"De origen latinoamericano, Soledad desembarcó en España en 2003, cuando
tenía 23 años. Su primer lugar de residencia fue Malgrat de Mar, en la
costa catalana del Maresme. Trabajó como camarera de piso en diferentes
hoteles, durante la temporada turística.
Empezó en uno de cuatro
estrellas, el típico de una zona de playa: “Me contrataron como
eventual, pero después me hicieron fija discontinua; a los tres años ya
no les interesé, me hicieron una jugada bastante fea y me echaron”.
Cobraba menos de mil euros. En el siguiente hotel permaneció dos
temporadas, y también la despidieron cuando llegó el momento de hacerla
fija.
Y recaló en otro hotel de Lloret de Mar (Girona), dos años
contratada como directamente por la empresa y el tercero por una ETT.
Entonces cambió la situación: la llamaban sólo cuando había una carga
importante de trabajo, y pasó a cobrar por horas. Tampoco sabía de
antemano la tarea (en lavandería, zonas “nobles” o habitaciones) ni los
horarios.
En ninguna de las empresas por las que pasó, salvo excepciones
muy concretas, cobró horas extraordinarias. Pero no podían salir del
trabajo hasta que no terminaran de limpiar las habitaciones. La ETT
quebró, y hubo gente que años después no había cobrado. Soledad se
medicaba diariamente antes de ir a trabajar.
“Desayunaba voltaren”. De
vuelta a casa, otro relajante, el naproxeno, de lo contrario no hubiera
podido siquiera sentarse en el sofá. Es uno de los 26 casos que
figuran en el libro “Las que limpian los hoteles. Historias ocultas de
precariedad laboral”, que el investigador especializado en turismo
responsable, Ernest Cañada, publicó en Icaria (octubre de 2015) a
iniciativa de Alba Sud y la Rel-UITA. (...)
Dos de los factores clave son la degradación en las formas de
contratación (a través de ETT) y, vinculado a ello, las crecientes
externalizaciones, de modo que un mismo director puede gestionar varios
hoteles al tiempo, mientras la plantilla propia se limita a unos pocos
administrativos u operarios de recepción.
El resto de trabajadores
pertenecen a dos, tres o cuatro empresas distintas. En la circunstancia
de las camareras de piso, las subcontrataciones conducen a rebajas en la
categoría profesional (pasar a peones o limpiadoras, lo que implica un
menor salario por el mismo trabajo), un aumento en el número de
habitaciones que han de limpiar (pueden pasar de 18-20 a máximos de
24-26), el incremento de la precariedad y las enfermedades laborales.
El responsable de Acción Sindical de la Federación de Servicios de
Comisiones Obreras-País Valenciano, Salvador Mejías, sitúa en el punto
de partida la reforma laboral del gobierno del PP (2012), y las
ambiciones de rentabilidad rápida por parte de las empresas,
principalmente mediante la rebaja de los salarios.
Los sindicatos
constatan una tendencia al despido de las camareras de piso que
figuraban en la plantilla de los hoteles (mediante la figura del
“despido objetivo”), al tiempo que se empezaba a subcontratar personal
nuevo al que ya no se le aplicaba el convenio de la hostelería, sino, en
un 90% de los casos, el de la empresa multiservicios con la que el
hotel subcontrata.
“Aquí está la clave del negocio”, apunta Mejías. En
la provincia de Valencia, se puede pasar de los 1.200 euros y las 40
horas semanales en el convenio de la hostelería, a 720 euros al mes en
las empresas multiservicios, con otra significativa diferencia: el
criterio principal ya no es la jornada laboral, sino el número de
habitaciones asignado.
En muchos casos se produce la firma de contratos a
tiempo parcial, por ejemplo de cinco o seis horas diarias, que se
vinculan a la limpieza de un número de habitaciones; el número de horas
de trabajo realizadas es mayor, pero no se remuneran las horas “extra”.
En otras ocasiones, la empresa establece un precio por la limpieza de la
habitación, que se puede reducir en algunos casos a los dos euros por
pieza. (...)
La Federación de Servicios de Comisiones Obreras y la Regional
Latinoamericana de la UITA elaboraron en 2015 un estudio sobre la
situación de las camareras de piso en el estado español titulado “Dolor
crónico por trastornos musculo-esqueléticos (TME), síntomas de ansiedad y
depresión”.
Del informe se desprende que las lumbalgias están presentes
en el 85,3% de las camareras, las cervicobraquialgias en un 80,4% y que
las zonas del cuerpo más afectadas son la dorsal y lumbar de la
espalda, hombros, brazos y cuello. El 70% tiene entre cuatro y siete
zonas corporales con dolor muscular.
Según el estudio, las trabajadoras
que no han desarrollado los TEM, están expuestas en un grado elevado, ya
que el 80% padece los síntomas iniciales: hinchazón, fatiga, pérdida de
fuerza, limitación de la movilidad, hormigueo o pérdida de la
sensibilidad.
En conclusión, un 71,5% de las camareras encuestadas se
medican para afrontar el día a día en los hoteles. Además, “los
medicamentos van generando ‘resistencias’, de manera que el cuerpo
necesita cada vez más dosis para que hagan efecto y sobreponerse para
una nueva jornada”, explica el informe.
En el 96% de los casos,
las trabajadoras entrevistadas sufren síntomas de ansiedad, grave o
leve, y en el 89% se sienten en riesgo de padecer una lesión, debido a
las malas posturas corporales. La tensión genera un incremento de los
dolores musculares, y la ingesta de nuevos medicamentos.
Asimismo los
cuestionarios revelaron que el 28,4% de las trabajadoras presenta
síntomas de depresión grave (y cuatro de cada diez, de depresión en
general), a lo que se añaden grados muy elevados de fatiga y una
disminución de la concentración en el 74% de los casos. Sólo el 18%
duerme ocho horas diarias.
Las autoras del estudio señalan la “presión
constante por realizar un número exorbitante de habitaciones en poco
tiempo”. Los problemas de salud laboral se revelan cuando sobre 123
camareras de piso, 74 presentaron licencias para asistir al médico (50
con TME en los últimos años).
En resumen, según el estudio de Comisiones
Obreras y la Regional Latinoamericana de la UITA, de cada diez
camareras nueve padecen ansiedad clínica susceptible de ser tratada con
psicofármacos y terapia; ocho señalan dolor en más de dos zonas de su
cuerpo y consideran su trabajo repetitivo; seis, con problemas de
concentración-atención; cuatro, con sentimientos de tristeza y culpa
(depresión) y dos con pensamientos suicidas.
“Estamos hechas
polvo, seguimos trabajando a fuerza de pastillas”, afirma una camarera
de piso, Dolores Ayas, que trabaja en Playa de Palma (Mallorca) y
acumula más de 30 años de experiencia. Su testimonio figura en el libro
“Las que limpian las hoteles”.
Contaba, a sus 57 años, las cargas
laborales de afrontar 20 habitaciones al día y las zonas “nobles” del
hotel, sobre todo a la hora de mover las pesadas camas de madera: cada
día . “Y los colchones pesan también un muerto, es horroroso, hay días que
no puedo con mi alma”. Muchas de las trabajadoras que entran de nuevas,
no pueden sacar el trabajo adelante. (...)" (Enric Llopis , Rebelión, 16/09/16)
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