"La
Eurozona vuelve de nuevo al estancamiento. (...)
¿Acaso no ha
llegado el momento de que dejemos de marear la perdiz con explicaciones
banas y de poner de una vez los puntos sobre las íes? La razón de que la
Eurozona -y con ella, no nos engañemos, España- no termine de salir de
la crisis no puede ser otra distinta que la que nos abocó a ella: la
Unión Monetaria (UM).
Hay analistas económicos que ven el
problema, pero se niegan a aceptar la conclusión, les da vértigo
reconocer que el cáncer se encuentra en el euro. De ahí que se esfuercen
en señalar como causa la diferente política practicada por el Gobierno
norteamericano con respecto a la que se ha seguido en la Eurozona.
Tienen razón, pero deberían ir más allá y preguntarse el porqué.
Obama
recapitalizó el sistema bancario, reestructuró parte de la deuda
privada, instrumentó un ambicioso plan de expansión fiscal e hizo que la
Reserva Federal lo monetizase, evitó la deflación y consiguió la
depreciación del dólar, con lo que se reactivó el crecimiento.
Pero EEUU
es una nación y la Eurozona no, ya que se trata más bien de un haz de
países heterogéneos sin vinculación fiscal y presupuestaria y con
intereses muy diferentes. Unos son deudores, otros acreedores. Es
impensable, por tanto, que la UM practique la misma política que EEUU,
eso sin contar con que carece de los mecanismos de ajuste interregional
que cualquier Estado y, por tanto, también EEUU, tiene.
Se da por
hecho que detrás de la crisis española se encuentra el excesivo
endeudamiento de la empresas y de las familias, la avaricia,
incompetencia y frivolidad de los bancos españoles, que concedieron
créditos de manera imprudente y de los bancos extranjeros, sobre todo
alemanes y franceses, que prestaron a los españoles para formar la
burbuja inmobiliaria, y la negligencia de los gobiernos y del Banco de
España que permitieron con total pasividad, cuando no con triunfalismo,
que tales situaciones se produjeran.
Todo ello es cierto, pero no es
menos cierto que nada de esto habría podido ocurrir sin pertenecer a la
moneda única. Ante la existencia del riesgo de tipo de cambio, los
bancos extranjeros no hubiesen prestado a los españoles esas enormes
cantidades, y en todo caso los mercados habrían atacado a la peseta, y
forzado la devaluación, como ya ocurrió a principios de los noventa,
mucho antes de que el déficit de la balanza por cuenta corriente llegase
al 10%.
Nadie culpa a Merkel de la crisis económica, pero sí de
que su política está haciendo imposible la salida. Su gestión, se dice,
ha sido nefasta desde 2009 y es la principal responsable de la segunda
recesión que han sufrido España y Europa en 2012, así como del
estancamiento actual. Merkel, en su papel de defensora de los acreedores
y ahorradores alemanes, ha forzado que todo el ajuste se haga en los
países deudores con cargo a los contribuyentes.
El resultado ha sido
desastroso para los países del Sur, que tienen ahora un porcentaje de
deuda pública y privada sobre el PIB mayor
que en 2007. La canciller alemana ha vetado cualquier política fiscal
expansiva y ha impuesto a los deudores medidas brutales encaminadas a
garantizar el cobro a los acreedores. Así mismo, ha impedido que el
Banco Central Europeo realice una política más agresiva, con lo que ha
evitado la depreciación del euro.
Todo esto es verdad, nadie
puede negar la responsabilidad del Gobierno alemán obstaculizando la
salida de la crisis, pero tampoco se puede negar la culpabilidad del
resto de los gobiernos europeos, especialmente de los del Sur, al firmar
el Tratado de Maastricht y dar su aquiescencia a una unión contra
natura que iba a introducir a las economías de sus países en una trampa
de difícil solución. (...)
El problema de la Eurozona se
encuentra, sí, en la política impuesta por Merkel, en el comportamiento
del BCE y en la pasividad e indolencia de los mandatarios del resto de
los países, más preocupados por situar en los puestos clave de las
instituciones europeas a sus paniaguados que de la política que se va a
seguir; pero sobre todo radica en la contradicción intrínseca en el
proyecto de Unión Monetaria.
En realidad, al no haberse acompasado con
una integración fiscal, presupuestaria y política, no hay un solo euro
sino diecisiete distintos, uno por cada país, y cada uno de ellos
debería tener un tipo de cambio diferente de acuerdo con sus
circunstancias económicas.
Desde luego, el BCE ha sido un ejemplo
de sectarismo y de incompetencia en sus actuaciones, pero me temo que,
aun cuando hubiese sido dechado de sabiduría y buen hacer, su misión no
hubiese resultado sencilla, y desde luego no lo va a ser en el futuro
con diecisiete países que precisan de diecisiete políticas distintas y
de otros tantos tipos de cambio diferentes.
Algunos comentaristas
insisten en que la devaluación no es la panacea y en que el tipo de
cambio no arregla todo. Sin duda, pero desde luego no parece que haya
solución posible mientras el tipo de cambio real no coincida con el
nominal. La forma lógica de hacerlos converger es depreciando o
apreciando la moneda.
Hay quien pretende conseguirlo moviendo los
cientos de miles de costes y de precios internos, incluyendo los
salarios y el tipo de interés, lo cual es bastante difícil, por no decir
imposible. ¿Qué pensaríamos de aquellos que estando en una casa
instalados en una habitación distinta de la que deberían ocupar, en
lugar de trasladarse ellos a la correcta pretendieran que fuese la casa
toda la que se moviera?" (Juan Francisco Martín Seco, República.com, Attac, en Rebelión, 17/09/2014)
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