"Perder el miedo a que te llamen puta, es muchas veces el primer paso.
El lunes 12 de noviembre, un grupo inicial de más de trescientas mujeres y algunas organizaciones hemos firmado un manifiesto en defensa del derecho de todas a sindicarse libremente, y especialmente de aquellas mujeres que históricamente se han llevado la peor parte en términos de representación social.
El derecho a
organizarse de manera autónoma, a poner sus propias experiencias y
reflexiones en el centro de un análisis propio sobre las causas de su
explotación, a convertir estos análisis en demandas colectivas y a
unirse para conseguir mejoras sociales. Es decir, a defender una voz y
capacidad de acción, y liberación, propias.
Con ese manifiesto, se ha querido defender algo (tan sencillo, tan
obvio, tan humano) como que todas tenemos derecho a hablar y a ser
escuchadas, pero especialmente quienes más difícil lo tienen para
defender sus derechos en nuestra sociedad. Compartamos o no sus
análisis, sus lecturas, sus demandas.
Ahora bien, cuando el ataque hacia las trabajadoras sexuales en sus
derechos más básicos, fundamentales en un estado de derecho, proviene de
mujeres que se arrogan la representación y la interpretación del
feminismo, en mi opinión, hay que ponerse serias.
No con ánimo de ahondar en una escisión dentro del feminismo, sino todo lo contrario. (...)
Si algo nos enseñó la segunda ola es que el feminismo no está libre de
la intersección de relaciones de poder, que determinan posiciones de
privilegio en la representación de las mujeres y en su capacidad de
influir en la agenda política del feminismo.
Debates como el del trabajo doméstico fueron especialmente ricos a la
hora de cuestionar el sujeto del feminismo.
Situar al ama de casa blanca
y su régimen sexual en el centro de las demandas o de los discursos
reivindicativos invisibilizaba (y lo sigue haciendo) la situación de
todas aquellas mujeres que sí que trabajaban fuera de casa (a veces en
condiciones de profunda explotación o arrastrando las secuelas de la
esclavitud), o que trabajaban, sí, en trabajos domésticos pero para
familias que no eran la suyas, o que preferían realizar trabajos
sexuales a soportar condiciones laborales o domésticas que consideraban
insoportables, o cuyo lesbianismo les había forzado a llevar vidas
marginadas por no encajar en el modelo familiar imperativo.
Y todas
estas mujeres también tenían reivindicaciones, que pasaban y atravesaban
el feminismo. El cruce de todas estas miradas es lo que nos hizo
crecer, políticamente, tanto.(...)
Perder el miedo a que te llamen puta, es muchas veces el primer paso.
Aquí reside la potencia política del feminismo, en hacer saltar por los
aires los estrechos corsés que nos han categorizado como mujeres y entre
nosotras.
Desde una lectura estrictamente personal, condicionada por mi percepción
de nuestro desolador mercado laboral, entiendo que para algunas mujeres
el trabajo sexual cuando se puede ejercer imponiendo las propias
condiciones sea una opción, y la dignidad o indignidad de la misma
dependerá de tu casilla de salida.
Al igual que pienso que el trabajo
sexual no es lo mismo que la trata de personas con fines de explotación
sexual. Contra la trata estoy convencida de que no se está luchando
adecuadamente y de que la organización autónoma de las trabajadoras y
trabajadores sexuales ayudaría a combatirla.
Nunca la autoorganización
de trabajadoras ha sido un vector de esclavitud, sí de liberación. Es
razonable que muchas feministas no lo vean así, pero no concibo promover
una demanda judicial para que se ilegalicen sus asociaciones, y menos
en nombre del feminismo." (Ana Varela Mateos, El Salto, 14/11/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario