"(...) El pasado
31 de marzo, en la Oficina del Tesoro del Condado de Wayne, esa invención de la
época victoriana no cumplió ninguno de los dos. Una vez más, ninguna puerta de
la historia de la arquitectura –giratoria o de otro tipo– hubiera podido albergar
la última perversidad que los funcionarios de Detroit estaban infligiendo a sus
residentes: el posible desahucio de decenas de miles de
personas, tal vez 100.000, todas desplazadas al mismo tiempo.
No es
de extrañar que pareciese que todo el mundo se quedaba atascado en las puertas
giratorias de dicho edificio el último día para pagar o acordar un plan de pago
del impuesto de bienes inmuebles atrasado.
El ayuntamiento había avisado de que
quienes no pagaran ese día perderían sus viviendas por la vía de la ejecución
fiscal, el procedimiento por el cual el gobierno local se hace con la propiedad
de una vivienda por impago del impuesto de bienes inmuebles.
"Oh, Dios mío", exclamó una mujer muy abrigada cuando vio aquel
río de gente con sus documentos en sobres y carpetas de todo tipo bajándose de coches,
caminando encorvados con la ayuda de andadores, conduciendo ciclomotores
eléctricos, siendo empujados en sillas de ruedas o simplemente agolpándose para
tratar de llegar a pie al edificio. Era una tarde gris y excesivamente fría
para esa época del año. (...)
"Es
el último día para pagar", gritó una mujer de camino hacia el cubículo
acristalado giratorio dirigiéndose a un transeúnte que había aminorado el paso
al ver aquel tumulto. En el interior, un funcionario de la oficina del sheriff
del condado de Wayne convertido en "controlador de tránsito" bramaba
instrucciones a una serpenteante fila de gente. "En el octavo piso les
darán un número. ¡Guarden ese número! Luego bajen al quinto piso".
El octavo
piso, sin embargo, resultó no ser más que otro embotellamiento humano, un espacio
para retener a miles de propietarios angustiados que tenían por delante horas
de espera antes de llegar a la mesa de alguno de los funcionarios sobrecargados
de trabajo en el quinto piso.
Con todo, como me dijo un repartidor de la
oficina postal que se quedó boquiabierto ante semejante fiasco, había menos agitación de la que había habido
solo unos días antes, cuando la oficina del tesoro tuvo que alquilar la Segunda
Iglesia Bautista al otro lado de la calle. Allí es donde la gente esperó para
poder atravesar las puertas giratorias y subir en ascensor hasta el octavo piso
antes de descender al quinto para... bueno, ya se harán una idea.
Lo
cierto es que toda la semana fue un horrible caos. Corrían rumores de que un
día antes había fallecido una mujer en el ascensor, entre el octavo y el quinto
piso, cuando iba a "hacer arreglos", eufemismo para "acordar un
plan de pago" que podría salvar tu vivienda.
"¿Y
qué pasa si no puedes pagar?" me preguntó un hombre delgado mientras
esquivábamos una nueva ola de gente que salía del cilindro de cristal.
"Pues
que subastan tu casa", respondí.
"¿En
serio?", preguntó alucinado. (...)
Más de 60.000 viviendas, aproximadamente la mitad de ellas ocupadas, van a ser subastadas. Se calcula que unos 100.000 residentes –alrededor de la séptima parte del total– se encaminarían hacia lo que muchos ya llaman una "cinta transportadora" de desahucios. (...)
Mike
Shane, residente en Detroit y uno de los promotores del grupo anti-ejecuciones Moratorium
Now! (¡Moratoria Ya!), lo sabe mejor que nadie. "Llamamos a la prensa y responden,
dadnos cualquier cosa menos ejecuciones", me dice con tristeza.
Unir
los puntos
El 31
de marzo algunas personas consiguieron hacer los "arreglos" necesarios
para salvar sus hogares. Entre ellas se contaba una mujer con un peinado al
estilo Hillary Clinton que llevaba viviendo en la calle Winthrop desde los años
sesenta pero que, como muchas otras personas de clase trabajadora, se había
retrasado en el pago de impuestos.
"Me preguntaron, '¿Por que no pagó el
impuesto de bienes inmuebles?'", explicaba mientras descansaba en uno de
los bancos del primer piso. "Y yo dije, 'porque me dio un infarto'".
El año
pasado, recordaba, la vivienda de una vecina iba a sacarse a subasta pública.
Un hombre que vivía en el mismo bloque reconoció la dirección en la lista de
propiedades que se subastaban y compró de nuevo la casa para ella, me cuenta.
"Le dijo a la mujer 'páguemela cuando pueda, si puede'".
Detroit
está llena de historias parecidas repletas de un terco sentido de esperanza.
Pero hay muchísimas más direcciones en la lista de ejecuciones que vecinos angelicales.
A primera hora de la tarde de ese último día de marzo, con el edificio a punto
de reventar con miles de personas en su interior, la oficina del condado
admitió su incapacidad de hacer frente a la situación y amplió el plazo de las
ejecuciones otras seis semanas.
"No
sé si será porque están absolutamente desbordados", se preguntaba Mary
Crenshaw, una mujer de ojos hundidos que se sintió aliviada con el anuncio, pues
le daba tiempo a recibir el pago único de jubilación de British Airways, su
antiguo empleador. Había venido a salvar su vivienda familiar en Highland Park,
una pequeña ciudad absorbida por Detroit cuyas casas lucían antaño suelos de roble
y ventanas de cristal biselado.
Hoy más de la mitad están vacías, los jardines
descuidados, las ventanas clausuradas, los antiguos propietarios expulsados del
vecindario después de verse atrapados en una de esas cintas transportadoras de
ejecuciones.
Después
de todo, esta crisis de ejecuciones fiscales viene pisándole los talones al
último gran desalojo de la ciudad: el desastre hipotecario de 2008, que se
expandió por Detroit como una marejada arrastrando fuera de ella a casi un cuarto de millón de personas y dejando a su
paso decenas de miles de propiedades desocupadas.
El
hecho de que el gobierno de la ciudad esté amenazando con desahuciar a lo largo
de este año a la séptima parte de los habitantes que le quedan por no haber
pagado el impuesto de bienes inmuebles podría parecer un tanto absurdo hasta
que uno empieza a unir los puntos: los cortes
de agua masivos, el cierre de docenas de escuelas públicas, el abandono de las bocas de incendios en
determinados barrios y ahora esta avalancha de ejecuciones.
Al
observar el patrón que aparece se ve que Detroit no es solo una ciudad en mitad
de un "revival", como
aseguran los inversores y los medios nacionales. Es verdad que está habiendo
nuevos desarrollos urbanísticos en algunos barrios y que los funcionarios
municipales anuncian grandes cambios, a menudo ilustrados con documentos coloridos que muy bien podría
haberlos formateado un equipo de magos del diseño gráfico en la parte de atrás
de los autobuses de Google en San Francisco.
Pero
esa es solo una parte de la historia de Detroit. Para sus habitantes con pocos
recursos, negros y viejos, Detroit no es una ciudad en auge sino asediada. (...)
"¡No!",
gritó Goldberg una vez más. "Tenemos que parar estas ejecuciones con una
moratoria, una suspensión! ¡La idea de que eso no se puede hacer es absurda! ¡El
Tribunal Supremo ya declaró en 1934 que durante un periodo de emergencia la
necesidad de sobrevivir de las personas prevalece sobre cualquier contrato
financiero! ¡El gobernador tiene la responsabilidad de declarar el estado de
emergencia!"
Todas
sus frases terminaban con signos de exclamación y en la iglesia resonaba aquel torrente
de palabras. En un universo al revés Goldberg habría sido un subastador experto
en vez de un hombre desesperado por salvar todas esas viviendas y a sus
habitantes.
Quisiera
dejar claro que Goldberg no está sugiriendo otra de esas declaraciones de
emergencia que han servido a los gobernadores de Michigan para nombrar a dedo
directores de emergencia para los municipios y distritos escolares desde
Detroit hasta Muskegon Heights.
En vez de eso, lo que está pidiéndole al
gobernador es que declare el estado de emergencia bajo la ley 10.31 de Michigan, lo que permitiría a
quien ocupe su puesto "promulgar ordenanzas, reglamentos y normas para
proteger la vida y la propiedad" incluyendo, por supuesto, la paralización
de las ejecuciones fiscales. En 1933 medidas similares permitieron a la
legislatura de Michigan aprobar la Ley Moratoria Hipotecaria, luego confirmada
por el Tribunal Supremo, que imponía la paralización de las ejecuciones
hipotecarias durante 5 años.
Detrás
de la aprobación de esa moratoria hubo, entre otras cosas, un Partido Comunista
nacional bien organizado, cientos de consejos de trabajadores, miles de desahucios
paralizados mediante la desobediencia civil y –me atrevería a decir, aunque no
tengo pruebas documentales– un ingente número de "asambleas de
emergencia". (...)
Ya hay,
por ejemplo, una nueva fecha tope, el 12 de mayo, para que los residentes acuerden
un plan de pago para no perder sus casas a causa de una ejecución fiscal. Eso ofrece
más tiempo a la gente para atravesar las puertas giratorias de la Oficina del
Tesoro del Condado de Wayne, subir hasta el octavo piso e ir luego al quinto, todo
en un intento de encontrar la manera de bajarse de la cinta transportadora hacia
ninguna parte.
Y, por supuesto, también les concede más tiempo para celebrar
asambleas populares con el fin de impedir, de una vez y para siempre, que siga
funcionando esa cadena de montaje de desahucios y expulsión.
Sin
embargo, incluso si esto sucediera, es indudable que estas reuniones,
convocadas con muchas mayúsculas y signos de exclamación, seguirán existiendo.
Se han convertido en parte integrante de esta ciudad, como lo son las mujeres y
los hombres que las organizan, las iglesias que las alojan y los barrios cuya
supervivencia depende de ellas. (...)" (Laura Gottesdiener , TomDispatch , en Rebelión, 28/04/2015)
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