendo las de energía doméstica, y el 15% gastaban en
energía al menos uno de cada diez euros que ganaba. Estos son datos de
2014, pero no parece que la superación oficial de la crisis haya
conseguido variarlos sustancialmente desde entonces, infiere también la
ACA. De ser así, las víctimas de incendios no dejan de ser la micropunta del iceberg.
Una de las conclusiones del estudio de ACA,
en el que han participado universidades, empresas, administraciones y
ONGs, es que no es necesario ser pobre económicamente para serlo
energéticamente. “Los hogares con menos recursos monetarios tienen una
mayor probabilidad de estar en pobreza energética, y sin duda tener
bajos ingresos es un factor importante de vulnerabilidad, pero esto no
implica que unidades familiares con ingresos medios o por encima de la
media no experimenten condiciones asociadas a la pobreza energética”,
dice.
“En los últimos años, nos encontramos que ya no solo hay incendios
en chabolas, sino en viviendas normales, en las que llegan a tener que
hacer fuego para calentarse”, señala Juan Carlos Bernabé, un bombero de
Sevilla que fue el primer presidente de la CUBP y ahora es su secretario
de acción social.
“En zonas como en la que yo nací, el Polígono de San
Pablo, o la Barriada de los Pajaritos, barrios obreros pero no
marginales, entras en casas y ves que cocinan con infiernillos, o que
tienen la instalación eléctrica hecha polvo, o que les han cortado la
luz y no lo cuentan por vergüenza. De eso me he encontrado mucho en
estos últimos tres años”. (...)" (Xosé Manuel Pereiro. CTXT, 02/02/18)
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