"Sólo en las películas de terror se ven escenas tan sádicas como las que
vimos el 13 de julio pasado en Bruselas, cuando el primer ministro
griego Alexis Tsipras –herido, derrotado, humillado– tuvo que acatar en
público, cabizbajo, el diktado de la canciller de Alemania,
Angela Merkel, renunciando así a su programa de liberación por el cual
fue elegido, y el cual precisamente acababa de ser ratificado por su
pueblo mediante referéndum.
Exhibido por los vencedores como un
trofeo ante las cámaras del mundo, el pobre Tsipras tuvo que tragarse su
orgullo y tragar también tantos sapos y culebras que el propio
semanario alemán Der Spiegel, compadecido, calificó la lista de sacrificios impuestos al pueblo griego de “catálogo de horrores”...
Cuando
la humillación del líder de un país alcanza niveles tan espeluznantes,
la imagen se queda en la historia para aleccionar a las generaciones
venideras, incitadas a no aceptar nunca más un trato semejante. Así han
llegado hasta nosotros expresiones como “pasar por las horcas caudinas”
(1) o el célebre “paseo de Canossa” (2). Lo del 13 de julio fue tan
enorme y tan absolutamente irreal que quizás este día también será
recordado en el futuro de Europa como el día del “diktado de Alemania”.
La
gran lección de ese escarnio es que se ha perdido definitivamente el
control ciudadano con respecto a una serie de decisiones que determinan
la vida de la gente en el marco de la Unión Europea (UE) y, sobre todo,
en el seno de la zona euro, hasta tal punto que podemos preguntarnos:
¿de qué sirven las elecciones si los nuevos gobernantes se ven obligados
a hacer lo mismo que los precedentes en los temas esenciales, es decir,
en las políticas económicas y sociales?
Bajo este nuevo despotismo
europeo, la democracia se define, en menor medida, por el voto o por la
posibilidad de escoger y, en mayor medida, por el imperativo de respetar
reglas y tratados (Maastricht, Lisboa, Pacto Fiscal) adoptados hace
tiempo y que resultan verdaderas cárceles jurídicas sin posibilidad de
evasión para los pueblos.
Al presentar a las muchedumbres a un
Tsipras con la soga al cuello y coronado de espinas –“Ecce Homo”–,
Merkel, Hollande, Rajoy y los otros pretendían demostrar que no hay
alternativa a la vía neoliberal en Europa. Abandonad toda esperanza,
electores de Podemos y de otros frentes de izquierda europeos; estáis
condenados a elegir gobernantes cuya función consistirá en implementar
las reglas y los tratados definidos una vez por todas por Berlín y el
Banco Central Europeo.
Lo más perverso es que, al igual que en un
juicio estalinista a semejanza del “Proceso de Praga”, se le ha exigido a
quien más criticó el sistema, a Alexis Tsipras, que sea quien se
humille ante él, que lo elogie y que lo suplique.
Los que ignoraban que vivíamos en un sistema despótico lo han descubierto en esta ocasión. (...)
La ciudadanía observa, desesperanzada, cómo se exige al partido griego
Syriza, que ganó las elecciones y que ganó un referéndum con un discurso
contra la austeridad, que aplique con mayor brutalidad la política de
recortes que los electores rechazaron. Consecuentemente, muchos se
preguntan: ¿para qué sirve elegir una alternativa si la alternativa
acaba siendo exactamente una repetición de lo mismo? (...)
Como consecuencia, se ha creado, efectivamente, en Europa en la
actualidad, el estatus de “nuevo protectorado” para los Estados que han
pedido un rescate. Grecia, por ejemplo, es gobernada de manera
“soberana” para todas las cuestiones que tienen que ver con la gestión
de la vida social de sus ciudadanos (los “indígenas”).
No obstante, todo
lo que tiene que ver con la economía, con las finanzas, con la deuda,
con la banca, con el presupuesto y, evidentemente, con la moneda está
gestionado por una instancia superior: la tecnocracia euro de la Unión
Europea. Es decir, Atenas ha perdido una parte decisiva de su soberanía,
el país ha sido rebajado al grado de protectorado.
Dicho con
otras palabras: lo que está ocurriendo no sólo en Grecia sino en toda la
zona euro –en nombre de la austeridad, en nombre de la crisis– es,
básicamente, el paso de un Estado de bienestar hacia un Estado
privatizado en el que la doctrina neoliberal se impone con un dogmatismo
feroz, puramente ideológico. Estamos ante un modelo económico que está
arrebatando a los ciudadanos una serie de derechos adquiridos después de
largas y, a veces, sangrientas luchas. (...)
Algunos dirigentes conservadores tratan de calmar al pueblo diciendo:
“Bueno, se trata de un mal periodo, un mal momento que hay que pasar.
Tenemos que apretarnos el cinturón, pero saldremos de este túnel”. La
pregunta es: ¿qué significa “salir del túnel”? ¿Nos van a devolver lo
que nos han arrebatado?¿Nos van a restituir los recortes salariales que
hemos padecido? ¿Van a restablecer las pensiones al nivel en el que
estaban? ¿Vamos a volver a tener créditos para la salud pública, para la
educación?
La respuesta a cada una de estas preguntas es “no”.
Porque no se trata una “crisis pasajera”. Lo que ocurre es que hemos
pasado de un modelo a otro peor. Y ahora se trata de convencernos de que
lo que hemos perdido es irreversible. “Lasciate ogni speranza”
(3). Ése fue el principal mensaje de Angela Merkel el pasado 13 de julio
en Bruselas mientras exhibía, cual teutónica Salomé, la cabeza de
Tsipras en una bandeja..." (Ignacio Ramonet, Le Monde Diplomatique, en Rebelión, 05/08/2015)
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