"La historia se repite. No aprendemos de nuestros errores.
Dos nítidos nubarrones se atisban en los cielos de la economía global.
En primer lugar una nueva crisis financiera global.
Éstas empiezan a
desenvolverse durante el verano en los países emergentes, como si no
fuera la cosa con nosotros. Hasta que llega el otoño, y en un ambiente
de melancolía se traslada con toda su intensidad al mundo desarrollado.
Sí, las crisis financieras globales son para el otoño.
El segundo nubarrón es el fracaso de la ciencia económica. Después de tanta liquidez inyectada por los bancos centrales,
no hay inflación, no suben los salarios, la deuda se expande. Y ahora
empiezan algunos a darse cuenta que el libre mercado es una quimera, que
los mercados no son perfectos, que las empresas tienden a crear
oligopolios y monopsonios. ¡A buenas horas mangas verdes! ¡Pero si han
sido los gobiernos y las autoridades monetarias quienes han facilitado
la creación de campeones nacionales, especialmente en el sistema bancario!
De todo ello han surgido dos monstruos que atentan contra la esencia
del capitalismo. Por un lado los bancos sistémicos, sí, esos demasiado
grandes para quebrar. Por otro lado, ciertos oligopolios y monopsonios
que simplemente representan el poder descomunal de unas pocas grandes
empresas cuyo efecto devastador está afectando a la economía en general y
al mercado laboral en particular.
Todo verano que se precie nos ofrece un coctel nada
refrescante, más bien indigesto, sobre la dinámica económica de
distintos países emergentes. La crisis de la lira turca; el colapso de Venezuela; ese desastre llamado Mauricio Macri;
o el contagio al rand sudafricano, al peso mejicano o colombiano, a las
rupias de la India o Indonesia… No es la primera vez, van ya decenas, y
todo país emergente debería haber aprendido varias lecciones.
En primer lugar, jamás deberían permitir la libre circulación de capitales, estableciendo control de capitales. China
es un ejemplo claro y nítido. Malasia empleó el control de capitales
con éxito en la crisis de 1998.
En segundo lugar, la deuda de todo país,
emergente o no, se debe emitir en moneda local, especialmente la deuda
soberana. Todo lo demás es someterse a ciertos parásitos financieros que
destruyen, vía deuda, la economía global.
En tercer lugar, el
monocultivo productivo de muchos países emergentes, centrado en la
mayoría de ellos en las materias primas, hace que cuando el precio de
éstas colapsa se dificulta la importación de otros productos,
especialmente manufactureros, y al final no pueden financiar su deuda
externa. En el caso extremo acaba en hiperinflación.
Pero
este sueño de una noche de verano no acaba aquí. Porque el problema es
la gobernanza económica mundial que nos hemos dado en las últimas
décadas. ¿O creen ustedes que los problemas de deuda (pública, privada y externa)
solo afectan a los países emergentes? ¡No! Es global. La aversión al
riesgo inexorablemente se extenderá a un Occidente que desde 1998 solo
sabe crecer vía inflaciones de activos.
Ya verán que nuevos “fuegos de
artificio” nos ofrece el estallido de la burbuja de deuda global. ¡No!
No es ninguna diversión.
Se avecina un nuevo cuento de terror donde el
“establishment” tratará de hacer lo de siempre, trasladar su coste a la
ciudadanía. Y siguen sin aprender la lección. No hay inversión
productiva. No hay incremento de salarios. No hay repunte de la
inflación, salvo determinados incrementos asociados a materias primas.
Sólo hay inflación de activos, burbujas que expanden aún más la
desigualdad. Y las rentas que más se incrementan son las extractivas.
¿Y
saben ustedes quienes son los especialistas en sorber estas rentas? Sí,
los oligopolios y monopsonios que se pasean por los ministerios y
presidencias de gobiernos de medio mundo, y del otro también,
consiguiendo prebendas varias.
Joseph Stiglitz en El Precio de la Desigualdad
(2012), especifica como la búsqueda de rentas que ahogan el crecimiento
toma muchas formas, desde transferencias ocultas, pasando por subsidios
del gobierno a grupos de presión, leyes que favorecen los oligopolios y
una aplicación laxa de leyes de competencia.
Por eso toda reforma
tributaria en nuestro país debe tener una férrea voluntad política para
conseguir dos objetivos de los que nuestros políticos no hablan. Primero
desincentivar lo que en su momento denominamos buscadores de renta.
La
solución ya fue ideada hace más de 100 años por un economista de San
Francisco, Henry George. Se trata de establecer un impuesto sobre el valor de la tierra.
Como segundo objetivo es necesario introducir un impuesto mínimo para
las grandes empresas, apoyando e impulsando el proyecto de Directiva Accis.
Hay que recuperar ya, y con carácter de mínimos, la capacidad
recaudatoria de un tributo que se ha visto afectada por las maniobras de
los grupos multinacionales encaminadas a situar artificialmente sus
beneficios en países de baja tributación, utilizando los llamados
precios de transferencia y, con más frecuencia de la que sería deseable,
por operaciones entre las sociedades del grupo empresarial realizadas
con fines de ahorro fiscal.
Conclusión final
No
se ha hecho nada para espantar los demonios que nos llevaron a La Gran
Recesión. Todo lo contrario. Y por eso nos volverá a pasar lo mismo. En
el trasfondo de todo seguimos permitiendo que la deuda y los parásitos
financieros sigan campando a sus anchas, destruyendo la economía global.
Los países occidentales deberían recuperar el concepto de soberanía
monetaria, la base de la Teoría Monetaria Moderna. Simplemente recordar
que, bajo soberanía monetaria, con tipos de
cambio flexibles, ya no es necesaria la maquinaria institucional creada
para la emisión de bonos soberanos en los mercados privados. Las
políticas fiscal y monetaria pueden concentrarse en garantizar que el
gasto doméstico sea el suficiente para mantener altos niveles de empleo.
Los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que financiar
su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse
sin dinero. El día que toda la maquinaria privada creada para emitir
deuda soberana innecesaria, pero muy útil para repudiar el papel del
gasto público y de la política fiscal, sea derribada, el mundo y sus
habitantes mejorarán. Mientras tanto, ¡qué corra la distopía!" (Juan Laborda, Vox Populi, 04/09/18)
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