"El pequeño reino de Bután, enclavado entre China y la India en los
Himalayas, no es sólo una meca para los turistas. También es hace años
pionero del concepto de «felicidad nacional bruta» (FNB), (...)
Pero ahora que la pandemia de COVID‑19 está activando alarmas de
desempleo en casi todas partes, tal vez haya llegado el momento de
considerar la creación de un tercer indicador: el descontento nacional
bruto, o DNB. (...)
Tal vez ayude a los gobiernos a no esperar un estallido de ira popular para actuar. (...)
Es muy posible que estemos ingresando a la «edad de la ira» (título de un libro
publicado en 2017 por el ensayista indio Pankaj Mishra). El descontento
popular ya no se concentra en el Sur Global, sino que se ha vuelto
realmente universal, de lo que dan sobradas pruebas en Estados Unidos
las protestas masivas por la muerte a manos de un policía de George
Floyd (un hombre negro, desarmado y bajo control) (...)
Si no surge una segunda ola de COVID‑19, es posible que muchos países ya
hayan pasado el pico de la pandemia en términos sanitarios. Pero lo que
casi con certeza todavía no llegó es el pico del malestar social,
económico y político, y en este sentido, algunos países (por ejemplo
Francia) son más vulnerables que otros.El poder es tanto más frágil cuanto más centralizado y encarnado en una sola persona está. (...)
Además, cuanto más sustento encuentre la desconfianza popular hacia el
Estado y sus representantes en percepciones negativas anteriores (como
ocurre con el movimiento de los «chalecos amarillos» en Francia), mayor
la probabilidad de que el miedo y la humillación se transformen en
furia.
En la era de la COVID‑19, la causa principal de malestar es una
sensación de desigualdad en relación con el riesgo de contagio. Que los
ancianos son más vulnerables a la enfermedad, eso no lo niega casi
nadie. Pero cuando figuras de autoridad que están relativamente a salvo
de la enfermedad califican de innecesaria la protección que piden
aquellos que están más expuestos, se vuelven sospechosas de
deshonestidad e incompetencia, y la furia estalla.
Un buen ejemplo de
este fenómeno es la «guerra de las mascarillas» que se desarrolla en
Francia. ¿Qué derecho tiene un oficinista, protegido de la enfermedad
porque puede teletrabajar, a subestimar los temores del obrero que ocupa
un puesto de máxima exposición? Que la COVID‑19 también haya matado a
algunos ricos y poderosos no genera por sí solo una sensación de
justicia. (...)
Pedir a los ciudadanos que trabajen más horas en las circunstancias
excepcionales actuales no es de por sí escandaloso. Por ejemplo, durante
la grave crisis económica y financiera asiática de 1998, las jornadas
laborales en países como Corea del Sur se extendieron (justo cuando
Francia adoptaba una semana laboral de 35 horas). Pero es muy difícil
pedir a la gente que haga un esfuerzo adicional cuando falta la
confianza y no hay un compromiso compartido igualitario.
Tampoco es
realista esperar responsabilidad colectiva si la idea de disparidad de
destinos es demasiado fuerte y el sentido de solidaridad es demasiado
débil (lo cual se aplica especialmente allí donde el malestar popular es
anterior a la pandemia).De hecho, la segunda causa principal del
malestar actual tiene carácter acumulativo: el fastidio, igual que el
temor, se acumula, y el malestar de hoy reabre las cicatrices de las
furias de ayer. Para quien ya está colmado de miedo y humillación, caer
en la rabia es sólo un paso. (...)
La furia, en cambio, además de ser explicable, también busca chivos
expiatorios. Igual que el coronavirus, busca algo a que adherirse; y en
este sentido algunos dirigentes políticos son más vulnerables que otros.Francia
y el RU ofrecen una vez más una comparación interesante. Aunque una
mayoría de los ciudadanos británicos considere que el manejo que hizo el
primer ministro Boris Johnson de la crisis sanitaria fue incompetente,
su aprobación todavía es alta, y no sólo por haber librado una batalla
personal contra el virus.Por más injusto que sea es un hecho.
Como aprendió del peor modo el presidente francés Emmanuel Macron, en la ira no hay nada de objetivo. (Incluso los índices de aprobación de Johnson se redujeron
más tarde, sobre todo por su negativa a despedir a Dominic Cummings, un
asesor de alto nivel al que la mayoría de los votantes acusa de haber
infringido la cuarentena nacional para viajar de Londres a Durham.)
El
miedo que dominó la primera etapa de la crisis de la COVID‑19 durará
mientras no haya vacuna, pero ya lo va reemplazando la ira. La única
salvaguarda posible es dar muestras tangibles de solidaridad entre
ciudadanos y entre países, en parte por medio de impuestos y medidas de
redistribución de la riqueza.La primera fase de la pandemia fue bastante
mala para los populistas: los países donde gobiernan han estado entre
los más afectados por la COVID‑19. Pero si no se logra contener la ira
en gestación, es posible que la segunda fase, la económica, les dé
nuevos bríos."
(Dominique Moisi is a special adviser at the Institut Montaigne in Paris, Project Syndicate,05/06/20)
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