"El pueblo griego no sólo ha hablado, ha gritado. Más de seis de cada
diez votantes han dicho no. Hay que preguntarse, en consecuencia, qué
significa esto y qué sucederá a continuación. La cuestión presenta un
doble significado. (...)
Las circunstancias atenuantes son que los acreedores tendieron la
trampa en la que han caído los griegos. Ofrecieron préstamos cuando
deberían haber sabido que los prestatarios tenían escasas posibilidades
de devolverlos.
En ocasiones, en Grecia como, por ejemplo, en América
Latina, los agentes bancarios incitaron a suscribir préstamos porque
obtenían primas y bonificaciones por propiciar oportunidades de negocio.
Es una práctica bancaria corriente. Otros préstamos fueron suscritos
por razones polí-ticas. Algunos incluían cláusu-las y apartados
relativos a la “seguridad”.
Los griegos, por supuesto, son “culpables” de aceptar los préstamos.
Deberían haber sido conscientes de lo difícil que sería devolverlos.
Algunos, prudentemente, rehusaron, pero cuando los préstamos auspiciaron
temporalmente un cierto auge económico, casi todo el mundo se dejó
llevar por la euforia.
Tras años de lucha, pobreza y confusión dio la
sensación de que amanecía un nuevo día. Una “pompa” de expectativas
parecía haber cambiado las reglas del juego. En consecuencia, tanto el
Gobierno como el pueblo cayeron en la trampa financiera. Y no sólo los
griegos. Otros considerables prestatarios incluyeron a los gobiernos de
España, Portugal, Italia e Irlanda. Este factor motiva que la crisis
actual sea algo más que una crisis únicamente griega.
En el plano internacional, ya se advierten indicios de que los
acreedores reaccionan con pánico al resultado electoral griego. Si un
país que suscribió notables préstamos no atiende sus obligaciones y deja
de pagar -se preguntan-, ¿que país que también suscribió voluminosos
préstamos será el próximo? Muchos han indicado que será España.
Al
parecer, una parte de los acreedores considera que los movimientos
populares se asemejan a la coalición de grupos que apoyan al primer
ministro griego, la Syriza de Alexis Tsipras. A los banqueros,
probablemente, no les importa la política o la ideología, sino que temen
la confusión y las turbulencias. Son bien conocidos por su actitud de
prudencia.
Y la prudencia inclina bien a no conceder nuevos préstamos o
bien a reclamar los ya concedidos. Esta circunstancia podría lesionar
intensamente la economía española, en la que ya en el año en curso casi
uno de cada cuatro trabajadores no podría encontrar trabajo.
El momento de peligro es evidente. ¿Qué cabe decir del momento de la
capacidad de gobierno? Irónicamente, aunque los acreedores no parecen
haberlo entendido todavía, el voto del no podría salvar al euro, salvar a
Grecia y, posiblemente, salvar a España, a Italia, a Portugal y a
Irlanda. ¿Cómo es eso?
Ello es así porque, una vez garantizado el apoyo en su país, el
primer ministro Tsipras puede permitirse ahora negociar un acuerdo
razonable. Y, tras constatar que Tsipras no puede ser derrocado ni
eludido, la coalición de la canciller Merkel y el presidente François
Hollande y sus aliados son conscientes de que deben negociar un acuerdo
razonable si están dispuestos a salvar al euro y posiblemente a la Unión
Europea.
¿Dónde confluyen ambas fuerzas? Aunque existen detalles de notable
complejidad, el meollo del asunto resulta razonablemente sencillo. En
primer lugar, Grecia no puede atender el pago de la enorme deuda en un
futuro previsible. Esto podría haber sido verdad si los griegos hubieran
votado “sí”.
Dicho con claridad, el FMI, el BCE y otros acreedores
deben condonar una buena parte de la deuda griega. Elegirán
probablemente disfrazar la “condonación” calificándola de extensión de
los plazos a un futuro lejano. (...)
En segundo lugar, si pretende sobrevivir de forma aceptable y
posiblemente a evitar incluso un conflicto civil, Grecia necesitará
cierta financiación adicional de urgencia. La victoria electoral de
Tsipras le posibilitará inclinar ligeramente -pero no mucho- su postura
en cuestiones como las propias del Estado de bienestar.
Al mismo tiempo,
la desesperación pública -al tiempo que se agotan los fondos y escasea
incluso la comida- le impulsará a llegar a compromisos mientras pueda y
permanezca en el cargo.
Por su parte, los acreedores encontrarán fuertes incentivos para
ayudar, dado que un colapso total de la economía griega levantaría el
espectro del colapso de otras economías de la UE y el peligro, en última
instancia, de un colapso de la Unión Europea y de una caída del euro.
Esperemos que los gobernantes sepan guiarnos en los próximos días y
semanas"
(El ‘no’ puede salvar al euro, a España, Italia, Portugal e Irlanda, de William R. Polk en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 07/07/2015)
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