"De una calada honda, Pepe —tez morena de marcadas arrugas, 62 años y nombre
ficticio— se mete en los pulmones un cóctel de tabaco y hachís. “Hoy la
mitad de todo esto sería mío, pero lo dejé. El negocio ha cambiado
mucho, ya no son narcos, son asesinos”, reconoce mientras exhala una
narcótica nube, en una luminosa mañana en la playa de El Tonelero, en La Línea de la Concepción (Cádiz).
Su parsimonia y sinceridad se cotizan al alza en el epicentro de la
droga del sur de España, La Atunara. En pleno día y armados hasta los
dientes, policías y guardias civiles han entrado a tropel en este
barrio. Ha caído una colla (argot autóctono para referirse a una banda
de traficantes) y hay 13 detenidos. Los vecinos se arremolinan
alrededor. Algunos, caldeados, gritan “chivatos” a policías y
periodistas. (...)
Tan solo en La Línea, con 63.278 habitantes, los sindicatos
policiales estiman que existen unas 30 bandas con más de 3.000
colaboradores directos. “Se han echado a la poca vergüenza. Son mafias a
las que les da igual matar o que les maten”, añade Pepe.
“El niño se ha hecho grande. Empezó con el trapicheo, siguió
con el contrabando de tabaco y llegó al hachís”. Juan Franco, alcalde
de La Línea, resume lo que está ocurriendo en su pueblo. Ciudad frontera
por partida doble (con Gibraltar y Marruecos), es la puerta de entrada
del chocolate en Europa.
En 2017, se aprehendieron 145.372 kilos de
hachís frente a los 100.423 de 2016, lo que supone un incremento cercano
al 45%, con 755 detenidos, según ha reconocido este lunes el ministro
del Interior, Juan Ignacio Zoido, en su visita a la localidad.
Pero
aunque el ministro se empeñe en resaltar que la zona “no va a estar
dominada por los narcotraficantes”, los responsables de contenerlos sobre el terreno tienen una visión distinta.
“Hay un evidente aumento de la agresividad. Embisten, usan armas y van
sin piedad”, dice Macarena Arroyo, fiscal antidroga del Campo de
Gibraltar.
“Cierta ética”
Criados en familias de gayumberos —palabra local para
referirse al que trafica con droga—, el actual narco linense ha
aprendido el oficio de sus mayores y lo ha llevado a otro nivel. “No es
que quiera dar una imagen romántica, pero la anterior generación tenía
cierta ética”, reconoce Franco.
Pepe recorría 14 kilómetros “para
bajarse al moro” en una patera y traer no más de dos o tres fardos de
hachís. Trabajaba para jefes que preferían pasar desapercibidos y,
aunque a él nunca le detuvieron, sabía a lo que se exponía: “Si un
guardia te cogía, te rendías porque te habían pillado”.
Pero eso se
acabó, en el viaje de una embarcación neumática (gomas, en el argot) de
hoy se transportan de dos a tres toneladas y la nueva generación hace lo
que sea por protegerlas. No ayudó que el relevo se produjese en plena
crisis, con tasas de paro en La Línea que rondaron el 42% (ahora está en
un 33%) y plantillas de agentes seriamente tocadas. (...)
Con las plantillas policiales esquilmadas y el kilo de
hachís valorado en 1.640 euros, la empresa del narco ha invertido
beneficios en sofisticarse. “Están a años luz. Su infraestructura está
muy por encima de la nuestra”, asegura Arroyo. Además de radares, suelen
emplear teléfonos encriptados, narcolanchas con hasta tres motores
fueraborda y una amplia red de informantes. “Si te metes con el coche
por sus zonas, cualquiera de los que estén vigilando enviarán tu
matrícula a un grupo que tienen para ver si te tienen fichado.
Incluso
usan cámaras para controlar la ciudad”, reconoce un policía que pide
ocultarse bajo el nombre de Eduardo. Un paseo por La Atunara descubre
decenas de miradas furtivas de jóvenes, de entre 20 y 30 años, con caras
de pocos amigos. Para foráneos o agentes, callejear más de la cuenta,
preguntar en exceso o sacar una cámara puede conllevar amenazas o
pedradas.
Eduardo ya ni se sorprende de lo ocurrido en el hospital. El
año pasado, en una detención en la playa, vio cómo un grupo de vecinos
acabó rodeando a seis policías para intentar llevarse del coche patrulla
al apresado. En abril de 2017, un centenar de personas se liaron a
pedradas contra otros agentes que intentaban frustrar un alijo en la
zona de El Tonelero.
En la madrugada del pasado lunes, tres encapuchados
entraron en un depósito judicial en Conil para robar una narcolancha a
punta de pistola. Las embestidas de todoterrenos a coches patrulla y las
armas (en un registro aparecieron hasta cinco Kalashnikov) son ya
comunes.
“La impunidad es absoluta”, reconoce Juan, guardia civil
linense. El agente estima que a las costas de La Línea arriban “hasta 10
gomas diarias cargadas de hachís”. Calcula que operan unas 30 collas y
“cada una da trabajo directo a unas 100 personas”. Son una minoría, pero
“han capilarizado la sociedad hasta tal punto que ya han llegado a
todo”, asegura Franco.
En los barrios en los que se asienta, el narco impone su
ley, basada en la generosidad con el vecino, la connivencia y el
silencio. Pero Juan lo tiene claro: “No es solidaridad, si dan algo, ya
se lo cobrarán. Favor por favor”. Su interés por comprar ayudas incluso
ha calado en los agentes. Policía y Guardia Civil ya se han visto
obligadas a detener a varios compañeros, vinculados a tratos de favor
con traficantes, reconoce José Encinas, de AUGC.
El traficante es capaz de imponer su narcocultura a golpe de
chándal y coches lujosos. El alcalde da más señas: “Se creen que son
nobleza y realizan matrimonios de conveniencia.
Vinculan así las bandas y
garantizan el silencio entre familias”. Su ideal de ostentación ha
llegado incluso a tiendas del centro. En una —bajo sospecha por
pertenecer a la mujer de un capo— los escaparates son una oda a prendas
deportivas y deseadas marcas para narcos. “Les gusta hacer ostentación”,
reconoce Juan mientras no pierde ojo de su alrededor. “Cuando veas a
uno con chándal negro, reloj vistoso, pelo y barba perfecto… Ya sabes”,
tercia con media sonrisa.
También tienen un ejemplo a seguir: el clan de Los Castañas,
capitaneado por los hermanos Antonio y Francisco Tejón, los señores del
narcotráfico linense. Controlan el 60% del hachís y “son héroes para su
entorno”, dice José Encinas, de la AUGC. En La Línea, éstas y otras
andanzas de los narcos están en boca de muchos. Y el pueblo ya no puede
más.
“Sentimos alarma, asco, desesperanza y sensación de abandono”,
reconoce Franco. La tarde del próximo 27 de febrero ya hay convocada una
manifestación para decir ‘basta’. Exigen la declaración de La Línea
como zona de especial singularidad, el refuerzo de los cuerpos de
agentes, la creación de unos juzgados especializados y la adopción de
medidas económicas y sociales para la localidad.
Mientras, la rueda sigue girando. (...)" (Jesús A. Cañas, El País, 20/02/18)
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