" Rajoy ha llegado al ecuador de su mandato transmitiendo
permanentemente la impresión de que es un presidente maniatado, que no
puede hacer frente a determinadas fuerzas de su partido y de la sociedad
a la que representa, no por falta de autoridad real, sino por falta de
capacidad de convicción.
A ello se podría unir una desconfianza infinita en la condición
humana, sentimiento del que ha hablado en ocasiones, y que le acompaña
desde sus inicios. Contra lo que podría parecer, el presidente no
muestra una gran confianza en sus ministros.
El fracaso evidente de
alguno de ellos no le lleva a reemplazarles, pero no porque confíe en
que lograrán corregirse, sino porque parece pensar, simplemente, que
nada hace suponer que otra persona lo haría mejor.
Rajoy no intenta convencer a nadie, ha renunciado a persuadir y no
aspira a que se le considere una persona segura o contundente. En
conversaciones privadas intenta, sin embargo, provocar simpatía,
utilizando precisamente ese factor: Me llevan a hacer cosas que no
desearía, pero a las que no puedo sustraerme, porque las reclama una
parte de la sociedad a la que represento, mucho más extremada que yo.
Si
esa situación fuera cierta, supondría una confesión en toda regla de
una incapacidad política: carecer de suficiente potencia intelectual
como para mover a tus propios seguidores, para liderar cambios de
opinión que se consideran necesarios, es un fallo, una insuficiencia de
carácter complicada en un dirigente político con tanta responsabilidad. (...)
La situación es todavía más compleja porque el Partido Popular ha
recogido a un amplio espectro de la derecha española, desde zonas
templadas hasta otras claramente radicalizadas. (...)
La última etapa de oposición popular dio aliento a esos sectores,
buscando una épica de enfrentamiento que rindiera rápidos intereses
electorales. (...)
Nadie reprochará a Rajoy al fin de su mandato que no haya hecho
multitud de cambios. Los está haciendo. El problema es que muchos de
ellos no responden siquiera a planteamientos programáticos de su
partido, sino a exigencias casi repentinas de sectores ante los que el
presidente debió tener capacidad intelectual de persuasión, a los que el
presidente debió mover hacia posiciones más centradas y no al
contrario.
Los manuales de historia demuestran que el relato privado de Rajoy,
“no me dejan hacer otra cosa”, nunca ha merecido justificación, ni
perdón, porque no responde, como pretende, a un enfoque pragmático, sino
a una debilidad que termina siempre por provocar peligrosas fisuras en
la sociedad." (
Soledad Gallego-Díaz
, El País, 24 NOV 2013 )
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