"(...) Demos un paso atrás y veremos que todas estas crisis surgen de la misma
causa. A quienes despliegan un poder inmenso y un alcance global se les
libera de restricciones democráticas. Esto se produce a causa de una
corrupción fundamental en el corazón de la política.
En casi todos los
países el interés de las élites económicas tiende a pesar más
gravosamente antes los gobiernos que los del electorado. Bancos, grandes
empresas y terratenientes ostentan un poder que no rinde cuentas, que
funciona dentro de la clase política con una palmada y un guiño. La
gobernación global está empezando a parecerse a una inacabable reunión
del Club Bilderberg.
Tal como sostiene un ensayo del profesor de Derecho Joel Bakan en la revista jurídica de la Universidad de Cornell (EE.UU.), Cornell International Law Journal, dos terribles cambios han venido sucediendo simultáneamente.
Tal como sostiene un ensayo del profesor de Derecho Joel Bakan en la revista jurídica de la Universidad de Cornell (EE.UU.), Cornell International Law Journal, dos terribles cambios han venido sucediendo simultáneamente.
Por un lado, los gobiernos han ido
eliminando leyes que restringen a bancos y grandes empresas, sosteniendo
que la globalización debilita a los estados y hace imposible una
legislación eficaz. Por el contrario, afirman, deberíamos confiar en que
quienes ostentan el poder económico se regulan a sí mismos. (...)
David Cameron se ha jactado de gestionar “el primer gobierno de la
historia moderna que al final de su legislatura dispone de menos
regulación de la que tenía en un principio”.
Esto, en un mundo de una complejidad que se acelera y de floreciente delincuencia empresarial, es pura temeridad. Pero no temáis, dicen: el poder económico ya no necesita someterse al imperio de la ley. Puede regularse a sí mismo.
Algunos de nosotros llevamos mucho tiempo sospechando que estos son tonterías con todas las letras. Pero hasta ahora todo lo que teníamos eran sospechas. Esta semana se ha publicado el primer informe global sobre autorregulación.
Esto, en un mundo de una complejidad que se acelera y de floreciente delincuencia empresarial, es pura temeridad. Pero no temáis, dicen: el poder económico ya no necesita someterse al imperio de la ley. Puede regularse a sí mismo.
Algunos de nosotros llevamos mucho tiempo sospechando que estos son tonterías con todas las letras. Pero hasta ahora todo lo que teníamos eran sospechas. Esta semana se ha publicado el primer informe global sobre autorregulación.
Lo encargó la Real
Sociedad Británica para la Protección de las Aves, pero cubre todos los
sectores, desde el de los prestamistas que liquidan el día de paga a los
criadores de perros. Y demuestra que en casi todos los casos, el 82%
de los 161 programas que evaluó, las medidas voluntarias han fracasado.
Así, por ejemplo, cuando la Unión Europea trató de reducir el número de peatones y ciclistas muertos por vehículos, podía haber aprobado sencillamente una ley que indicara a los fabricantes de automóviles que cambiasen la forma en que diseñan sus parachoques y capós, a un coste aproximado de 30 libras esterlinas. Por el contrario, se atuvo a un acuerdo voluntario con el sector. El resultado fue un nivel de protección un 75% más bajo de lo que una ley habría garantizado.
Cuando el gobierno galés introdujo una tasa de cinco peniques por cada bolsa de plástico, redujo su uso en un 80% de la noche a la mañana. El gobierno británico argumentó que la autorregulación por parte de los minoristas haría el trabajo de igual de bien. ¿Resultado? Una enorme reducción del 6%. Después de siete años perdidos, sucumbió el mes pasada a la evidencia lógica e introdujo la tasa.
Programas voluntarios destinados a impedir la publicidad de comida basura para niños en España, a reducir los gases de invernadero en Canadá, ahorrar agua en California, salvar a los albatros de los palangres en Nueva Zelanda, proteger a los pacientes de cirugía estética en el Reino Unido, parar la mercadotecnia agresiva de medicamentos psiquiátricos en Suecia: todos, todos, todos, todos han fracasado.
Así, por ejemplo, cuando la Unión Europea trató de reducir el número de peatones y ciclistas muertos por vehículos, podía haber aprobado sencillamente una ley que indicara a los fabricantes de automóviles que cambiasen la forma en que diseñan sus parachoques y capós, a un coste aproximado de 30 libras esterlinas. Por el contrario, se atuvo a un acuerdo voluntario con el sector. El resultado fue un nivel de protección un 75% más bajo de lo que una ley habría garantizado.
Cuando el gobierno galés introdujo una tasa de cinco peniques por cada bolsa de plástico, redujo su uso en un 80% de la noche a la mañana. El gobierno británico argumentó que la autorregulación por parte de los minoristas haría el trabajo de igual de bien. ¿Resultado? Una enorme reducción del 6%. Después de siete años perdidos, sucumbió el mes pasada a la evidencia lógica e introdujo la tasa.
Programas voluntarios destinados a impedir la publicidad de comida basura para niños en España, a reducir los gases de invernadero en Canadá, ahorrar agua en California, salvar a los albatros de los palangres en Nueva Zelanda, proteger a los pacientes de cirugía estética en el Reino Unido, parar la mercadotecnia agresiva de medicamentos psiquiátricos en Suecia: todos, todos, todos, todos han fracasado.
Lo que el Estado podía
haber hecho de un plumazo de modo barato y eficaz se deja en cambio a
los balbucientes esfuerzos de sectores que, aun siendo sinceros, se van
fatalmente minados por gorrones y oportunistas. (...)
En varios casos las empresas pidieron nuevas leyes que con normas más
rigurosas para todo el sector. Por ejemplo, quienes elaboran envoItorios
plásticos para el forraje de explotaciones agrícolas trataron de
conseguir que el gobierno británico incrementara el nivel de reciclaje,
mientras que las empresas de jardinería querían una regulación que
eliminara gradualmente la turba. Los gobiernos se negaron.
¿Fue esto
resultado de ciega ideología o de sórdido interés propio? Los mayores
donantes a los partidos políticos tienden a ser los peores operadores,
recurriendo a su dinero para que sigan siendo legales sus malas
prácticas (pensemos en Enron).
Puesto que los partidos que financian se pliegan a sus deseos, todos los demás se ven forzados a adoptar sus reducidos baremos. Sospecho que los gobiernos saben tan bien como cualquiera que la Ley es más eficiente y eficaz que la autorregulación, y esa es la razón por la que no se utiliza. (...)" (George Monbiot , Sin Permiso, 13/11/2015)
Puesto que los partidos que financian se pliegan a sus deseos, todos los demás se ven forzados a adoptar sus reducidos baremos. Sospecho que los gobiernos saben tan bien como cualquiera que la Ley es más eficiente y eficaz que la autorregulación, y esa es la razón por la que no se utiliza. (...)" (George Monbiot , Sin Permiso, 13/11/2015)
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