26.9.11

Siete familias gallegas son desahuciadas de sus casas cada día por impagos

"Ningún gallego perdió su vivienda ayer. Era domingo y los juzgados no trabajaban. Pero hoy los servicios judiciales llamarán a la puerta de siete nuevas familias para entregarles sus respectivas órdenes de desahucio. Un drama que, desde 2007, se ha repetido en Galicia en 6.700 ocasiones. (...)

Los sin techo de reciente aparición son, casi siempre, familias trabajadoras que, sin saberlo, hipotecaron su futuro y el de sus hijos a los caprichos innegociables de una dictadura, la del Euribor, que nadie les describió, y a la explosión de una burbuja, la inmobiliaria, que banca, medios y administraciones negaron con evidente fervor.
En Galicia, un cóctel de desesperación y coraje convirtieron a María José Álvarez en el rostro y la voz que denunció "la estafa" cuando "estar embargado era como ser un leproso". La moañesa inauguró las movilizaciones contra las entidades financieras y fue la primera gallega en revelar su situación ante la prensa. Pero su historia, dice, es como la de los demás.

"Lo que me interesa es que se explique qué están haciendo los bancos con nosotros". Su pesadilla comenzó cuando tanto su nómina como la de su pareja dejaron de registrar ingresos. Las facturan comenzaron a amontonarse. "Si el empresario no te paga porque él tampoco cobra, ¿qué puedes hacer tú? Dependes de los demás".

Al llegar al punto de tener que elegir entre comer o pagar la hipoteca, el matrimonio trató de negociar con La Caixa la concesión de un préstamo de 12.000 euros para que, sumados a los 70.000 de la venta del inmueble, se saldara su deuda. Pero la entidad se negó, pidió la ejecución de la hipoteca y se adjudicó la casa por 67.400 euros.

Ahora la vende en Servihabitat, su servicio inmobiliario, por 82.300 euros. "Estamos sufriendo una usura financiera. A los bancos no les interesa encontrar una solución, no les interesa la igualdad, quieren tener a la población con la soga al cuello para poder hacer con nosotros lo que quieran". (...)

Por eso, M. prefiere no revelar su nombre. A la pérdida de su vivienda, suma el robo de su dignidad. "Lo más sangrante es que te tratan como a una apestada, como a una delincuente. Y yo no robé. No maté a nadie. Somos seres humanos, no parias, pero, por desgracia, aún funciona lo de "si le quitaron la casa será por algo".

Pero M. es, como tantos otros en su situación, una expatriada de la clase media. Jamás se había imaginado teniendo que entregar las llaves de su casa. Hasta que cierto día, alguien decidió que a sus 49 años era demasiado vieja para trabajar. De nada valieron los continuos despliegues de currículos y las interminables rondas de entrevistas.

Sin empleo, pagar los 700 euros que se tragaba la hipoteca cada mes le resultaba imposible. El Instituto Galego de Vivenda e Solo (IGVS) no se apiadó. A pesar de los intentos de la propietaria por llegar a un acuerdo con el organismo dependiente de la Xunta, este descartó cualquier alternativa distinta del desahucio. Incluso, que M. permaneciera en la vivienda en régimen de alquiler.

Por si fuera poco, durante meses, y hasta que el desalojo se hizo efectivo, M. tuvo que soportar, además, el bochorno diario de una funcionaria que, "aporreando la puerta", la instaba a gritos a abandonar el inmueble.

Desesperada, trató entonces de encontrar ayuda en la justicia gratuita. Tras un plazo relativamente breve, le fue asignada una letrada de oficio que, sin embargo, no hizo sino más honda la herida. "No se dignó a realizar ni la más mínima gestión, alegando, entre otras cosas, que yo no daba el perfil de desahuciada".

La pasividad de la abogada era de tal calibre que M. ni siquiera sabía cuando tendría que abandonar su vivienda. Durante horas, atisbaba tras la cortina, esperando que un taxi del juzgado parara junto a su portal. "Aún recuerdo la angustia que padecí, atenta al más mínimo ruido que escuchaba en la escalera, cada vez que sonaba el ascensor.

Bajaba a comprar el pan y no sabía si al llegar iba a poder entrar en mi casa. Psicológicamente esto acaba por minarte". Al final, decidió abandonar voluntariamente su propiedad antes de que la echaran por la fuerza. "Tuvimos que hacer la mudanza en un tiempo récord para evitar espectáculos".

Pero en su equipaje siguieron ocupando espacio las complicaciones y los absurdos. "Para acceder a un alquiler necesitas disponer de una fianza, cuando no de un aval bancario, requisitos que, dada tu situación, es obvio que no tienes". Gracias a los amigos "y las casualidades", ha conseguido encontrar un piso en el que vivir.

Pero sigue desempleada y el pago del alquiler se le hace casi imposible. "Lo peor es que aún sigo sobresaltándome cuando oigo un timbre o la puerta de algún vecino cerrándose con cierta fuerza. No puedo olvidar lo que viví".                                 (El País, ed. Galicia, Galicia, 19/09/2011, p. 3)  

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