"Durante décadas, el debate entre socialismo y capitalismo ha marcado el pulso ideológico, económico y político del mundo. Pero como consecuencia de la fallida experiencia socialista de los países del este de Europa, el socialismo ha pasado a ser visto como una utopía de igualdad pero incapaz de garantizar el progreso al nivel del capitalismo.
Sin embargo, China ha dinamitado esa caricatura. Bajo la bandera del socialismo, el gigante asiático ha construido un modelo que combina la planificación estatal, la propiedad pública estratégica, y la libertad de mercado. El resultado ha sido un crecimiento económico sostenido durante más de cuatro décadas, acompañado de logros sociales que ninguna economía capitalista ha igualado en escala y velocidad.
Uno de los pilares que sostiene la ventaja del modelo chino es su capacidad de planificar el desarrollo económico a largo plazo. Mientras que en los países capitalistas las decisiones económicas están determinadas por el interés privado, los ciclos electorales y la presión de los mercados financieros, en China es el Estado el que marca la dirección estratégica de la economía. Esta diferencia estructural permite una coordinación mucho más eficaz de recursos, infraestructura e innovación.
El capitalismo financiero está atrapado en la lógica del beneficio trimestral. Las empresas responden más a los accionistas que a los intereses colectivos. Esta lógica genera deslocalización industrial, precariedad laboral, especulación inmobiliaria y burbujas financieras.
China, al contar con una estructura política centralizada, no se encuentra con estos obstáculos. Puede construir en una década lo que otros países tardarían generaciones. La red ferroviaria de alta velocidad, las ciudades inteligentes y la infraestructura energética verde son ejemplos palpables de esta eficiencia estatal.
La crisis financiera global de 2008 fue un momento en que la diferencia entre modelos se hizo evidente. China lanzó un paquete de estímulo de más de 500.000 millones de dólares (casi el 15% del PIB de aquel momento), centrado en infraestructura y empleo, que permitió mantener el crecimiento. Mientras tanto, en Estados Unidos y Europa, las políticas de austeridad y el rescate bancario profundizaron la desigualdad y el estancamiento económico.
China ha logrado una de las hazañas sociales más impresionantes del siglo XXI: sacar a más de 800 millones de personas de la pobreza extrema en apenas unas décadas. Este hecho, reconocido por el Banco Mundial y la ONU, no es fruto del libre mercado, sino de políticas públicas dirigidas, planificación central y una fuerte inversión estatal.
China ha aplicado un enfoque territorial a la pobreza, priorizando regiones rurales desfavorecidas. Millones de funcionarios han trabajado directamente con las comunidades, identificando familias y fijando metas en términos de ingresos mínimos, vivienda, educación y salud. Ha sido una intervención constante y dirigida donde la infraestructura ha sido clave; las inversiones públicas en vivienda, carreteras, electricidad, agua o internet han permitido conectar las zonas marginadas al desarrollo económico, aplicando la lógica de que sin servicios, no hay inclusión. En contraste, los países capitalistas ofrecen programas fragmentados, intermitentes o subordinados a las reglas del mercado, donde las empresas no invierten si no hay beneficios inmediatos. China ha demostrado que un Estado decidido puede erradicar la pobreza estructural en una generación.
Pero, ¿es China un país capitalista o socialista?
China es un país socialista que combina la planificación estatal con la libertad de mercado. Muchos insisten en llamarla capitalista argumentando que tiene grandes empresas privadas, consumo masivo, competencia de mercado, e incluso multimillonarios. Afirman que todo esto solo puede existir bajo el capitalismo. Pero esa es una visión superficial y reduccionista.
Llamar a China "capitalista" es una forma de negar sus raíces ideológicas y su éxito bajo un modelo socialista, simplemente porque no encaja con los parámetros tradicionales del pensamiento occidental. No se acepta que estos logros puedan ser el resultado de un sistema socialista.
Podemos afirmar que China sigue siendo socialista con cuatro argumentos. En primer lugar, el Partido Comunista Chino (PCCh) sigue siendo el centro del poder político y estratégico y el responsable de la revolución a la que estamos asistiendo. En segundo lugar, la planificación a largo plazo guía todas las áreas clave de la sociedad, tales como la tecnología, la educación, la salud, el medio ambiente o la defensa. En tercer lugar, el interés colectivo está por encima del lucro individual y cuando hay conflicto entre ambos, el estado interviene para proteger el bienestar general. Y por último, los sectores estratégicos (banca, energía, transporte, telecomunicaciones) están bajo propiedad y control estatal, garantizando la soberanía económica.
Y, el hecho de que sea socialista, ¿elimina las libertades individuales?
No. China ha adoptado un modelo de socialismo centrado en el desarrollo, la estabilidad y el bienestar colectivo. La idea de que en China no hay libertades individuales es un argumento simplista que no refleja la realidad cotidiana del país ni la voluntad de su población.
Todos los ciudadanos chinos pueden estudiar lo que elijan, abrir empresas, viajar dentro y fuera del país, consumir libremente y elegir su estilo de vida. La libertad religiosa está reconocida constitucionalmente, y millones practican el budismo, el cristianismo, el islam u otras creencias sin obstáculos. La cultura, el arte y la vida urbana en China son modernas, dinámicas y abiertas.
En el ámbito político, la Constitución garantiza los derechos de expresión, reunión y manifestación. Todos los órganos ejecutivos del estado a todos los niveles son nombrados por los parlamentos, que en China se llaman Asambleas Populares, que han sido elegidos por votación universal y en donde hay nueve partidos diferentes con representación parlamentaria. El dominio del Partido Comunista se basa en el mérito -el confucianismo da un gran valor a la meritocracia-, en su gran implantación social con más de 100 millones de militantes y al hecho de estar sometido al escrutinio electoral de forma permanente, lo que le obliga a ser el garante de la democracia participativa existente en China.
¿No existe control social en China? ¿No están controladas las redes sociales?
Si, como en España. Todos los temas que atentan a la seguridad nacional, como el terrorismo, el yihadismo, la intromisión extranjera u otros, y todos los temas que atentan al bienestar social, como la pederastia, la pornografía infantil, las fake news, etc. están perseguidos. El control social de China no es muy diferente al existente en los países occidentales. O el que era, porque estos días la UE está dando un paso peligroso: el Consejo Europeo está a punto de aprobar el Reglamento CSA que obliga a los estados miembros a monitorizar (leer) todos los mensajes que se envíen por WhatsApp, Telegram, o a través de correo electrónico dentro del territorio de la UE.
En España se nos ha anclado en el pensamiento colectivo esa imagen del socialismo en la Unión Soviética, cercado por la Guerra Fría, con las libertades restringidas para evitar el acoso occidental y con una variedad de consumo muy limitada por el bloqueo económico.
El socialismo chino es un socialismo sin limitaciones en el consumo (son los que fabrican de todo para todo el mundo y son, por tanto, los primeros en tenerlo); con ciudadanos libres sin restricciones ideológicas (China ha estado enviando a 500.000 jóvenes cada año a estudiar a Estados Unidos sin miedo a que los adoctrinen hasta que Biden los ha bloqueado, es también el mayor mercado mundial de las películas de Hollywood -que son pura propaganda norteamericana); es un socialismo con ciudadanos satisfechos y orgullosos con el progreso de su país; y, sobre todo, es un socialismo que por primera vez en la historia está demostrando que es más eficaz que el capitalismo para generar el progreso social y económico."
(Pedro Barragán , asesor de la Fundación Cátedra China, Público, 15/10/25)
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