"(...) Aunque la desigualdad en el interior de los países haya crecido
exponencialmente durante la crisis, ya estaba muy presente antes. Ha
crecido sin parar desde los años ochenta del siglo pasado.
Lo denunció,
entre muchos otros, uno de los hombres más ricos del mundo, Warren
Buffett, cuando escribió en 2011 un artículo en The New York Times, titulado Dejad de mimar a los ricos:
“Mientras las clases media y baja luchan por nosotros en Afganistán,
mientras los norteamericanos pelean por ganarse la vida, nosotros, los
megarricos, continuamos teniendo exenciones fiscales extraordinarias”.
Ya entonces el mapa cotidiano de las clases medias y bajas era de
salarios prácticamente estancados, amén de una creciente precariedad
laboral. Las diferencias entre unos y otros se trataron de compensar con
el acceso masivo al crédito, en un tiempo en que los tipos de interés
eran bastantes bajos.
No ganamos mucho, pero nos podemos endeudar para
comprar casa, coche e irnos de vacaciones. Precisamente la expansión de
los préstamos bancarios a las familias de menos ingresos fue el origen
de las hipotecas subprime (de alto riesgo) con el que arranca la crisis financiera del verano de 2007.
Los beneficios de esta forma de actuar —aumento del consumo, compra de
viviendas, incremento del precio de las mismas, lo que hacía que las
familias se sintieran más pudientes (el efecto riqueza), más empleo...—
son inmediatos, en tanto que el pago de la inevitable factura se aplaza
para el futuro.
Pelotazo hacia adelante. Así se puso en marcha el ¡qué coman crédito!,
que funcionó hasta que estalló la burbuja. El crédito como sustitutivo
de una distribución más progresiva de la renta y la riqueza ha sido uno
de los silencios sepulcrales de la Gran Recesión.
Otro de ellos ha sido el de la distribución en las entrañas del mismo
grupo social. Se ha instalado una verdad ideológica: no se puede
distribuir desde el capital hacia el trabajo, desde los ricos hacia los
pobres, porque las empresas y los ciudadanos ricos abandonan los países
de altos impuestos hacia aquellos de gravámenes bajos o directamente
hacia los paraísos fiscales, aprovechando la libertad de movimientos de
capitales.
La mayor parte de las reformas fiscales han reducido los
impuestos al capital y han paliado o eliminado los impuestos del
patrimonio (a lo que se posee, no a lo que se gana) y el de sucesiones y
donaciones (a lo que se hereda). Las clases medias, ya suficientemente
demediadas por la crisis, son las que padecen esas reformas fiscales y
las reformas laborales que exigen dosis cada vez superiores de
flexibilidad del mercado de trabajo. (...)
¿Y los demás? ¿Y los privilegiados de verdad? ¿Y las élites extractivas
que se han amparado en las instituciones políticas y económicas para
subir la cucaña social? Esas están muy lejos y no se las ve. En la cola
social que no avanza se mira con envidia al vecino que está delante.
Y
si ya no se le ve porque ha avanzado mucho, se observa con antipatía a
los que nos rodean y compiten por lo poco, por lo escaso. Así, la lucha
de clases se convierte en la envidia dentro de la clase. El sociólogo francés Pierre Bourdieu
escribió que los efectos ideológicos más seguros son aquellos que para
ejercerse no precisan de palabras o no demandan más que silencios
cómplices." (
Joaquín Estefanía , El País ,
22 NOV 2015)
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