"No creo exagerar si afirmo que vivimos en sociedades exasperadas. Por
motivos más que suficientes en algunos casos y por otros menos
razonables, se multiplican los movimientos de rechazo, rabia o miedo.
Las sociedades civiles irrumpen en la escena contra lo que perciben como un establishment político
estancado, ajeno al interés general e impotente a la hora de
enfrentarse a los principales problemas que agobian a la gente. (...)
Probablemente todo esto deba explicarse sobre el trasfondo de los
cambios sociales que hemos sufrido y nuestra incapacidad tanto de
entenderlos como de gobernarlos. Asistimos impotentes a un conjunto de
transformaciones profundas y brutales de nuestras formas de vida. Hay
quien culpabiliza de estos cambios a la globalización, otros a los
emigrantes, a la técnica o a una crisis de valores.
Hay decepcionados
por todas partes y por muy diversos motivos, frecuentemente
contradictorios, en la derecha y en la izquierda, a los que ha
decepcionado el pueblo o las élites, la falta de globalización o su
exceso.
Este malestar se traduce en fenómenos tan heterogéneos como el
movimiento de los indignados o el ascenso de la extrema derecha en tantos países de Europa. Por todas partes crece el partido de los descontentos. (...)
Deberíamos comenzar reconociendo la grandeza de la cólera política,
de esa voluntad de rechazar lo inaceptable. La realidad de nuestro mundo
es escandalosa, en general y en detalle. Mientras que la apatía pone
los acontecimientos bajo el signo de la necesidad y la repetición, la
cólera descubre un desorden tras el orden aparente de las cosas, se
niega a considerar el insoportable presente como un destino al que
someterse.
El cuadro de las indignaciones estaría incompleto si no tuviéramos en
cuenta su ambivalencia y cacofonía. El disgusto ante la impotencia
política ha dado lugar a movimientos de regeneración democrática, pero
también está en el origen de la aparición de esa “derecha sin complejos”
que avanza en tantos países. (...)
Para ilustrar en variedad de iras colectivas, pensemos en cómo la
política americana ha visto nacer después de 2008 dos movimientos de
auténtica cólera social de signo contrario (el Tea Party
y Occupy), así como en el hecho de que los últimos ciclos electorales
han estado marcados por la polarización política y el ascenso de los
discursos extremos.
El éxito de Donald Trump ha sido interpretado como
la gran cólera del pueblo conservador. Pero a veces se olvida que lo que
impulsó al Tea Party fue el anuncio del Gobierno de Obama de nuevas
medidas de rescate financiero a los grandes bancos, exactamente lo mismo
que puso en marcha a los movimientos de protesta en la izquierda
altermundialista. (...)
Tenemos una sociedad irritada y un sistema político agitado, cuya
interacción apenas produce nada nuevo, como tendríamos derecho a esperar
dada la naturaleza de los problemas con los que tenemos que
enfrentarnos.
La política se reduce, por un lado, a una práctica de gestión
prudente sin entusiasmo y, por otro, a una expresividad brutal de las
pasiones sin racionalidad, simplificada en el combate entre los gestores
grises de la impotencia y los provocadores, en Hollande y Le Pen, por
poner un ejemplo (la Hollandia y la Lepenia, como decía Dick Howard).
La miseria del mundo debe ser gobernada políticamente. Se trataría de
acabar con las exasperaciones improductivas y reconducir el desorden de
las emociones hacia la prueba de los argumentos.
Nos lo jugamos todo en
nuestra capacidad de traducir el lenguaje de la exasperación en
política, es decir, convertir esa amalgama plural de irritaciones en
proyectos y transformaciones reales, dar cauce y coherencia a esas
expresiones de rabia y configurar un espacio público de calidad donde
todo ello se discuta, pondere y sintetice." (Daniel Innerarity , El País, 12/06/16)
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