"(...) Estas últimas décadas han sido difíciles para muchos trabajadores
estadounidenses, pero han sido especialmente duras para los empleados de
los comercios minoristas, una categoría que incluye a los dependientes
del supermercado y el McDonald’s de su localidad.
A pesar de los
prolongados efectos de la crisis financiera, Estados Unidos es un país
mucho más rico que hace 40 años.
Pero los sueldos ajustados a la
inflación de trabajadores sin funciones de supervisión en el comercio
minorista —que no estaban especialmente bien pagados para empezar— han
descendido casi un 30% desde 1973.
¿Se puede hacer algo para ayudar a estos trabajadores, muchos de los
cuales dependen de los cupones de alimentos —si es que tienen derecho a
ellos— para alimentar a sus familias, y que dependen de Medicaid —una
vez más, si es que les corresponde— para darles la atención médica
básica? Sí.
Podemos mantener y ampliar los cupones de alimentos, en vez
de recortar el programa como quieren los republicanos. Podemos hacer que
la reforma sanitaria funcione, a pesar de los esfuerzos de la derecha
para debilitar el programa.
Y podemos elevar el salario mínimo.
En primer lugar, unos cuantos datos. Aunque el sueldo mínimo nacional
se elevó hace unos años, sigue siendo muy bajo según criterios
históricos, y siempre ha estado muy por detrás de la inflación y los
niveles salariales medios.
¿A quién se le paga este salario mínimo? En
general, al hombre o la mujer que está detrás de la caja: casi el 60% de
los trabajadores estadounidenses con salarios mínimos se dedican a la
venta de alimentos o a servicios relacionados con ellos.
Esto, por
cierto, significa que uno de los argumentos que a menudo se esgrimen
frente a cualquier intento de elevar los sueldos —la amenaza de la
competencia extranjera— pierde aquí toda su validez: los estadounidenses
no van a coger el coche para irse a China a recoger sus hamburguesas
con patatas. (...)
La respuesta es que tenemos muchas pruebas de lo que pasa cuando se
eleva el salario mínimo. Y las pruebas son abrumadoramente positivas:
elevar el salario mínimo tiene poco o ningún efecto adverso en el
empleo, al tiempo que aumenta significativamente los ingresos de los
trabajadores. (...)
Sin embargo, en lo relativo al salario mínimo, tenemos varios casos
en los que un Estado lo eleva mientras que el Estado vecino no lo hace.
Si hubiera algo de verdad en la idea de que el aumento del salario
mínimo tiene grandes efectos negativos para el empleo, este resultado se
vería en las comparaciones entre Estados, y no es así.
De modo que un aumento del salario mínimo ayudaría a los trabajadores
mal pagados, con pocos efectos colaterales adversos. Y estamos hablando
de un montón de gente. A principios de este año, el Instituto de
Política Económica calculaba que elevar el salario mínimo nacional hasta
los 10,10 dólares desde el nivel actual de 7,25 beneficiaría a 30
millones de trabajadores.
La mayoría de ellos se beneficiarían
directamente, porque actualmente gana menos de 10,10 dólares la hora,
pero otros también saldrían ganando indirectamente, porque su paga está
ajustada en la práctica al salario mínimo: por ejemplo, los supervisores
de los establecimientos de comida rápida a los que se les paga un poco
(pero solo un poco) más que a los trabajadores que supervisan. (...)
Pero resulta que existen buenas razones técnicas para considerar que el
salario mínimo y las deducciones son complementarios: políticas que se
apoyan mutuamente, no que se sustituyen. Se deberían ampliar las dos.
Por desgracia, dada la realidad política, no hay la más mínima
posibilidad de que el Congreso apruebe una ley que aumente las ayudas a
los trabajadores pobres. (...)" (
Paul Krugman
, El País, 8 DIC 2013 )
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