"Durante los últimos meses se está discutiendo vivamente sobre los perdedores de la globalización y las políticas de la identidad. (...)
No hay duda de que, especialmente desde finales de los setenta, los
países de la OCDE han pasado de sociedades industriales a sociedades de
servicios. Esto ha tenido la implicación de reducir el tamaño de la
clase obrera (fruto de la desindustrialización), mientras que los
segmentos sociales más educados y la importancia de los profesionales
socioculturales (desde maestros a periodistas) han ido en aumento. Hasta
cierto punto esto es una señal de éxito. (...)
Incluso, si se me permite la provocación, conseguir el mito
aspiracional de las clases obreras – dejar de serlo para tener una vida
acomodada – es admirable.
Ahora bien, esto no quita para que hayan emergido unos subproductos –
no necesariamente buscados – que son indeseables e incluso hacen las
democracias tradicionales más políticamente insostenibles.
La
estructura de clase y ocupacional ha cambiado, la dualidad de nuestros mercados de trabajo
se ha incrementado y, de manera evidente, la protección de diferentes
grupos sociales ante los cambios globales se ha vuelto dispar.
La
desigualdad y la vulnerabilidad de diferentes colectivos ha coincidido
(¿fruto de la casualidad? Je) con un contexto de desintermediación que hace más complicado articularlas en acción política. (...)
Simplificando, si los electores de la izquierda tradicional son un
maestro universitario y no un empelado de la SEAT puede hacer que sus
programas se escoren hacia políticas menos redistributivas. En suma,
hacia una posición menos empática con sectores sociales que no
pertenezcan a una de esas “supuestas” dos élites que están en pugna.
Este proceso tiene una cierta evolución simétrica en los otros
actores. Por más que el eje fundamental de activación para la extrema
derecha sea el autoritario/ comunitarista, la creciente proletarización
de sus electores ayuda a entender por qué gira a posiciones más
proteccionistas.
Si sólo hablaran de esto último, lo tendrían más
complicado para arrebatar el voto de pequeños tenderos y clases medias a
los conservadores tradicionales, pero al solaparlos es cuando activan de manera eficiente el chauvinismo de Estado de Bienestar. La idea de que hay que redistribuir, claro, pero solo “entre los de aquí”.
Estos debates, por más que hablen de macroprocesos, tiene mucho de
contexto que los atraviesa. En España no existe una fuga del voto obrero
a una extrema derecha que lo capitalice – véase Francia o Suecia, donde
sí pasa, aunque lo intenten taponar.
Las izquierdas suben en Portugal o Dinamarca, mientras que los
conservadores tradicionales son fuertes en Irlanda, Países Bajos o
Grecia, aunque están en crisis en Alemania.
La extrema derecha está
desatada en Francia o Alemania y Europa del Este es todo un banco de
pruebas. A Macron se le pone cara de Renzi. La UE, en 2019, en el alero.
Vivimos unos procesos de transformación estructural de fondo que han detonado con la crisis. (...)" (Pablo Simón, Politikon, 06/09/18)
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