"Durante la década de los años treinta, cuando los rostros de muchos
hombres se tornaron duros y fríos como si miraran hacia un abismo,
nuestro hombre advirtió los signos de la desesperanza generalizada que
conocía desde niño.
Vio hombres buenos destruidos al ver roto su
concepto de una vida decente, les veía caminar desanimados por las
calles y los parques, con la mirada vacía como añicos de cristal roto;
les veía entrar por las puertas de atrás, con el amargo orgullo de los
hombres que avanzan hacia su propia ejecución, a mendigar el pan que les
permitiera volver a mendigar, y también vio personas que una vez
caminaron erguidos mirarle con envidia y odio por la débil seguridad que
él disfrutaba.
Más o menos así describe el novelista John Williams el espíritu de los años de la Gran Depresión en su maravillosa novela Stoner.
No es difícil establecer una analogía con lo que se observa ahora, en
las capitales y en los pueblos de algunos países intervenidos o con
posibilidades de serlo, del sur de Europa. Con todas las diferencias que
se le quiera poner.(...)
Se acaban de cumplir dos años de la primera intervención de un país europeo, Grecia, por la troika
de poderes fácticos contemporáneos y externos a la soberanía de los
países de la zona: la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo
(BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Luego controlaron a
otros dos países, Irlanda y Portugal, y la próxima semana coincide con
el segundo aniversario de la noche en la que los ministros de Economía
de la eurozona hicieron morder el polvo a la política económica de José
Luis Rodríguez Zapatero y la cambiaron de sentido en un santiamén,
causando la ruina electoral de los socialistas españoles y esbozando la
estructura de un fondo de rescate para países en problemas que todavía
—más de setecientos días después— anda ajustando su fórmula y su monto
definitivo. (...)
Un balance de lo sucedido en Europa desde entonces es demoledor: la
crisis de la deuda soberana y el crecimiento de las primas de riesgo
—cuya solución era para lo que se adoptó la política económica de
austeridad extrema y rígida, aplicada a países con problemas muy
diferentes— no ha mejorado; los problemas de liquidez o solvencia de
muchos bancos de matriz europea y funcionamiento multinacional siguen
encima de la mesa y todos ellos han de acudir sistemáticamente a las
subastas de liquidez del BCE (un mecanismo administrativo, al margen del
mercado) para sobrevivir y poder pagar sus obligaciones y sus deudas;
estancamiento económico o recesión en la mayor parte de los países, lo
que significa multiplicación exponencial del paro, empobrecimiento de
las clases medias, mortandad de centenares de miles de empresas y
reducción de la movilidad social.
Según los datos del Eurobarómetro, una
gran parte de los ciudadanos europeos teme que sus hijos van a vivir
peor que ellos, lo que significa que se ha interrumpido el proceso del
progreso. (...)
Todas estas secuelas dejan una huella profunda en la calidad de la
democracia: según todos los sondeos, una parte creciente de la
ciudadanía duda de la idea Europa (cuya construcción estaba planteada
precisamente para evitar los populismos y los enfrentamientos del
pasado) y también es creciente el número de ciudadanos que sospecha de
la impotencia de sus representantes políticos a la hora de solucionar
los problemas públicos y comunes, ya que estos se dirimen en lugares
cada vez más alejados de los Parlamentos y de los lugares propios de la
democracia representativa. (...)
En resumen, el paisaje después de una batalla que ya ha durado dos años
no puede ser más estremecedor. Las políticas de austeridad extrema y de
rigor mortis pueden ser calificadas como “creadoras de escasez”,
siguiendo las hipótesis de Daniel Anisi, un economista prematuramente
desaparecido. (...)
Reestructurar no es desregular, reforma estructural no es sinónimo de
recortes ni de la dilución de los derechos de la gente, liberalización y
regulación son conceptos complementarios e inseparables, los críticos
de la austeridad injusta no son partidarios del despilfarro del mismo
modo que la estabilidad presupuestaria no es equivalente a déficit cero
(un fundamentalismo más) y que quienes critican el Pacto de Estabilidad y
las reformas forzadas de las Constituciones nacionales no defienden la
inestabilidad.
Durante la primera fase de la crisis actual, los políticos que se
aprestaron a combatirla parecían conscientes de su gravedad y tuvieron
en cuenta las lecciones del pasado: no se podían repetir los errores de
antaño por los cuales se había extendido la Gran Depresión de los años
treinta que acabó con una guerra mundial. (...)
A partir de 2007, las autoridades pusieron en marcha una política
monetaria expansiva con abundantes dosis de liquidez, tipos de interés
próximos a cero, ayudas extraordinarias a la banca y planes de estímulo
de la demanda. Son ellas las que generaron el déficit y la deuda pública
y no el déficit y la deuda pública los que causaron la Gran Depresión. Y
son las políticas de estímulo las que Europa ha abandonado, antes de
tiempo según los economistas críticos. (...)
Se avecina una dialéctica muy potente en el patio europeo entre los
partidarios de dos maneras distintas de ver la política económica.
Mientras se resuelve, unos y otros deberían llegar a un pacto para
proteger a los millones de personas que van quedando por el camino: los
parados de larga duración que ni tienen futuro ni seguro de desempleo
para sobrevivir, las familias en las que no entra ningún salario, los
inmigrantes sin derecho a la sanidad o la educación, los ciudadanos que
sufren fuertes reducciones de su renta disponible y observan, perplejos,
el extraordinario aumento de la desigualdad entre ellos y los
poderosos.
Las ventajas engendran más ventajas: los ricos pueden
permitirse vivir en barrios mejores y más seguros, pueden dar a sus
hijos una atención médica adecuada y una alimentación que les permita
crecer sanos, y pueden pagar a profesores y obtener ayudas educativas si
aquellos tienen problemas. El resto se confronta con una red de
seguridad cada vez más endeble y con la constante incertidumbre sobre
los empleos mientras una nueva generación, los más jóvenes, no tiene
trabajo ni sueños.
En medio de la Gran Depresión, cuando publicó su Teoría General,
Keynes centró el debate principal: “Los dos vicios que marcan el mundo
en que vivimos son que el pleno empleo no está garantizado y que el
reparto de la fortuna y de la renta es arbitrario y desigual”. ¿Tan poco
hemos aprendido en tres cuartos de siglo?" (
Joaquín Estefanía
, El País, 28 ABR 2012)
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