"Hace unas semanas, en una entrevista publicada en El País,
el presidente de la Asociación de Empresarios Chinos en Valencia,
Fernando Zhou, abogaba por la instauración del despido gratis en nuestro
país, ya que, según él, así “el empleado trabajaría más” y “si no se
trabaja más, cae la competitividad”.
A esta lindeza se unía la alarma
que trataba de transmitir en la entrevista sobre los supuestos efectos
negativos que la detención de su compatriota Gao Ping, como supuesto dirigente de una red blanqueo de capitales, puede generar sobre las inversiones chinas en España.(...)
La falta de complejos que demuestra con
ellas es la misma que Fernando Roig, presidente de Mercadona (al que
Zhou elogiaba en la entrevista diciendo que “sabe cómo funciona una
empresa en crecimiento”), exhibía en sus declaraciones
sobre la necesidad de “imitar la cultura del esfuerzo de los bazares
chinos”. Sin embargo, en el fondo, las argumentaciones de ambos tienen
tan poca base, que no es necesario dejarse llevar por la indignación
para responder a ellas.

Antes de nada, es necesario comenzar
con una pequeña aclaración. Las afirmaciones del presidente de los
empresarios chinos en Valencia sobre que “en China no existen los
sindicatos” y, en especial, sobre que “los chinos apoyan al empresario”
y “si el negocio no va bien, se bajan el sueldo” son pura fantasía de
su cabeza. (...)
En primer lugar, a pesar de los interesados mitos existentes al respecto, en España cada trabajador trabaja más horas al año que, por ejemplo, en Francia o Alemania. Pero es que, como explican J. Rodríguez y Antonio Sanabria,
además, el supuesto incremento del esfuerzo de los trabajadores que
generaría un aún mayor abaratamiento del despido no ayudaría a
incrementar la productividad de los trabajadores.
Por el contrario, los
factores que, de verdad, hacen que dicha productividad mejore son la
ampliación del capital productivo, el progreso tecnológico y la
formación de los trabajadores.
Más aún, como muchas investigaciones económicas
demuestran, es el incremento de los salarios reales, y no la
precarización de las condiciones de trabajo e ingresos, lo que hace
posible un efecto positivo en su productividad, ya que, además de que
dicho incremento es un factor de motivación en sí mismo, también
incentiva la ampliación del citado capital y el desarrollo de nuevas
tecnologías por parte del empresariado.
En segundo lugar, la justificación del
ataque de la última reforma laboral contra la protección frente al
despido y la negociación colectiva basado en el argumento de que es
necesario bajar los salarios para ganar competitividad internacional
tampoco se sostiene. Los salarios son sólo uno más de los elementos que
influyen en los denominados costes laborales unitarios,
ya que estos dependen de la productividad.
Ésta, además de los
factores mencionados, también depende, en un alto grado, de la
especialización productiva de la economía, que es la que permite
generar mayores valores añadidos. Más aún, si dichos costes unitarios
se miden en términos reales se descubre que lo que, en último término,
los explica es el nivel de los beneficios empresariales, que es el que
acaba determinando la inflación.
Esto es lo que ocurrió
en la economía española durante el periodo anterior a la crisis, en el
que la productividad se incrementó más de lo que lo hicieron los
salarios reales y, sin embargo, nuestros costes se elevaron más que los
del resto de países de la UE debido a la inflación que provocó el
incremento de los beneficios. (...)
En tercer lugar, dado que en el mercado
mundial la competencia se da más en términos de diferenciación de los
productos, que de su precio, en realidad, los costes laborales tampoco
son determinantes para explicar la evolución de la cuota exportadora de
una economía, variable que es, en realidad, el mejor indicador de su
competitividad.
En efecto, a pesar de ese incremento de costes anterior
a la crisis, las estadísticas
dicen que la economía española mantuvo estable su cuota de
exportaciones en el total mundial.
Por el contrario, lo que determina
que un país gane o pierda posiciones en el mercado mundial es la
evolución de la citada especialización productiva. De hecho, es por el
estancamiento de ésta en ramas de medio y bajo valor por lo que el
histórico déficit comercial externo de nuestra economía no dejó de
incrementarse durante todo el periodo de crecimiento.
A lo largo de esos
años, en vez de aprovechar las oportunidades de financiación barata
que la entrada en el euro generó para mejorar el valor añadido creado
por nuestra industria, nuestra banca y empresariado la utilizaron para
hacer negocio fácil en la financiación y desarrollo de la burbuja
inmobiliaria.
Como ya sabemos, mientras que el dinero fácil logrado en ese proceso se quedó en manos de muy pocos,
ahora las pérdidas se están socializando en forma de ayudas a la
banca, con el consiguiente incremento de la deuda pública y de los
recortes en servicios públicos que, de hecho, en muchos casos, como los
de la educación y la investigación, serían fundamentales para mejorar
la productividad. (...)
Lo que es más paradójico de la entrevista es que Zhou parece no
saber que el gobierno de su país, consciente de los límites de un
crecimiento basado en los bajos costes laborales, ya antes de la crisis
estaba, por un lado, aprobando medidas redistributivas (como una nueva
reforma laboral más protectora de los derechos de los trabajadores) y,
por el otro, tratando de transformar (mediante la promoción del
desarrollo tecnológico) la especialización productiva de su economía
para hacerla transitar hacia ramas de mayor valor añadido." ( Colectivo Novecento, Economía crítica y crítica de la Economía, 19/12/2012)
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