"No hace demasiado tiempo, comentaba con Julio Anguita una vieja
historia que me sorprendió mucho.
Me refiero a que varios medios de
comunicación del país estuvieron yendo periódicamente al instituto donde
trabajaba para comprobar si, efectivamente, iba a dar clase, cómo lo
hacía y, sobre todo, si faltaba. Hace poco me referí a esto en un
artículo sobre la muerte del que fuera coordinador de IU.
La
expresión que surgió era odio de clase. He reflexionado mucho sobre
eso. Me parece un rasgo característico de todas las oligarquías y,
específicamente, de la española. Cuando las clases dirigentes son
cuestionadas profundamente y con éxito, el sentimiento contra los
antagonistas es muy fuerte, se convierte en un rechazo visceral, en una
hostilidad existencial. Los privilegios se heredan, componen una
actitud, un sentido de la vida y organizan imaginarios grupales.
¿Quién
son estos para oponerse a nuestro mando?, ¿con qué derecho? Y, sobre
todo, ¿para qué? Nuestra burguesía patrimonialista siempre ha tenido una
visión jerárquica del mundo y un desprecio militante a la plebe, a los
desarrapados, a las clases “peligrosas”. Esto no solo no ha cambiado,
sino que se ha acentuado en estos tiempos de crisis y desarraigo.
El
odio de clase se convirtió en estrategia política en la Guerra Civil y,
sobre todo, en la postguerra. Subrayo, sobre todo en la postguerra. Al
“otro”, al liberal, republicano, socialista, comunista, anarquista,
había que eliminarlo, aterrorizarlo de por vida y expulsarlo de la
comunidad. Era el enemigo tradicional de la patria. Su gran pecado fue
cuestionar un específico tipo de poder, de organizar a una parte
significativa del pueblo en torno a un proyecto de liberación social y
política. Había que, costara lo que costara, erradicarlo de España, de
“su” España.
La Transición fue, en muchos sentidos, un paréntesis.
Las derechas, muy rápidamente, tomaron nota de la situación y volvieron
a exigir su derecho divino a gobernarnos. (...)
El anticomunismo de masas cuando la alternativa comunista ha
desaparecido, significa, entre otras cosas, que se sienten ganadores;
que el gran “puñetazo en el estómago” al sistema –como decía Mario
Tronti- ya ha pasado. El objetivo es claro en todas partes, el miedo ha
cambiado de bando y los que mandan quieren seguir haciéndolo sin
resistencias. Adiós al siglo XX. No hay más que mirar el mapa de la
Europa actual para saber hacia dónde se dirige el movimiento histórico
real.
La caza y captura, la demolición planificada y sistemática, expresa
muy bien lo que lleva ocurriendo con Pablo Iglesias y Podemos desde su
nacimiento. A estas alturas, Pablo debe de saber que no perdonan; más
moderado o más radical, irán contra él hasta el final. La pregunta es
obligatoria: ¿por qué? El temor de los de arriba ha jugado y sigue
jugando un gran papel. El 15M, ese movimiento inesperado y masivo,
propició un cuestionamiento que las clases dirigentes políticas,
económicas y mediáticas vivieron como una crisis radical. Al frente,
unos muchachos jóvenes, formados y con experiencias diversas. Sobresalía
Pablo Iglesias: discurso claro, solvencia política y coraje, mucho
coraje.
Cuando Podemos nace, el mapa político cambia. Esta
historia nos la han contado y la he contado muchas veces. La lucha
contra la casta; la denuncia de una democracia demediada y
crecientemente controlada por los poderes económicos; la crítica a la
Unión Europea del euro, la denuncia de una corrupción sistémica iba
unida a la necesidad de un proceso constituyente genuino que pudiera
reconstruir un nuevo proyecto de país socialmente avanzado, democrático e
igualitario.
Lo importante es tomar nota de que, desde el primer
momento, la reacción contra Podemos y sus dirigentes fue brutal. A mayor
expectativa electoral y social, mayores ataques. La trama oligárquica
se hizo visible rápidamente. Las cloacas del Estado, los medios afines y
la clase política pretendían demonizar primero, criminalizar después y,
a ser posible, reducirlo a su mínima expresión política.
Podemos fue cambiando, haciendo política y moderando su discurso. La
búsqueda de respetabilidad se convirtió en algo más que una respuesta a
ataques sin fundamento. Sin embargo, las agresiones a Pablo Iglesias y
su entorno siguieron. Era un mal ejemplo y debía ser castigado.
Cuando
se alcanzó el Gobierno, los ataques se multiplicaron exponencialmente y
hoy asistimos al espectáculo de convertir a Pablo Iglesias de víctima a
verdugo; es decir, transformar el “caso Villarejo” en el caso Pablo
Iglesias. El objetivo está claro: romper el Gobierno y obligar a Pedro
Sánchez a realizar las políticas que los poderes económicos y la señora
Calviño desean. Y más allá, emitir un mensaje claro y nítido, con el
poder no se juega. (...)
Anguita planteaba que el dirigente de la izquierda, el tribuno de la
plebe, debería reforzar al máximo la coherencia entre el decir y el
hacer, entre vida pública y privada, sabiendo que los poderosos siempre
estarían disponibles para manchar su imagen pública. Esto implica
sacrificios personales grandes; cosas que uno tendría derecho a hacer,
no las puede hacer. La política marca una biografía y esta define una
política.
Hay que ir más allá del hecho y ver la parábola
histórica. No nos engañemos. Desmontar a Pablo Iglesias para convertirlo
en un político al uso tiene un objetivo más profundo que va más allá
del secretario general de Podemos: matar la esperanza de que la
política, la acción colectiva, puede ser una vía para la emancipación
social de las clases trabajadoras, de los jóvenes, de las mujeres.
Cada
tribuno truncado, roto, entregado, es una señal para deshacer los
vínculos que unen a la política con los y las comunes y corrientes. Esta
es la dura lección que deben aprender aquellos que siguen pensando en
la democracia del socialismo, en la igualdad sustancial y en la
justicia: los que tradicionalmente han mandado, los que mandan de
verdad, nunca aceptarán una democracia que ponga en peligro las bases
materiales, políticas y morales en que fundamentan su poder. Ahora menos
que nunca." (Manolo Monereo, Cuarto Poder, 30/06/20)
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