"(...) ¿Qué está pasando para que los casos de fraude contable, aquí y allá, se generalicen por doquier?
No encontrarán respuesta alguna en esos "expertos", dedicados en cuerpo
y alma a "analizar" el programa económico de otros. Sin embargo, de vez
en cuando, nos topamos con determinados análisis económicos que nos
devuelve la fe en nuestra profesión de economistas.
Uno de esos casos
raros es James Montier, estratega de la gestora de fondos estadounidense GMO, cuyos estudios siempre tienen algo que aportar. Acaba de publicar recientemente un artículo sublime bajo un título sugerente, “The World Dumbest Idea”, algo así como “la idea más muda del mundo”. En él encontramos la razón de fondo de la enorme cantidad de fraudes contables.
Maximizar el valor de la acción
Montier empieza explicando cómo las finanzas ofrecen
sin duda un amplísimo abanico de pésimas ideas, todas ellas alrededor
de hipótesis falsas -eficiencia de los mercados, racionalidad de los
inversores…-.
Y entre esas malas, malísimas ideas, analiza una de ésas
asumida ya no solo en determinados ambientes académicos, sino también en
el oxímoron de la sabiduría convencional, es decir, entre los que
habitan en el mundo real. Nos referimos a la maximización del valor de los accionistas.
La subida a los altares y la sacralización de la maximización del valor de la acción se remonta a un editorial de Milton Friedman
de 1970 en el que sostenía que "solo hay una responsabilidad social de
las empresas, utilizar sus recursos y participar en actividades
diseñadas para aumentar sus ganancias...".
Al amparo de la llegada al
poder de los neoconservadores Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la imposición de la Teoría Neoclásica
se tradujo, desde el lado del gobierno corporativo, en cómo conseguir
que los ejecutivos se centrasen en la maximización de la riqueza de los
accionistas.
Combinando la hipótesis de eficiencia de mercados con la Teoría de Agencia ello se lograría, según la economía financiera neoclásica, maximizando el precio de la acción. Para ello habría que alinear los intereses de los gestores con el de los accionistas, remunerando de manera generosa a los primeros según la evolución del precio de la acción.
Montier plantea una crítica atroz al objetivo de la maximización del valor de la acción.
Demuestra en primer lugar que ha fracasado en su objetivo último. En el
período donde la maximización del precio de la acción se impuso como
dogma del gobierno corporativo, los accionistas no solo no obtuvieron
mayores retornos, sino que en realidad se produjo un desempeño
corporativo mucho más pobre.
Sin embargo, las implicaciones y daños causados por el foco unívoco y exclusivo del gobierno corporativo hacia la maximización del valor de la acción son mucho más amplios y afectan a toda la sociedad. James Montier apunta en esencia a tres hechos estilizados.
En primer lugar la disminución y las bajas tasas de inversión de las empresas, aspecto fundamental del que ya hemos hablado en otros blogs previos. En segundo lugar la desigualdad creciente; y, finalmente, y relacionado con el punto anterior, una participación del factor trabajo sobre el PIB cada día más baja.
Teniendo en cuenta la disminución de la esperanza de vida tanto de
una empresa como de la permanencia del director ejecutivo de la misma en
su puesto, es normal que muchos directivos estén dispuestos a
sacrificar valor a largo plazo para obtener beneficios a corto plazo.
Ello se traduce en menores inversiones en las empresas que cotizan en
bolsa. Concretamente para Estados Unidos la tasa media
de inversión anual sobre los activos totales es casi dos veces mayor
entre las empresas que no cotizan en bolsa (6,8%) frente a aquellas que
sí cotizan (3,7%).
Esta preferencia por la baja inversión tiene sentido
dada la alineación de los ejecutivos y accionistas. Hemos pasado de un cambio en el modus operandi de conservar y reinvertir, previo a la era de maximización del valor de la acción, a reducir y distribuir actual.
Para ver cómo además todo esto está relacionado con la creciente desigualdad
sólo es necesario entender quién se beneficia de un mercado de valores
ascendente. Solamente aquellos que poseen acciones.
El 1% acapara casi
la mitad del mercado de valores. Si examinamos además la relación entre la remuneración del equipo gerencial y los trabajadores,
la situación alcanza niveles grotescos. Incluyendo salario, bonos,
donaciones de acciones restringidas, opciones ejercidas, y los pagos de
incentivos a largo plazo, la relación en Estados Unidos se ha incrementado de 20 veces en 1965 a un las 300 veces actuales. En España
todavía es peor. No hay ninguna duda de que la maximización del valor
de la acción ha jugado un papel importante en el aumento de la
desigualdad. (...)" (Juan Laborda, Vox Populi, 06/12/2014)
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