"Los bomberos son los reyes del mambo en Nueva York. Michael Greene
es uno de ellos. Tiene su cuartel en Brooklyn, donde reside. Cuando se
quita el uniforme, y va de civil, se convierte en un sospechoso
habitual. Antes de ponerse a conducir su coche, como un ritual ya
incorporado a su existencia cotidiana, el ciudadano Greene deposita el
carnet en un lugar visible del vehículo. Es un “por si acaso”.
Por si acaso le para la policía y no tenga que meter las
manos en los bolsillos y le disparen. Tampoco se compra sudaderas o
prendas con capucha, por si acaso, que no quiere que le ataquen. Y estos
días sale a correr preocupado, después de que dos pistoleros blancos se
tomaron la justicia por su mano con Ahmaud Arbery, un joven negro que
hacía jogging por una ciudad de Georgia.
Michael Greene es afroamericano. Su padre, natural de
Arkansas y descendiente de esclavos, participó en la guerra de Vietnam.
Su madre es de Filipina, país en el que se conocieron. Por su trabajo,
Greene está en contacto diario con policías, pero esto no es garantía de
nada. Fuera de esa burbuja laboral, es otro negro más en Estados
Unidos, al albur del
racismo sistémico
.
No es una expresión retórica, es el pan de cada día, cualquiera puede ser George Floyd.
“Es muy triste vivir con todas esas pautas”, comenta María Contel,
nacida en Pamplona, profesora y científica en el Brooklyn College
(CUNY). Aquí aterrizó en el 2006 y al poco tiempo conoció a Michael.
Tienen dos hijos, Elsa, de diez años, y Mikel, de nueve, los dos nacidos
en Manhattan. “Nuestros hijos saben que su padre hace esos rituales,
saben del peligro”, señala.
“Entienden que estas cosas pasan. No es que lo hablemos
constantemente, pero ven que hay diferencias por el color de la piel y
lo entienden cada vez más”, dice.
Contel tiene una serie de “anécdotas” que ilustran lo que es una cuestión de idiosincrasia nacional, la herencia de 400 años de explotación de los negros
negándoles la condición humana. “Mucha gente blanca me comenta que mi
marido se expresa muy bien”, demostración franca de los prejuicios
contra los negros, condenados a ser ignorantes y pobres. Michael estudió
Económicas y se graduó por la Howard University, en Washington DC, una
de las instituciones de prestigio entre los estudiantes afroamericanos. (...)
“El racismo va a continuar mientras no se resuelva el problema de la profunda desigualdad”,
dictamina. Una vez iba caminando con Mikel, que asiste a un colegio en
una zona “adinerada”, y al llegar a su casa había todo de porquería por
calle (hacía viento), y él le dijo: “Mamá, la gente negra es la que tira
la basura”. Ella le hizo ver que en ese grupo estaban su padre, que no
se comportaba de esa manera, y él mismo. “Tu eres de color”. Mikel
replicó: “Yo soy blanco como tú, mamá”. Tenía cuatro años.
“Desde pequeños les hemos explicado las diferencias y que
les van a tratar de otra forma y lo injusta que es esta situación”,
subraya Contel. “Les comentamos que de mayores deberán tener cuidado al
pararles la policía, cómo responden, que una persona de color no se
puede permitir contestar según cómo”, añade.
“Pero –recalca– les enseñamos a luchar por sus
derechos y a decir basta. Para eso salimos a manifestarnos con ellos,
para que no tengan que vivir así”. (Francesc Peirón, La Vanguardia, 14/08/20)
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