"(...) Son gente curiosa el personal de la banca de altura. En primer lugar
porque pueden hacer, no ya decir, cosas que a los demás nos están
vedadas. Andrew Haldane, número dos del Banco Central de Inglaterra y
responsable de todo el sector financiero, en uno de esos momentos
estupendos que puede tener hasta un banquero, dijo a la revista Der
Spiegel, y hace muy poco, que “los balances de los grandes bancos son
los agujeros negros más grandes entre todos los agujeros negros”.
Lo
cuenta el holandés Luyendijk y se queda perplejo por tamaña exhibición
de sinceridad desfachatada, a la que nadie se dio por aludido.
Son
tantos los ejemplos, las pruebas de que las diferentes variantes del
mundo bancario están basadas en fórmulas que bordeando la legalidad,
cuando no sobrepasándola, provocan la ruina de tanta gente, que hasta el
cronista Luyendijk no puede menos que preguntar a un entrevistado del
sector más duro de la banca –los denominados hombres de piedra– una
cuestión que le carcome: “¿Cómo puede esta gente vivir sin
remordimientos?”.
Y le responde después de darle muchas vueltas
respecto al pasado, a lo dura que es la obligación, llamémosla así, de
garantizar que tu familia no va a sufrir lo que sus víctimas, para
llegar al final con la siguiente definición, que deja impávido a
cualquiera que desconozca ese mundo del que dependemos y del que apenas
sabemos nada:
“A muchos de mis clientes no parece importarles demasiado
lo que piensa el público en general. Eso es todo. Para ellos el imperio
de la ley es muy importante. Mis clientes no son mala gente, simplemente
son personas que han dejado de pensar en términos del bien o el mal.
Son profesionales”.
La introducción del término profesional, como
lavador de la ética y la dignidad de ciertas profesiones, es nuevo.
Antes apelaban a otros referentes, como los códigos griegos ligados al
compromiso social y la respetabilidad.
Un profesional hoy día puede ser
tanto un piadoso y respetable abogado que jamás en su vida hubiera
asumido la defensa de un capo de la droga de no haber echado una ojeada a
la propuesta de emolumentos, eso que también suele denominarse
“provisión de fondos”. Pero un profesional también se considera un
sicario que no tiene por qué saber nada más que la misión profesional
por la que se le paga. O un periodista hecho a todo. ¡Lo he oído tantas
veces!
“Yo soy un profesional y cumplo con las obligaciones de mi
contrato”. ¡Vaya usted a decirle algo sobre la ética y la dignidad o
esos códigos grecolatinos que la tradición ha convertido en pañuelos de
seda que transparentan la trampa! Tienen el mismo valor que los títulos
enmarcados de cualquier profesional que llenan las paredes de su sala de
espera.
Antes, la profesionalidad no era una tapadera para la
desvergüenza sino un timbre de gloria tras una trayectoria coherente.
Ningún delincuente puede quedarse sin defensa, ¿pero a partir de qué
provisión de fondos se convierte el asunto en estricta profesionalidad?
La profesionalidad de un banquero consistía en no engañar a sus
clientes. Los chamarileros de preferentes. Los Blesa o Rato tienen la
consideración de “profesionales”. Un equívoco. Son estafadores.
Un
profesional hoy, por lo común, se refiere a un tramposo impecable, con
gran experiencia en los modos de embaucar a un cliente. Como las leyes
las hacen profesionales, tienen buen cuidado con el envoltorio jurídico,
o médico, o periodístico.
“No he hecho nada que sea ilegal”, dicen
ahora los delincuentes de altos vuelos. Porque la ley la hicieron ellos y
además la interpretan los mismos o sus discípulos. Vamos hacia una
explosión social donde las leyes servirán de muy poco, porque han sabido
quitarles lo poco de igualdad ante la justicia que había cuando se
decretaron.
Ocurre como con la información. No hay igualdad,
porque la pauta la marca quien manda, es decir, quien paga. Los
holandeses tienen fama de gente sincera y demasiado directa, como cuando
Luyendijk en su libro Entre tiburones, nada radical por otra parte, muy
holandés, denominando a las cosas por lo que son y no por lo que
aparentan, se hace una especie de pregunta de respuesta obvia:
“¿Por qué
las donaciones a los partidos para las campañas electorales no se
llaman ‘corrupción’?”. ¿O es que a alguien le cabe en la cabeza entregar
dinero a fondo perdido y no recuperarlo nunca? Se paga, porque se
cobra; el tiempo y el talento estratégico lo deciden.
Me ha
impresionado que esa organización dentro de toda sospecha, denominada
CEOE, que dirigió durante años un estafador, Díaz Ferrán –que ya tenía
que serlo en alto grado para estar aún en la cárcel–, y que solía
afirmar que había que “trabajar más (los otros) y ganar menos (salvo
él)”, haga declaraciones de carácter histórico.
Que los empresarios
españoles estuvieran dirigidos por un delincuente explica muchas cosas.
Por eso me ha afectado la afirmación del nuevo líder empresarial, Juan
Rosell, cuando dice impávido que “el empleo fijo es un concepto del
siglo XIX”. Ni el franquismo había llegado tan lejos." (Nadando entre tiburones, de Gregorio Morán, La Vanguardia, en Caffe Reggio, 28/05/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario