La razón del acuerdo es la pura supervivencia humana. Mientras cuatro cultivos (trigo, arroz, maíz y patata) suponen el 60% de la alimentación calórica de los habitantes del mundo, en los países pobres se mantienen especies de nombres exóticos -quinua, kiwicha, tarwi, cañihua, por citar sólo algunos cereales andinos- que pueden ser la reserva si en un futuro las plantas más consumidas actualmente sufren una epidemia o resultan inviables por cambios en el entorno (por ejemplo, por el calentamiento), advierte Esquinas.
Claro que mantener estas especies no es gratis. Las modas y los hábitos -el "colonialismo alimentario", como dice el experto- han hecho que de las 8.500 especies vegetales que se han usado a lo largo de la historia como sustento de la humanidad, actualmente sólo se exploten 150. "Hay una erosión genética", afirma Esquinas.
El problema es que convencer a los pobres para que mantengan sus variedades cuesta dinero. El acuerdo prevé que se les compensará con una parte de los beneficios de las patentes obtenidas a partir de sus semillas. Pero eso lleva tiempo." (El País, ed. Galicia, Sociedad, 0706/2009, p. 43)
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