"Quien pretenda entender la situación de Grecia exclusivamente desde
la economía se encontrará con que no puede entender casi nada: varios
planes de rescate y miles de millones de euros inyectados desde que
comenzó la crisis; el gobierno político de la economía intervenido desde
que se implantaron esos planes de rescate; las condiciones de vida de
la población en una espiral de deterioro sin freno ni suelo sobre el que
aterrizar; la Eurozona hablando de prevenir riesgos de contagio, como
si en Grecia hubiera una epidemia de ébola, en lugar de preocuparse de
sanar de una vez por todas una economía a la que ha aplicado
coactivamente una medicina que está terminando con el enfermo.
Nada de esto puede explicarse desde la economía porque lo que cualquier
economista que no introdujera sesgos políticos o juicios morales en su
análisis está obligado a reconocer es que la deuda pública griega es
impagable y que, por lo tanto, necesitará tarde o temprano de una
reestructuración; y que, además, no ha existido en la historia ningún
caso de acumulación de superávits primarios tan grande y prolongada en
el tiempo como para poder enjugar la deuda pública griega y llevarla a
los niveles que exige el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
Y
si todo lo anterior lo sabe cualquier economista la cuestión que hay que
dilucidar es cómo el Fondo Monetario Internacional, es decir, la misma
institución que reconoció que había sobreestimado el efecto contractivo
de la austeridad en Grecia, ha sido capaz de forzar la ruptura del
acuerdo al que prácticamente se había llegado en la última reunión del
Eurogrupo. Una ruptura provocada porque le seguían pareciendo
insuficientes las medidas de austeridad ofertadas por el gobierno griego
y que sí parecían suficientes al resto.
La explicación a todo
ello no cabe buscarla, entonces, en el terreno de la economía sino en el
de la política o, si se quiere, en la dimensión de política concentrada
y difusa que puede atribuirse actualmente a la economía en la Eurozona.
Y es que al Fondo Monetario Internacional, en tanto que agente
no europeo de la Troika, le ha correspondido forzar al gobierno griego a
aceptar una propuesta que no sólo superaba el límite de lo aceptable
–si es que existe algo aceptable a estas alturas en la gestión de la
crisis griega- sino que lo traspasaba ampliamente y lo situaba en el
terreno de lo humillante.
Forzar la ruptura de unas negociaciones por
apenas mil millones de euros sólo porque introducían la posibilidad de
que el acuerdo viniera de la mano de una nueva reestructuración de deuda
-cuando, además, todos los agentes implicados saben que ésta deberá
darse- es un acto de irresponsabilidad que sólo se entiende si se tiene
en cuenta la voluntad de torcer el brazo a Grecia y provocar la caída de
su gobierno.
Con lo que no contaban era con que Tsipras no es
Papandreu. Mientras que éste no se atrevió a convocar un referéndum para
que el pueblo griego decidiera si aceptaba o no las medidas de recorte
impuestas por la Troika, al primero no le ha temblado el pulso para
convocarlo. (...)" (Alberto Montero Soler , el diario.es, en Rebelión, 30/06/2015)
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