"El jueves, el Banco Central Europeo anunciaba una serie de nuevas
medidas que iba a tomar para tratar de impulsar la economía de Europa.
El anuncio tenía un tufillo a desesperación, lo cual era tranquilizador.
Europa, que está en peor situación económica que durante la década de
1930, se encuentra sin lugar a dudas atrapada en un torbellino
deflacionario, y es bueno saber que el BCE es consciente de ello. Pero
puede que la revelación haya llegado demasiado tarde. No está nada claro
que las medidas que hay ahora sobre el tapete sean lo bastante
contundentes para invertir el sentido de esa espiral deflacionaria.
Y ahí estaríamos nosotros, si no fuera por Bernanke. En Estados
Unidos, las cosas distan de ir bien, pero parece que (al menos por
ahora) hemos escapado a la clase de trampa que amenaza a Europa.
¿Por
qué? Una posible respuesta es que la Reserva Federal empezó hace años a
hacer lo que debía, al comprar billones de dólares en obligaciones, a
fin de evitar la situación a la que se enfrenta ahora su homólogo
europeo.
Se puede alegar, y yo lo haría, que la Reserva debería haber hecho
todavía más. Pero sus responsables han sido víctimas de ataques feroces
durante todo este tiempo. Expertos, políticos y plutócratas los han
acusado una y otra vez de "degradar" el dólar, y nos advertían de que la
inflación iba a dispararse de un momento a otro.
El repunte de la
inflación que predijeron no se ha producido pero, a pesar de haberse
equivocado un año tras otro, casi ninguno de esos detractores ha
reconocido su error, y ni siquiera han cambiado de cantinela. Y la
pregunta que me he estado haciendo es por qué. ¿Qué empuja a un sector
poderoso de nuestra clase política —llamémoslo el comité de la
deflación— a exigir políticas de restricción del crédito incluso en una
economía deprimida y con poca inflación? (...)
Otra respuesta es el interés de clase. La inflación ayuda a los deudores
y perjudica a los acreedores, mientras que con la deflación sucede lo
contrario. Y los ricos tienen muchas más probabilidades que los pobres
de ser acreedores, de tener dinero en el banco y obligaciones en la
cartera, en vez de hipotecas y saldos pendientes en la tarjeta de
crédito.(...)
los ricos de Europa no son tan ricos ni tan influyentes como los
estadounidenses pero, no obstante, los intereses de los acreedores son
todavía mayores que en Estados Unidos porque los países acreedores,
Alemania en concreto, han acabado dictando las políticas de toda Europa.
Y es importante que entendamos que el dominio que ejercen los
intereses de los acreedores a ambos lados del Atlántico, respaldado por
doctrinas económicas falsas pero que generan una atracción visceral, ha
tenido consecuencias trágicas. Nuestras economías se han debilitado a
causa de la penosa situación de los deudores, que se han visto obligados
a recortar drásticamente el gasto.
Para evitar una depresión profunda y
prolongada, necesitamos políticas que contrarresten ese lastre. Pero,
en vez de eso, lo que tenemos es la obsesión con los peligros del
déficit presupuestario y la paranoia de la inflación. Y una depresión
económica que no se acaba nunca. " (
Paul Krugman
, El País, 7 SEP 2014)
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