"La Unión Europea parece un extraño sueño que tuvimos; era un modo de
dar forma a un conjunto de valores políticos y de convertirlos en un
complejo sistema que situaría los valores humanos, una rica cultura de
ideas y de igualdad en el centro de nuestras inquietudes. Y ha resultado
que, como sistema, la Unión Europea podía soportar cualquier cosa menos
una crisis.
Ahora, bajo la presión de una crisis financiera, cada país sólo está
seguro de una cosa: que sus fronteras y sus propios intereses importan
más que cualquier bien común. Si bien las antiguas monedas han
desaparecido, o la mayoría de ellas, prevalecen los pensamientos antiguos.
En nuestras lealtades, una vez que nos afecta la presión, vivimos en
Estados-naciones, aunque nuestros bancos funcionen en un nueva dimensión
global. Ahora, el dinero se mueve como el aire, totalmente libre,
arrastrado de un lado a otro por el viento, sin regular, inestable,
incierto.
Son las ideas las que se han mantenido inmóviles. Y junto a
las ideas, las identidades. Sabemos perfectamente quién es alemán y
quién es griego; estamos seguros de que somos irlandeses y ustedes
suecos.
Es importante recordar qué significa el sueño.
Es importante que ahora, en la periferia de Europa, donde vivo,
volvamos a utilizar el idioma del idealismo político y cultural, retomar
el idioma que han devaluado nuestros líderes políticos y comprobar si
algunas (o ninguna) de las palabras o conceptos podrían significar algo,
aunque sea para aportarnos el consuelo que nos proporciona la poesía,
un lenguaje utilizado sonoramente y responsablemente, en un tiempo de
adversidad personal.
Idea de cultura humanista compartida
Uno de los aspectos de nuestra herencia europea es nuestra forma de reírnos.
En nuestra vida cotidiana, en nuestras historias populares y en nuestra
literatura, la burla y el hecho de reírnos de nosotros mismos se
encuentran en el núcleo de la sensibilidad europea. Tenemos derecho a
reírnos del emperador cuando se pasea con toda su fastuosidad. Porque va
desnudo.
Nos hemos reído de nuestros líderes toda nuestra vida. El
general sabe que el cabo, cuando llegue a casa, o se tome unas copas,
perderá todo respeto por las medallas y el uniforme del general.
En las obras de Shakespeare, el loco o el sepulturero hablarán con
más sensatez que el rey o el príncipe. En las de Cervantes, Don Quijote
es un héroe porque obviamente está loco. Y en Europa, si nos apetece,
nos reímos de Dios y pensamos que debe de estar loco. Esto es lo que nos
diferencia de los ciudadanos de Estados Unidos, o de China, o de
Oriente Próximo.
En Europa, existe una idea de cultura humanista que todos
compartimos, algo que procede de una libertad para escribir y leer lo
que nos plazca, y de tener pensamientos nuevos, de crear imágenes
nuevas. Hubo un tiempo en el que la Unión Europea parecía encarnar todo
esto, parecía ser una influencia secularizante en Europa, que situaba en
su centro las ideas humanistas y la tolerancia, la igualdad de
oportunidades y la posibilidad del progreso.
Europa llegó a significar progreso, especialmente para países como
Grecia, Portugal, España e Irlanda, que habían tenido malas carreteras y
una política retrógrada. Llegó a significar paz
para países que habían conocido la guerra.
Mejoramos nuestras
infraestructuras por gentileza de Europa y poco a poco, nuestra cultura
política también cambió. Pero hubo un tiempo en el que Europa llegó a
significar dinero y poder. Nos dimos cuenta, por ejemplo, de que cuando
los políticos irlandeses o los funcionarios o los jueces se marchaban a
trabajar en Europa, sus sueldos parecían ser muy altos.
La coartada del Parlamento Europeo
Lo que también surgió fue el misterio con el que tanto disfrutan los que aman el poder.
La Unión Europea se basó en un sistema diplomático en lugar de, por
ejemplo, un sistema parlamentario. De ese modo, lo que ocurría a puerta
cerrada y se registraba en memorandos secretos, afectaba a nuestras
vidas más que lo que ocurría en nuestros propios Parlamentos.
Cuando los
miembros del consejo de ministros de la UE se reunían, publicaban
declaraciones insulsas y posaban para una fotografía. Nadie sabía lo que
había decidido realmente, ni cómo. El Parlamento Europeo sigue siendo
una gran y costosa coartada para la transparencia.
La Unión Europea parecía estar dispuesta a asumir más y más poder
para sí misma. También parecía no tener ningún interés en reformarse, ni
en examinar sus propios procedimientos. Al utilizar los sistemas que
utilizan los diplomáticos, creó un extraño enemigo llamado pueblo.
Y así, surgieron dos bloques de poder: los ciudadanos de Europa, con
cada vez menos poder, y los dirigentes de Europa, con cada vez más
poder. Los dirigentes a veces engañaban al pueblo y parecían saber lo
que era mejor para él.
No obstante, algunos de los cambios que realizaron fueron
maravillosos. Podíamos traspasar las fronteras de Europa sin tener que
sellar los pasaportes o, si íbamos por carretera, sin tener que pasar
ningún control. Podíamos transportar mercancías, en la mayoría de los
casos, sin pagar aranceles.
Podíamos vivir y trabajar donde quisiéramos
dentro de Europa. Me encantaba que Europa Occidental acogiera a los
países del Este después de 1989. Me encantaba la idea de que Europa se
convirtiera en una Europa de ciudades, en lugar de de Estados, porque
nuestras ciudades, y las ideas e imágenes que se extendían en ellos
constituían nuestra gran creación europea.
Me encantaba la idea de que el concepto de nacionalidad y de
nacionalismo acabara convirtiéndose en un sueño del siglo XIX y en una
pesadilla del siglo XX que ahora llegaba a su fin. Incluso me encantaba
el euro cuando surgió, y me sentía orgulloso de que Irlanda se uniera a
él desde el principio.
Me encantaban los nuevos edictos procedentes de
Europa sobre el medio ambiente; me encantaba la liberalización del
transporte aéreo. Incluso creí que llegaría el día en el que Europa
significaría algo en el mundo, cuando nuestro concepto de derechos
humanos destacara como el euro y cambiara lo que sucedía en China o en
Oriente Próximo.
En Irlanda, durante los años de prosperidad económica, llegamos al
pleno empleo. No tuvimos que emigrar, como solemos hacer. Trabajamos muy
duro. En una recesión, normalmente podríamos devaluar nuestra moneda, o
dejar que aumente la inflación. Ahora no lo podemos hacer.
Mientras el
euro le viene bien a Alemania y a otros países ricos y hace que sus
exportaciones sean competitivas, a nosotros no nos beneficia. Pero
estamos encerrados en la moneda única.
Entre tanto, Alemania y otros países europeos prósperos hablan como
si fueran la fuente de toda la sabiduría en Europa y sobre todo, como la
fuente de toda autoridad. Bajo presión, la idea de la Unión Europea ha
fracasado. Ahora sólo existen Estados-naciones que velan por sus propios
intereses. Nos hemos despertado del gran sueño. Se ha hecho de día en
Europa.
Nuestro único consuelo es nuestra capacidad de reírnos de
nuestra insensatez y de la suya; lo único que nos queda es el recuerdo
de lo que una vez fue posible.
Y las pinturas, los libros, las canciones y las sinfonías, las
grandes galerías y museos, las bibliotecas y los edificios públicos que
componen nuestra cultura. Podemos caminar solos por la noche en las
calles de ciudades como Lisboa y Riga, Atenas y Dublín, Constanza y
Estocolmo y saber que el impulso hacia la solidaridad social y el
idealismo político puede volver de nuevo, quizás con más intensidad
ahora que sabemos lo frágil que es. Aunque de momento no será así." (Presseurop, 18 diciembre 2012, Dagens Nyheter Estocolmo, Colm Tóibín)
No hay comentarios:
Publicar un comentario