"Tengo la impresión de estar escribiendo bajo la espada de Damocles. Cada
uno de los pensamientos que expreso, el más mínimo deseo o esperanza
puede que mañana haya sido refutado, negado, superado. Se acerca el 30
de junio. Creo que la confusión supera al pánico.
¿Qué queremos?
¿Quiénes somos? Nosotros, los griegos. Los parias de Europa, los
perezosos e irresponsables que atormentamos desde hace meses al
Eurogrupo, que monopolizamos todas las cumbres de la UE, mientras que
hay otros temas cruciales que discutir, Ucrania o los productos
transgénicos, por ejemplo.
La crisis de los últimos años ha
planteado un problema de identidad. Un país pequeño, con una larga
historia. Un pasado glorioso lejano que a menudo se convierte en una
carga y provoca hasta vergüenza, especialmente cuando, a los ojos de los
extranjeros, somos desde hace décadas el país de las vacaciones, la mousaká y la retsina.
Resulta que nosotros, que fuimos los viejos amigos del pensamiento,
seguimos en suspenso, paralizados, y ni conseguimos poder pensar lo que
nos sucede.
Ante el Parlamento, en Atenas, los enfrentamientos son cada vez más violentos. (...)
En un primer momento, la victoria electoral de Syriza creó una
sensación de euforia, incluso entre algunos de los que no habían votado
por ellos. Por primera vez, la clase política griega, asociada a las
desgracias de los últimos años, no participaba en el gobierno. A ese
soplo de esperanza de los primeros meses, cuando las negociaciones
parecían acercarse a un punto de convergencia, sucedió un ambiente
tóxico que ha socavado cualquier intento de diálogo.
La
principal tarea que se había asignado Syriza era tratar de frenar la
crisis humanitaria del país, que en los últimos años ha adquirido
proporciones catastróficas. Pero es el único gobierno europeo que se
opone a la austeridad, y, para más inri, es un gobierno de izquierdas
con una visión política opuesta a la que defienden las elites económicas
y políticas.
Sus posiciones molestan a los acreedores y, poco a poco,
se hace evidente que éstos quieren reducir Syriza a la nada. (...)
En el enfrentamiento del último mes, hay dos verdades reconocidas por
ambas partes, los acreedores y los deudores: Grecia no es capaz de pagar
su deuda, y el dinero de los préstamos va a parar a los bancos sin
fortalecer la recuperación del crecimiento.
Junto a estas verdades, hay
una realidad cotidiana que los acreedores prefieren ignorar: un país en
ruinas, unas prestaciones sociales drásticamente reducidas, abuelitas
hurgando en las basuras, drogadictos trasladados por la policía como un
rebaño de un barrio a otro de Atenas, hospitales que funcionan al
ralentí y sin el personal necesario, medicamentos que desaparecen. (...)
Este es un pueblo abandonado en la confusión, que ha perdido su
dignidad, que se considera doblemente traicionado: por los sucesivos
gobiernos, cuya mala gestión, despilfarro y corrupción han llevado a
esta situación, y por Europa que ha sido incapaz de garantizar un
verdadero espíritu de solidaridad.
En lugar de que este sentimiento de
traición genere unidad y espíritu de lucha, lleva a la división y la
discordia. La crisis se trivializa. La apatía avanza. El derrotismo. El
fatalismo. Las instituciones están por los suelos, la democracia en
peligro de extinción. (...)
La consecuencia es una desconfianza casi atávica en las
instituciones. El griego es en primer lugar individuo antes que
ciudadano. Sigue teniendo los reflejos de la bestia acorralada, por la
dificultad de sobrevivir en un estado con frecuencia subordinado a
poderes extranjeros, desestabilizado por las desigualdades sociales y la
emigración, y marcado siempre por la Segunda Guerra Mundial y la guerra
civil que la continuó.
Cada generación conoce Grecia y los
griegos de manera diferente. La más alta consideración alterna con el
peor desprecio. Un día somos héroes, al día siguiente, bellacos. Grecia
nunca existió, escribió André Breton. Es una frase para reflexionar.
Somos como una falla en el mapa.
Un pequeño punto al final de Europa –un
poco de Balcanes, otro poco de Oriente Próximo– que sigue existiendo,
que persiste en hablar el mismo idioma desde más de 3.500 años. (...)
El exceso de los últimos acontecimientos ofrece la posibilidad a
Europa de replegarse en sí. Con la recesión económica, una profunda
crisis existencial parece atravesarla.
¿Cuáles fueron los principios que
subyacen a esta aventura europea? ¿Cuál fue la inspiración que dio
origen a la iniciativa de Altiero Spinelli y Jean Monnet? ¿Qué queda
hoy? La decadencia de Occidente, de lo que se considera la cuna de la
civilización, es un hecho. Nuevos mercados están surgiendo e imponen sus
condiciones.
Una grave conmoción humana acompaña esta
decadencia. Nos encontramos atrapados en un sistema que se nos escapa,
en el que nos sentimos cada vez más impotentes, con demasiada frecuencia
obligados a una pasividad insostenible porque las decisiones más
importantes parecen que se toman sin nuestro conocimiento, y en el que
los muy ricos no se ven de ninguna manera afectados por los cambios
políticos en sus países y los pobres no tienen esperanza de que la
política puede cambiar nada a su favor.
El hombre ha dejado
desde hace mucho tiempo de ser la medida de la verdad y el conocimiento.
Multitudes desarraigadas se arraciman en las fronteras, refugiados que
buscan llegar a los puertos europeos por todos los medios posibles.
El
mar Mediterráneo ha vuelto a cubrirse de cadáveres. Tal vez la crisis
griega sea un ultimátum para que Europa decida de una vez volver a
definir sus objetivos, decida ser más atrevida: dos pasos atrás para
poder avanzar." (Ersi Sotiropoulos es novelista griega. Le Monde, en Rebelión, 03/07/2015)
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