"1984 es el año clave del pujolismo. Y de toda la neolengua vertida en
Cataluña. Es el año en que buena parte de la sociedad catalana cede
ante el nacionalismo, empezando por alguno de sus más conspicuos
intelectuales.
El año en que los ciudadanos pasan a CIUdadanos. En mayo
la fiscalía se querella contra Jordi Pujol y otros directivos de Banca
Catalana, a los que acusa de apropiación indebida. La reacción de Pujol
es fulminante: acusa al Gobierno de indigno y el mismo día de su
investidura convoca a los ciudadanos a una esperpéntica manifestación en
defensa de su honradez.
A cualquier carácter templado se le debió caer
ese día la cara de vergüenza, sin necesidad de ver más de lo que veía:
unas masas que despreciaban la ley, birladas por el populismo. Pero
cuando se evoca la luz innoble de aquella tarde añadiendo lo que ahora
es conocido, es decir, que aquel que había sacado las masas a la calle
para que reivindicaran su moralidad intacta llevaba cuatro años
manteniendo una cuenta opaca en el extranjero, la impresión es puramente
devastadora.
El caso de Banca Catalana es doblemente importante. Primero, porque
es el epicentro de una estafa ética, caja B de la moral, que en España
al menos no tiene precedentes. Y en segundo lugar por la supuesta
relación entre la ruina del banco y la sucia fortuna pujolista que acaba
de descubrirse. Lo primero es una evidencia y lo segundo un indicio.
Pero los dos asuntos obligan a que aquellos años sean investigados,
ahora que el arrogante blindaje pujolista se ha deshecho.
Obligan a que se conozca la historia del fiscal Burón Barba, de la
que el psiquiatra Castilla del Pino daba un inquietante apunte en sus
memorias, cuando señalaba a qué punto de agobio le condujeron las
presiones del entonces gobierno socialista para que la querella quedase
en nada. Obligan a que el siguiente fiscal, Javier Moscoso, cuente las
instrucciones reales que dio y que recibió, y hasta las afrentas que
sufrió.
Obligan a reconstruir el dramático sufrimiento de aquel juez
instructor Ignacio de Lecea, que lo llevaba puramente en la cara. Y
obligan, sobre todo, a que hable Felipe González. Porque la impresión
dominante, y la que es en realidad la hipótesis menos dolorosa sobre su
conducta, es que al presidente González le ocurrió lo mismo que a muchos
ciudadanos subyugados por el mito pujolista.
También él debió de creer
que en las cuentas de Banca Catalana había desorden y hasta trampas…
antifranquistas, pero que no eran la obra de un tramposo. Exactamente y
lo que, sin duda alguna, Pujol ha resultado ser." (EL MUNDO 04/09/14, ARCADI ESPADA, en Fundación para la Libertad)
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