"Economía digital, robots, innovaciones colaborativas, despliegue de
tecnologías disruptivas en numerosos campos sociales. Y entonces, ¿por
qué desde mediados de los años 70 los incrementos de la productividad
del trabajo son cada vez menores?
¿Por qué, países de perfiles tan
diferentes como EEUU, Japón, Alemania, México o Turquía convergen hacia
crecimientos anuales de productividad cercanos al 1%, seis veces menores
que los conocidos en los años 60?
Es la primera duda que le surge a The Economist cuando aborda esta cuestión. El problema no es real, solo es de medición, dicen algunos. El progreso tecnológico en la economía de los intangibles aumenta la productividad en espacios y formas que los organismos de estadística no son capaces de detectar: entornos wiki, servicios colaborativos, intangibles financieros…representan nuevos servicios con valores de uso
reconocidos por el gran publico, como las redes sociales, que, sin
embargo, no son fácilmente monetizables, es decir, no encuentran su valor de cambio. (...)
Pero no podrían justificar una desaceleración tan persistente en el
tiempo, tan general en países muy diferentes y tan pronunciada. Ni
explica por qué comparten el mismo fenómeno EEUU con naciones
industriales especialmente competitivas en bienes industriales de alto
valor, como Alemania, o países emergentes como Turquía o México que, por
no estar en la frontera de los últimos avances, les debería bastar con
replicar tecnologías ya contrastadas para aumentar su productividad.
Por otro lado, las estadísticas sí han detectado las mejoras en
productividad producidas en Japón (entre 1985 y 1995, coincidiendo con
el desarrollo informático) o en Alemania en la década de los 90,
coincidiendo con la unificación, o en EEUU, entre 1995 y 2005,
coincidiendo con el inicio de las punto com. (...)
Innovaciones limitadas, oligopolios tecnológicos y financiarización de la economía, otras causas.
(...) solo unas pocas empresas conocidas por todos, las Google, Amazon y
compañía, concentran la mayoría de la actividad en el sector privado
mientras que un gran número de nuevas startup no consiguen hacerse
grandes.
Con ello, apuntan Jorge Guzmán y Scott Stern, del MIT, que la creación de grandes oligopolios tecnológicos
puede estar frenando la competencia y empezar ya a ser un factor
retardatario. Y añaden un nuevo dato: las grandes tecnológicas están
empezando a aumentar su propensión a depositar sus ganancias en los mercados financieros
antes que reinvertir de nuevo en el negocio tecnológico.
Si fuera así,
la economía productiva no estaría alimentándose adecuadamente con nuevas
inversiones que potenciaran cambios en la productividad.
Los bajos salarios alimentan la baja productividad
Algunos otros economistas se centran en la relación bidireccional viciosa entre baja productividad y bajos salarios.
Si los bajos salarios se justifican porque hay baja productividad
también ocurre lo contrario: que la precariedad del trabajo desincentiva
para invertir en nuevas máquinas que los reemplacen.
Las inversiones en
cajeros automáticos en supermercados son menos atractivos cuando hay un
excedente de desempleados disponibles con sueldos precarios. ¿Para qué
invertir en nuevos sistemas si obligando a trabajar más horas o
reduciendo el salario hora aumento los beneficios? (...)
João Paulo Pessoa y John Van Reenen de
la Escuela de Economía de Londres, argumentan en el mismo sentido para
explicar los rasgos de la recuperación del empleo con baja productividad
en Gran Bretaña y EEUU en los últimos años.
Economía colaborativa y otras innovaciones para la subsistencia.
No es solo que los bajos salarios
desincentivan por el lado de la oferta la sustitución de hombres por
máquinas sino que también debilitan la demanda de consumo. Y en la
medida que ésta no puede ser alimentada con créditos, porque lo impide
el exceso de endeudamiento global, las empresas deben ajustar su
producción agregada a un futuro caracterizado por la demanda
decreciente.
En ese contexto, el espacio de la
productividad queda limitado a cómo producir lo mismo (o menos) con
mucho menos recursos. Y no a producir más con la misma gente. Lo que
explica que buena parte de las innovaciones están volcadas en soluciones
adaptadas a una economía de la precariedad, típica del capitalismo que condena a la subsistencia a amplias capas sociales.
Sin ir más lejos, la llamada economía colaborativa
vuelca su principal campo de innovación en aportar ingresos supletorios
para llegar a fin de mes a esos colectivos marginados mediante
soluciones que resuelven, con la máxima eficiencia, el cómo compartir
sus activos (coches, casas, equipos) infrautilizados.
De modo que tanto
la oferta como la demanda de esos servicios se nutre de aquellos que
están por debajo del salario medio, como señala James Parrott, del
Instituto de Política Fiscal de Nueva York.
Con ello se estrecha el campo económico para la innovación y se frenan
los incrementos de productividad asociados a la satisfacción de aquellas
nuevas demandas, cada vez más sofisticadas, que acompañarían al
incremento del nivel de vida de la gente.
Sin duda esa situación fue el
que favoreció la explosión extraordinaria de la productividad hasta los
años 80 del siglo pasado, justo durante el desarrollo del Estado de
Bienestar. Una realidad que cuesta trabajo reconocer." (Ignacio Muro Benayas, Economía frente a la crisis, 18/04/16)
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